Un día, siendo poco más de las seis de la mañana, tomaba desayuno con uno de “mis viejos”
(entiéndase trabajadores, todos más jóvenes que yo).El que me acompañaba, hombre oriundo de esta zona desértica, no suele ser muy conversador, cosa que agradezco, pues los hombres generalmente no salen de sus temas tradicionales (mujeres-fútbol-mujeres-autos-mujeres).
Sentados a la mesa, yo enfrentaba la puerta del casino, y él le daba la espalda. Cuando alguien entraba, daba una mirada rápida por sobre el hombro, como si esperara a alguien, para seguir luego con su desayuno.
Después de una de esas miradas, algo pareció cambiar en él. Me dio la impresión que se encogía sobre sí mismo, su mirada se hizo huidiza y parecía que quisiera ocultarse. Me miró entonces, con los ojos bajos, y a media voz me dijo:
- Jefe, no mire ahora, pero esa mujer que viene ahí me está acosando…
Obvio, natural en todo ser humano, no pude menos que hacer lo que me pedían no hiciera: miré hacia la entrada.
Allí, en la línea, con su bandeja en la mano y cogiendo su desayuno, estaba una de las mujeres más atractivas de nuestro turno, una geóloga de la empresa minera para la que trabajamos. Sin tener un rostro bonito, ni curvas excepcionales, tiene ese “je ne sais pas quois”, que hace que nunca pase desapercibida.
Miré de nuevo a quien me acompañaba, y no podía comprender de qué estaba hablando. Esa mujer jamás mira a nadie que no sea de su nivel, esto es, sólo a unos cuantos compañeros de trabajo. ¿Cómo podía ser cierto lo que me decía?
Debió ver el desconcierto en mi cara, porque me dijo, mirando disimuladamente hacia ella:
- Cada vez que vengo, ella llega detrás de mí… al desayuno, al almuerzo, a la hora de la cena, siempre está detrás de mí, siguiéndome, mirándome... Ya va a ver, siendo tan grande el casino, va a pasar justo al lado de esta mesa, y se va a quedar mirándome…
Volví a mirarlo, y seguía sin entender. ¿Acaso no era él nuestro
Ratatouille, un hombre bajo, algo grueso, de acusados rasgos indígenas y carente de grandes atractivos? ¿Podía ser que esta mujer, que nos mira a todos por encima del hombro –si es que nos ha mirado alguna vez- se hubiera fijado en él?
A todo esto, ella, efectivamente, pasó a mis espaldas, junto a nuestra mesa, y escuché un susurro que me decía:
- ¿Ve, Jefe, como me mira?
Y yo miré, por cierto, y la mirada de ella distaba mucho de estar dirigida a él, o siquiera a nuestra mesa, no, veía mucho más allá, hacia la mesa donde se dirigía, a 3 o 4 metros de distancia…
Volví a ver a
Ratatouille, y entonces, sólo entonces, cuando ya empezaba a dudar de todo y hasta de mí mismo, me dí cuenta que allí, en el fondo de sus ojos almendrados, brillaba una chispa de malicia, había un algo ladino, y que en sus labios se insinuaba apenas una sonrisa…
Y en ese momento se enderezó, levantó la cabeza, y muy campante me dijo:
- ¿Sabe, Jefe? Yo creo que si alguna vez ella llegara a mirarme, lo único que pensaría es: ¿y de dónde salió este bicho tan feo? ¿quién lo dejó entrar?
No pude aguantarme la risa, y tampoco él, y ahí sí que conseguimos que "la acosadora" nos viera –quizá si por primera vez en años- y se diera cuenta de que existimos…
El muy maldito se había estado riendo de mí…
[Claro que ella llega siempre detrás de él, porque hay un solo lugar donde comer, las horas de comida son las mismas para todos y trabajamos en el mismo turno, y nosotros llegamos siempre temprano para no tener que hacer fila. Y sí, siempre pasa junto a esa mesa, porque ella ocupa siempre la misma, y él se sienta siempre ahí para verla pasar…]
Pobre geóloga, ni siquiera sospecha que desde entonces es conocida "en los bajos fondos" como
la acosadora…
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