31 octubre 2013

Una ligera sospecha...


Me levanté temprano hoy,
y salí a comprar pan para el desayuno.
La mañana estaba fresca -según me pareció-
de modo que me vestí como se viste uno
a tempranas horas de una fresca mañana de primavera:
medianamente abrigado.

A mitad de camino,
me encontré con una vecina de veinticasitreinta,
que había salido con el mismo propósito.
Ella vestía mas o menos así:



Después de verla pasar,
así vestida  y tan campante,
tengo ahora la ligera sospecha
de que ya no estoy tan joven...


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19 octubre 2013

Las mujeres nunca serán iguales a los hombres...



Ha tiempo que no hay suficientes hombres, en mi ciudad, para hacer todos los trabajos que se suponía nosotros debíamos hacer. Por eso, más que porque se hayan ganado el derecho o demostrado capacidad, ahora se encuentra a mujeres realizando casi cualquier trabajo. No me extrañó, por tanto, encontrar en el patio de maderas del Homecenter a una joven, que ordenaba una pila de palos y tablas que algún desatinado cliente (o más de alguno, seguramente) dejó en mal lugar.

Sin problemas al principio para hacerlo, se encontró de pronto con un palo de 4x4, que no sólo es difícil de manejar por sí, sino que además debía dejar a 2 mts. de altura. Si pensamos que un palo de pino de 4x4 pulgadas mide 3,2 metros de largo, para nadie es fácil encasillarlo a esa altura. 

Ella -ingenio no le faltaba- pensó en subir una punta primero, y luego acomodarlo, pero el madero no quiso cooperar y se enganchó en un saliente, de manera que ella no conseguía subirlo. Algo tozuda -todo hay que decirlo- no buscó otro ángulo o una mejor posición que le permitieran liberarlo, sino que seguía forcejeando desde el otro extremo.

Acalorada, molesta ya, advirtió entonces que un compañero de trabajo se acercaba. Un tipo robusto, alto, para quien habría sido cosa fácil ayudarla. Lo miró con cara de muchacha que pide ayuda, pero nada. El tipo era inmune a tales miradas. Después de morderse el labio, le pidió directamente -y por favor-que la ayudara, mas él, además de mirarla con sorna, no hizo nada. Sólo se quedó ahí, cruzado de brazos, con expresión de mofa en la cara. Quería disfrutar el espectáculo.

Perdida la esperanza, insistió ella en empujar el madero, aunque había probado ya que así no resultaría la cosa. Seguramente lo molesta que estaba no le permitía ver más allá, o quizá si por ser yo más alto podía ver mejor

Pero, bueno, visto lo visto, me olvidé de mis tendones rotos y -sonriéndole- se lo quité de las manos y le ayudé a dejarlo donde debía estar.

Una sonrisa, un brillo en los ojos. Se dió vuelta hacia su compañero, le miró -no sin desprecio- y le dijo: "menos mal que aún existen los caballeros".

El tipo me miró con molestia evidente -obvio-, y le respondió:
"¿No querían liberación femenina, no querían ser iguales a los hombres? Ahí tienes..."

A ella se le borró la sonrisa. A mí, me dió rabia.
 
Y entonces me volví a ella, y le dije con tono muy serio, como si le llamara la atención por algo:

 ¿Acaso no sabe que las mujeres nunca podrán ser iguales a los hombres? 
 Piense, ¿qué mujer podría decir una estupidez tan grande como esa, tan rápido, y sin siquiera pensarlo?

La muchacha no lo pensó ni un segundo, antes de reír de buena gana.

El tipo, bueno, creo que él todavía está ahí tratando de entender lo que dije...

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16 octubre 2013

Como hipopótamo de NatGeo...



Era bella.
Eso, indiscutible.
Que no tenía cuerpo, no,
porque eso no era un cuerpo,
así sencillamente,
era -sin dudas- un cuerpazo...

Sus curvas iban y venían
con una armonía impresionante.
Su rostro, hermoso,
y sus ojos, para perderse en ellos.
Costaba decidirse, dígase sinceramente,
en qué parte de toda ella posar los ojos.

Además de lo propio,
que con ello era más que suficiente,
llevaba -cuando menos-
la mitad de mi sueldo encima,
en la ropa -que acentuaba sus atractivos-
en los zapatos,
cuyos tacones le agregaban estatura,
en el peinado -impresionante-
y en las cuidadísimas uñas.

Era, ¿cómo expresarlo mejor?
sí, eso:
una mujer de catálogo.
Hecha a medida,
sólo a pedido y de edición limitada.

¿Cuánto me habría quedado allí?
Imposible saberlo.
Algo, alguien,
me había pegado los pies al suelo.

Y entonces,
entonces,
ocurrió lo inesperado.
Lo increíble, lo inusitado:

Sus labios se separaron, levemente,
sin prisa,
sin detenerse.
Su boca se abría,
más, más abierta,
hasta terminar en un bostezo,
un bostezo amplio, intenso,
inacabable,
escandaloso,
que impulsaba su cabeza hacia atrás
y su maníbula hacia abajo,
más allá de lo que pareciera posible.

No hubo ni un intento,
ni el más ligero ademán,
que sugiriera siquiera la intención
de llevar una mano a la boca
y cubrirla discretamente.
No.
El bostezo estaba a plena vista,
en toda su extensión,
y durante inacabables segundos.
Me pareció increíble tal descuido.

Pero no había visto nada aún.
Porque casi en lo inmediato,
a ése le sucedió otro,
otro bostezo -si cabe-
aún mayor que el anterior.
Su abierta boca me recordó
-ni más ni menos-
que a un hipopótamo de video
de National Geographic.
Así de extremo era.













