23 agosto 2012

Don't underdsand...

Por lo general, yo puedo entender las cosas que hacen las mujeres. Digamos, comprender cuál es su motivación.
Y puedo aceptar que hagan lo que hacen, sin mayor dificultad.
Por dar un ejemplo, puedo entender que una mujer se dedique al físicoculturismo, y desarrolle sus músculos tal vez más allá de lo que a muchos podría parecer atractivo.
Puedo entenderlo y me parece razonable.


Pero luego de ver en la televisión 2 minutos -sólo dos minutos- de un match de box femenino, no me parece para nada razonable, y totalmente incomprensible, que una mujer golpee a otra de esa forma, o bien, que no le importe ser golpeada hasta que su rostro quede deforme, con el riesgo casi cierto de terminar con consecuencias neurológicas, además, luego de un tiempo peleando.


No logro comprenderlo. Entiendo que un hombre tenga tales ideas, pues a mi entender está en su naturaleza, pero, ¿una mujer? 

En un artículo en The Guardian (12 Noviembre 2010), se cita a una conocida boxeadora británica, que declara que, si bien los hombres pueden dejar de lado a sus parientes y hacer del boxeo su vida, para ella practicar profesionalmente este deporte no es nada más que un trabajo, una forma de ganar dinero.

¿Podrá ser algo tan simple como eso?


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21 agosto 2012

Premonición


Nunca he creído en señales, signos ni agoreros. Nunca.
Y sin embargo, me ocurrió el mes pasado que perdí mi casco, mi viejo casco que -contra las normas de seguridad, que exigen cambiarlo- conservé por varios años. De hecho, era el casco con que llegué a esta mina, mi casco de Supervisor, con mi nombre en él.
Siempre lo extraviaba (tengo la costumbre de quitármelo y dejarlo en cualquier lugar donde voy), y luego lo encontraba o me lo devolvían. Hasta que ese día, después de años, lo perdí definitivamente.

Entonces, tuve que pedir uno nuevo. En blanco. Y tenía que ponerle una placa con mi nombre, y mi cargo actual. Es una placa dura, aunque flexible, que requiere torcerla para que se adapte a la curvatura del casco. Eso no da problemas, y todo mundo lo hace fácilmente.
Mas, está demostrado que yo no soy como todo el mundo y, al intentarlo, se me quebró en dos pedazos.
Y allí quedaron, sobre el escritorio.

Al verlos, aunque nunca he creído en señales, signos ni augurios, sentí que no era bueno. Y con una sonrisa, pensé, "bueno, será que al fin me van a despedir, y eso será todo". Y no me preocupé más del asunto, y usé mi nuevo casco anónimo, sin más.

Pasadas dos semanas, mi Jefe (no el desatinado que era mi jefe directo, sino otro superior), me llamó para decirme que me cambiaría de trabajo, a otra área, que poco tiene que ver con la que hasta entonces estaba, y a un trabajo que más adivino que conozco, y que significará aprender muchas cosas nuevas, y un nuevo software, del cual tendré que ser Key User. El me dijo que sabía que yo podría con el desafío de empezar algo nuevo, y yo creo que tiene razón. No me preocupa eso.

Lo que me molesta es que para ello he tenido que dejar un trabajo en el que estuve 15 años, en el que empecé desde abajo y que me costó mucho tiempo y disgustos aprender al grado de ser muy bueno en él, y que me gusta, me gustaba, hacer.

Me duele dejarlo, así, de un día para otro. Me duele dejar a "mis viejos", los compañeros que trabajaban conmigo y a quienes enseñé todo lo que pude, a quienes a pesar de que no pocas veces 
fuí duro con ellos, y exigente, me aprecian y nunca dejaron de considerarme su jefe, pese a que había otro que ostentaba oficialmente ese título.  Me duele dejarlos en manos de alguien que ha demostrado no saber lo que hace, y que para colmo -ante este cambio- los ha puesto a cargo de alguien inexperto e intransigente, menos preparado que ellos, en mi reemplazo.

Anoche fuimos al Pub del campamento, para compartir un rato, quizá por última vez. No pude evitar emocionarme. Mucho. Se burlaban de mis ojos húmedos, pero quizá si era para que no se notara que también estaban apenados. Culpemos de ellos a los años que llevo encima, que me han ablandado bastante el corazón, y a la camaradería que existe entre nosotros.
Esta mañana casi me sucede de nuevo, cuando los técnicos -que eran los clientes a quienes atendía y cuyos problemas y necesidades debía resolver cada día- me hicieron sentir lo mucho que aprecian lo que he hecho por ellos estos años, aunque externamente nunca lo pareciera.

El sabor amargo -en este mi ultimo día de trabajo con ellos- lo puso mi jefe directo (¿cómo no?) al reunirnos a todos y darme las gracias por el trabajo realizado, pero sin siquiera mirarme a la cara ni darme la oportunidad de decir algo. Es más, cuando traté de hablar, me ignoró completamente y disolvió la reunión. El no estar más bajo su dependencia es lo único que me alegra de este cambio. Por otra parte, el asumir un cargo que me convertirá en auditor de parte de sus obligaciones, será segura fuente de disgustos. Sé bien todo lo que hace mal, y conozco de su negativa a hacer mejor las cosas. Por ende sé que habrá problemas entre nosotros, tanto como los había cuando era mi superior. O más.

En fin, fiel a mi pensamiento de que uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, seguiré adelante, y ya veremos.


