20 marzo 2014

Descalza...



Era ya de madrugada,
una noche de verano.
Esperaba, somnoliento, en mi auto
(¿acaso importa el qué esperaba?)
De pronto,
por la calle en frente mío, por aquella calle solitaria,
desde la oscuridad de una esquina
surgió inesperadamente, apareció de la nada.

De la nada,
una joven, una muchacha,
cuyos largos cabellos, sueltos,
cayendo por hombros y espalda,
cubrían
lo que el vestido de fiesta
con generosidad mostraba.

Sus piernas,
que en brusco contraste con el negro vestido,
en la penumbra
resaltaban,
sorprendentemente llegaban a su fin
en dos pies desnudos,
(si, desnudos)
que, desganados, el fresco suelo pisaban.

Al cruzar la calle, algo -sólo un poco- más iluminada
por unas cuantas luces distantes,
noté que en su mano llevaba
un par de zapatos,
zapatos de fiesta,
hermosos zapatos rojos,
que con destellos de rubí en la oscuridad brillaban.

Brillaban
con el movimiento de su mano,
y -al verlos- acusaban
ser la causa,
la razón de ser de esos pies desnudos:
los remataban unos altos,
delgados
(crueles, asesinos)
tacones,
tacones altos y finos.


[Para sus pies adolescentes,
la noche ha de haber sido una tortura,
pero,
¿no dicen que vale el "ver estrellas"
por sentirse -aunque sea unas horas-
el centro de las miradas, la más bella?]

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15 marzo 2014

¿Qué te has creído?



Fuí un día de compras, a la feria, por algunas verduras que necesitábamos,y fruta para mi Negrita. Como pocas veces ocurre, fui solo.
Y estando allí, me encontré con un compañero de trabajo, que acompañado de su mujer, andaba en los mismos menesteres.

Lo saludé, como suele hacerse entre hombres en tales circunstancias, con la frase acostumbrada:

- Eh, ¿te trajeron a comprar?

- Sí, me contestó (mientras su esposa escogía unas verduras, sin dejar de escuchar).
- Igual que a tí -agregó-.

- ¿Cómo? le dije, molesto.

(Y, levantando la voz, agregué:)
¿Qué te crees?
¿Que yo soy como tú?
¿Que a mí me llevan y me traen, como a tí?
¿Acaso no ves que ando solo?

[Las personas cercanas miraron hacia mí, y la esposa de él se volvió a verme]

- Para que sepas -le dije- a mí nadie me manda a comprar.
- A mi nadie me dice lo que tengo que hacer.
- A mí nadie me dá órdenes...

[Y, suavizando la voz, agregué:]

- A mí, después de 25 años de casado, nadie me manda, ya tengo bien claras mis obligaciones, así es que los fines de semana tomo las bolsas, la lista del mercado y me vengo solito a comprar, no tienen que mandarme...

[Sólo después de unos segundos los oyentes reaccionaron, y se rieron de buena gana...]

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