Hay que ser un tanto masoquista, para volver a leer lo que se escribió un día en este blog, pero ¿qué hacer? Google me puso esta publicación
delante de los ojos el día de hoy,
Otra cosa es con guitarra.
Una publicación de hace ya 4 años atrás.
Varias cosas cambiaron desde que escribí eso, varias, y tanto así, como para que ahora mi Negrita ya no pensara en ninguna de esas razones, no tuviera ninguna duda, y decidiera finalmente que su primera preocupación, y su mayor deseo, eran el pronto morir.
Los niños (esos sobrinos que quería como a hijos) ya son cuatro años mayores, ya los vió crecer bastante, ya los vió superar problemas y carencias, y los vió hacer cosas que pensaba no podrían. Los tuvo junto a ella, dándole tranquilidad el mayor y haciéndola reír el menor. Reír, cuando nadie más -ni yo ni otro ninguno- tenía ese poder.
Su hijo, en estos cuatro años, terminó su carrera, se tituló y comenzó a trabajar, demostrándole que sí podía hacer algo por sí mismo, que no necesitaba ya de su mamá. Además que pudo demostrarle, con palabras y con hechos, que ese amor del que dudaba(mos) (porque no parecía afectarle nada de lo que pasaba alrededor) sí existía en él.
Y yo, su marido, cuatro años más viejo, más enfermo y quizá si más huraño, por mí mismo ya no bastaba, ya no era suficiente para mantenerla aquí.
Yo no lo esperaba, tampoco. Ni lo hubiera querido.
¿Para qué querría yo tenerla a mi lado, como algún otro, egoístamente, si la veía a diario sufrir?
Pero no, tampoco puedo permitir que penseis que ella sufría con esos dolores atroces que sufren tantos otros enfermos de cáncer. No. No me permitiría ella dejarles pensar así, ella que era tan amante de la justica y de la verdad. No tenía dolores inaguantables, esta vez, que requirieran morfina o cosas que le quitaran la consciencia. Y quizá si ello era lo que lo hacía más malo, pues aunque los últimos días nos pareciera que no nos escuchaba, que no sabía lo que ocurría, los hechos nos demostrarían que no era así.
Sufría, con dolores físicos que algunos medicamentos a veces hacían soportables, y con dolores del alma, que nadie podía disminuir.
Ella, una mujer activa siempre, que nunca pedía ayuda, que aún enferma, operada múltiples veces y cargando con tumores dentro, era capaz de hacer trekking y llegar primera a la cima, verse reducida a estar postrada en una cama, sin poder apenas si voltearse a un costado (a uno solo), sin poder valerse por sí misma, sin poder hablar ni comer, que apenas si podía beber un poco de agua sin vomitarla en seguida, sufría más con esas cosas que con los más fuertes dolores que muchas veces, en estos cuatro años, sí la aquejaron.
Esas cosas no podía soportarlas, por esas cosas sí que lloraba en silencio, y por ellas me decía ahora que quería morir.
Una sola satisfacción tengo (entre tanto dolor, rabia y sentimientos de culpa), y es que al final pudo morir como siempre había querido: En su casa y en su cama, conmigo y su hijo a su lado, sin terribles dolores ni bajo el efecto de medicamentos que le impidieran ser ella misma.
No es que haya podido decirnos algo, no, no creo estuviera consciente al expirar, pero estaba ahí.
Es el único consuelo que tengo, en el vacío y el sinsentido en que vivo ahora.
Hay quienes me han dicho que pasará, que todo pasará y que seguiré viviendo
(con qué ligereza lo dicen).
Probablemente llegue a ser así algún día. Quiero suponer.
Pero no será ahora, ni próximamente, porque no sé vivir sin esta mujer que era el centro de mi vida. Todo giraba en torno a ella, y ahora ya no está.
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