Necesitaba conversar de esto con alguien, y me resultó duro darme cuenta que en realidad no tengo con quien hacerlo. De modo que me decidí a decirlo aquí, aunque sea así, ligeramente, como si no fuese nada importante.


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16 agosto 2012

Despertar...



El dolor de cabeza aumentó, se hizo aún más fuerte, tanto, que lo sacó de su profundo sueño y  lo volvió a la conciencia.
Abrió los ojos lentamente, esperando encontrarse con la fuerte luz de la mañana entrando por la  ventana, pero para su sorpresa, no hubo tal. ¿Es que aún era de noche? No, no era eso, porque si  fuera de noche el farol de enfrente iluminaría tanto como hace el sol por el día. Y a él lo rodeaba en ese momento la que le parecía la más  absoluta oscuridad.

10 agosto 2012

Sin discusión...

Hace unos días atrás -la mañana aquella en que no escuché al gallo y desperté tarde- me quedé sin desayunar, en aras de llegar a una hora decente a trabajar. A consecuencia de eso, a media mañana tenía un rugiente león dentro de mi vacío estómago, exigiendo ser alimentado.

Para calmarlo, tomé el primer turno para ir a almorzar, a mediodía. Es más, ni siquiera esperé el bus que nos lleva a todos, sino que un rato antes tomé una camioneta y me fui al casino de la mina,  donde nos corresponde ir a esa hora (sólo el desayuno y la cena los tomamos en el casino del campamento).

Llegué, de esta manera, antes que nadie y cuando recién habían abierto.  A la entrada del casino hay un mesón, más bien bajo, sobre el cual -y casi junto a la pared- está el computador con el que se registra el ingreso. Iba pues directo allí, a registrarme, cuando me encontré de frente con algo como esto:


Un redondo, bien dibujado y nada pequeño trasero, enfundado en el blanco uniforme que usa el personal de la cocina. Su dueña, acodada sobre el mesón, conversaba animadamente con dos compañeras, que estaban al otro lado de éste.

Al margen de la opinión que pudiera tener sobre las cualidades de tal obstáculo, lo que yo realmente quería era marcar mi ingreso para poder almorzar, de manera que evalué la situación, e intenté por todos los medios acercarme, pero no había caso. Lo hiciera como lo hiciera, para alcanzar el teclado tendría que -necesariamente- tocar, empujar o apoyarme en alguna parte de aquella redondez. Y, a juzgar por las dimensiones de su dueña, hacer tal cosa podría resultar en un riesgo para mi integridad física. Así es que me quedé ahí, detrás de ella, con expresión de disgusto, esperando a que me diese ocasión de cumplir mi cometido.

A todo esto, y puesto que la que se gastaba la conversación era ella, las otras dos -que me veían a través del mesón y por sobre su compañera- habían advertido mis intentos, y mi confusión al no poder hacer nada, de modo que, más con gestos que con palabras, le indicaron que yo estaba ahí, detrás suyo.

La propietaria de aquello (de cuarenta y muchos, en todo caso), miró entonces por sobre su hombro, y al verme, se levantó lentamente y se dió vuelta hacia mí.  Una de las otras le aclaró entonces: 

- Es que no lo dejabas marcar.

Y ella, dándome la espalda, a la par que se alejaba se dio una palmadita en el trasero y respondió:

- Ha!, ¿y que se va a quejar acaso? Bien bueno es lo que estaba mirando...



Y eso no dejaba cabida a discusión alguna, en todo caso.


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07 agosto 2012

Le Uyen Pham

Andaba, como muchas veces, buscando blogs nuevos para postear algo en mi semi abandonada Antología, cuando me encontré con Le Uyen Pham. No con su blog, que lo vería después, sino con su sitio web.

Yo admiro a quienes pueden dibujar, y expresarse de esa forma, de modo que me gustó mucho su trabajo, y aún los libros infantiles que ha escrito. En especial, encuentro genial el de las hermanas.







Pero la verdad es que lo que más me gustó de lo que vi es esa parte que muestra como ella es: la presentación que hace de sí misma. Me causó mucha gracia. Y por que no decirlo, me reí al ver ese último dibujo, en que aparece apenas y medio aplastada por ese enorme marido. (supongo que también él debe tener sentido del humor...)


Click aqui para leer



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02 agosto 2012

Como un queso




La luna era como un queso,
esta mañana
(esta madrugada).
La luna era como un queso,
amarilla, redonda, enorme se veía en el cielo negro.

La luna era como un queso,
no parecía un satélite a miles de kilómetros,
sino un amarillo queso
que pende en las alturas
como si la sujetaran los invisibles hilos de una araña.

La luna,
esta mañana
(esta madrugada),
era como un amarillo y redondo queso,
que descendía lentamente
para esconderse tras los bajos y redondeados
cerros de la pampa.

La luna era como un queso,
amarilla y redonda,
y se fue discretamente, sin el derroche de luces y
colores con que se pone el sol,
sino suavemente, sin llamar la atención,
siempre igual de amarilla,
hasta perderse de la vista,
dejando apenas una ligera luz tras de sí.

La luna era como un queso,
enorme, perfectamente redonda y de un hermoso amarillo,
esta mañana
(esta madrugada),
y me quedé ahí mirándola,
me quedé con ella,
hasta que se fue.

Me gusta la luna, sobre todo cuando es cercana, cálida,
redonda, amarilla como un queso,
pero no deja de gustarme
aquellos días en que se ve sólo a medias,
cuando se siente lejana,
y se muestra blanca y fría
como cubierta de escarcha.
No deja de gustarme,
la luna.

Y era como un queso,
amarilla,
redonda,
esta mañana.


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