 No salía todavía de mi sorpresa,
ante el inusual espectáculo,
cuando
sucedió a aquellos dos un tercer bostezo,
tan prolongado, tan extenso,
que hasta el más neófito
de los estudiantes de odontología
podría haberle hecho
un completo diagnóstico de su dentadura,
las 32 piezas,
con sólo mirarla...

Conseguí apenas salir de mi estupor,
y me alejé,
moviendo de lado a lado la cabeza,
decepcionado.
Ya no podía ver de nuevo
todo lo que antes había visto.
No podía desprender de mis retinas
las imágenes últimas,
y no creo pudiera ahora recordar
-siquiera-
si era rubia o trigueña,
o lo que entonces llevaba puesto.

Intento sólo olvidar
-infructuosamente hasta el momento-
ese trío
de espeluznantes bostezos...







10 octubre 2013

Como gato mirando un canario...




La primera vez que la vi, no la miré dos veces.
Iba yo de prisa y apenas si le dediqué una mirada.

La vez siguiente, levanté la vista
y me tomé el tiempo de examinarla.
No era linda, no, pero sus hermosos ojos
hacían muy buen contraste
con sus amplias y cadenciosas caderas...
(Cadencia que se perdió, por cierto,
al notar ella que la observaba.
Se puso tiesa, como una vara,
y -la vista al frente-
caminó como si no me viera.)

Pasaron algunos días,
hasta que volví a verla.
Entendí entonces que no era casualidad
que pasara por mi calle.
Debía vivir en el barrio,
porque venía saliendo del almacén de la esquina,
y vestía de otra manera,
(ropa de andar por casa, digamos)
y quizá si por eso le molestó tanto que la quedara mirando,
como miramos los hombres a las vecinas
como miraría un gato a un canario enjaulado.

Sus ojos claros reflejaban odio,
cuando me devolvió la mirada,
y sus sandalias (que tacones no llevaba)
pisaban con fuerza el piso,
cual si de mí se tratara.

Eso me hizo gracia.
y, más por travesura que por interés,
me dediqué a mirarla, directa, violentamente,
cada vez que me la cruzaba.

Descubrí a qué horas pasaba,
a diario, hacia su trabajo.
Y procuré salir más temprano hacia el mío,
sólo para caminar por mi calle en sentido contrario,
enfrentándola, sin quitarle de encima la mirada.

Podía verla salir de su casa, en la siguiente cuadra,
y veía su mohín de disgusto,
cuando advertía que allí, enfrente suyo, -diríase-
yo la esperaba.

No era todos los días.
Ella tenía un solo horario, pero yo no,
de modo que a veces pasaba sin verla
más de una semana.
Pero luego, de nuevo,
allí estaba.

Pasó el tiempo, como siempre pasa.

Y ya no era lo mismo.
El tiempo, que todo lo cambia,
cambió también su expresión, cuando al salir de su casa,
me veía frente a la mía, como si la esperara.

Ya no fruncía su cara al verme,
ni endurecía su paso,
al contrario,
si me veía,
"se pasaba revista" con una mirada,
se arreglaba un mechón de pelo,
o se acomodaba la falda,
y su caminar se hacía muy interesante.

Cada vez que me la cruzaba,
sin quitarle la vista de encima,
le sonreía,
pero nunca recibía más que una mirada fija en el horizonte,
y una expresión lejana.

Por eso,
fue grande mi sorpresa, me dejó sin habla,
me quedé de pié en medio de la calle,
aquella mañana
en que, a mi sonrisa,
contestó con un serio buenos días.

Tardé tanto en reaccionar, en recuperar el habla,
que cuando vine a contestar
ella iba cuatro o cinco pasos más allá,
y no se si habrá escuchado mi aturullada respuesta,
pero no me cabe duda
que debe haberse reído lindamente
de mi desconcierto...

De ahí en más,
hubo siempre de mi parte una sonrisa,
y de la suya un serio buenos días,
(que yo sonriendo contestaba)
cuando pasaba a su lado.

Y cada vez,
cada mañana que nos encontrábamos,
pasábamos uno junto al otro, cada vez más cerca.

Una mañana,
a mi sonrisa contestó una sonrisa,
y el brillo de sus ojos.

Esa mañana, ese día,
pareció no acabar nunca.
Quería que terminara pronto, pronto,
para que llegase la mañana siguiente,
para volver a verla.

Pero no sucedió.

Es decir, sí,
llegó la siguiente mañana.
Pero no ella.
Ella no salió de su casa.
No salió, digo, porque esperé, esperé,
mucho más de la hora de entrada a mi trabajo,
al que no fui ese día,
mucho más.

Y no salió.
Nunca más.

Nunca más la volví a ver.
Nunca más supe de ella.
Mff!, saber de ella. Saber de ella, ¿qué?
Si nunca supe nada,
ni siquiera cómo se llamaba.
Conocía sólo el delicioso andar de su cuerpo,
y sus hermosos ojos,
y -por una vez- vi su sonrisa.
Pero de ella, de ella,
nunca supe nada.

Y hoy, un centenar de años después,
aún me pregunto que fue de ella...

¿Me sonrió porque sabía que se iba?
¿Era su despedida?

Nadie tiene la respuesta.
O quizá sí,
quizá ella aún vive, en alguna parte,
y tiene la respuesta,
pero ni puedo pedírsela,
ni ella -aunque quisiera- podría dármela...

Y así quedé, desde entonces.
para siempre, con la mirada perdida,
como un gato mirando una jaula vacía...


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07 octubre 2013

No puedo...

Hace tiempo
que llevo dentro
una rabia grande,
muy grande,
tan grande
que no puedo contenerla más.

Y sin embargo,
al ser mi rabia tan grande,
tan grande,
no puedo darme el lujo
de dejarla salir...



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