31 mayo 2011

En la cama...


El turno pasado tuvimos un par de jóvenes trabajando con nosotros. Vienen por un par de semanas.
Uno de ellos es una muchacha. Muy callada, sólo trabaja todo el día, sin hablar con nadie, apenas unas palabras con su compañero.

Ayer, cuando ya acababa el turno, a uno de mis "viejos" -que comparte la habitación conmigo- al ver que ya se nos hacía muy tarde y no conseguíamos terminar el trabajo, se le ocurrió preguntarme si me iba a bañar [es una ducha para cuatro personas, y a veces no alcanza el tiempo para todos].
Yo le contesté que no, que prefería bañarme en casa, al llegar:
- Llego a la casa, me baño, me acuesto, y mi mujer me sirve la comida en la cama.

Apenas terminaba de decir eso, cuando escuché una voz dura, que decía:
- ¿Y por qué en la cama?! ¿Acaso no puede sentarse en una mesa?

Todos nos sorprendimos. Era la hasta entonces silenciosa muchacha, que con la molestia reflejada en el rostro, me miraba esperando una respuesta.

No pude evitar una sonrisa...

Y entonces le respondí:
Sí, mi mujer me sirve la comida en la cama, cuando yo llego cansado, a medianoche, después de siete días de trabajar lejos de casa.
Pero, al día siguiente me levanto más temprano que ella, y le sirvo el desayuno en la cama, antes de llevarla a su trabajo.
Podría decirle que estoy en mis días de descanso, y quedarme durmiendo hasta tarde. Pero no lo hago, porque el matrimonio es eso: yo te doy, y tu me das.

Toda la rabia que reflejaba su cara se disipó, y me dijo, suavemente:
- Ah, bueno, si es así...

Y ya no volvió a hablar.

Supongo que habrá tenido alguna mala experiencia, en su familia probablemente.
Pero -aunque parezca difícil de creer- no todos los hombres somos unos egoístas, vaya.
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26 mayo 2011

Duda...



Si ratas son
los que abandonan el barco
ante los primeros indicios de tormenta,
¿qué somos son 
los que se quedan a bordo?


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19 mayo 2011

La acosadora

Un día, siendo poco más de las seis de la mañana, tomaba desayuno con uno de “mis viejos” (entiéndase trabajadores, todos más jóvenes que yo).El que me acompañaba, hombre oriundo de esta zona desértica, no suele ser muy conversador, cosa que agradezco, pues los hombres generalmente no salen de sus temas tradicionales (mujeres-fútbol-mujeres-autos-mujeres).

Sentados a la mesa, yo enfrentaba la puerta del casino, y él le daba la espalda. Cuando alguien entraba, daba una mirada rápida por sobre el hombro, como si esperara a alguien, para seguir luego con su desayuno.
Después de una de esas miradas, algo pareció cambiar en él. Me dio la impresión que se encogía sobre sí mismo, su mirada se hizo huidiza y parecía que quisiera ocultarse. Me miró entonces, con los ojos bajos, y a media voz me dijo:

- Jefe, no mire ahora, pero esa mujer que viene ahí me está acosando…

Obvio, natural en todo ser humano, no pude menos que hacer lo que me pedían no hiciera: miré hacia la entrada.
Allí, en la línea, con su bandeja en la mano y cogiendo su desayuno, estaba una de las mujeres más atractivas de nuestro turno, una geóloga de la empresa minera para la que trabajamos. Sin tener un rostro bonito, ni curvas excepcionales, tiene ese “je ne sais pas quois”, que hace que nunca pase desapercibida.

Miré de nuevo a quien me acompañaba, y no podía comprender de qué estaba hablando. Esa mujer jamás mira a nadie que no sea de su nivel, esto es, sólo a unos cuantos compañeros de trabajo. ¿Cómo podía ser cierto lo que me decía?

Debió ver el desconcierto en mi cara, porque me dijo, mirando disimuladamente hacia ella:

- Cada vez que vengo, ella llega detrás de mí… al desayuno, al almuerzo, a la hora de la cena, siempre está detrás de mí, siguiéndome, mirándome... Ya va a ver, siendo tan grande el casino, va a pasar justo al lado de esta mesa, y se va a quedar mirándome…

Volví a mirarlo, y seguía sin entender. ¿Acaso no era él nuestro Ratatouille, un hombre bajo, algo grueso, de acusados rasgos indígenas y carente de grandes atractivos? ¿Podía ser que esta mujer, que nos mira a todos por encima del hombro –si es que nos ha mirado alguna vez- se hubiera fijado en él?

A todo esto, ella, efectivamente, pasó a mis espaldas, junto a nuestra mesa, y escuché un susurro que me decía:

- ¿Ve, Jefe, como me mira?

Y yo miré, por cierto, y la mirada de ella distaba mucho de estar dirigida a él, o siquiera a nuestra mesa, no, veía mucho más allá, hacia la mesa donde se dirigía, a 3 o 4 metros de distancia…

Volví a ver a Ratatouille, y entonces, sólo entonces, cuando ya empezaba a dudar de todo y hasta de mí mismo, me dí cuenta que allí, en el fondo de sus ojos almendrados, brillaba una chispa de malicia, había un algo ladino, y que en sus labios se insinuaba apenas una sonrisa…

Y en ese momento se enderezó, levantó la cabeza, y muy campante me dijo:

- ¿Sabe, Jefe? Yo creo que si alguna vez ella llegara a mirarme, lo único que pensaría es: ¿y de dónde salió este bicho tan feo? ¿quién lo dejó entrar?

No pude aguantarme la risa, y tampoco él, y ahí sí que conseguimos que "la acosadora" nos viera –quizá si por primera vez en años- y se diera cuenta de que existimos…

El muy maldito se había estado riendo de mí…

[Claro que ella llega siempre detrás de él, porque hay un solo lugar donde comer, las horas de comida son las mismas para todos y trabajamos en el mismo turno, y nosotros llegamos siempre temprano para no tener que hacer fila. Y sí, siempre pasa junto a esa mesa, porque ella ocupa siempre la misma, y él se sienta siempre ahí para verla pasar…]

Pobre geóloga, ni siquiera sospecha que desde entonces es conocida "en los bajos fondos" como la acosadora
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18 mayo 2011

La culpa es de mi madre...

Sí,  la culpa es de mi madre,
que cuando me hizo, me hizo soñando en que yo sería algún día un famoso artista,
un exitoso empresario o un eximio médico, y por ello puso su afán en hacerme de buen ver,
pero ni se le pasó por la mente hacerme fuerte y resistente.
De modo que con la vida que me ha tocado vivir, no había manera que mi maldito cuerpo pudiera aguantar...

No, la culpa debe ser del destino, en cuyas páginas está escrito que yo sea como soy, y que mi vida termine como terminará algún día, desmadejado, como un títere con los hilos cortados...

No, que no creo en el destino, por lo que la culpa ha de ser de Dios, que quiere hacerme pagar duramente -amargamente- por todos mis pecados, aunque a otros -demasiados otros- no les cobra por ninguno...



En realidad, no creo que nadie tenga la culpa.
Pero sería tanto más fácil tener a alguien -o algo- a quien culpar.
Tener a alguien, o algo, a quien odiar por lo que me pasa...
Es más difícil aceptar la vida, y todo lo que nos trae, cuando asumimos que es así, y ya. Que nadie tiene la culpa, y que no podría haber sido de otra manera, aunque hubiera hecho las cosas de modo diferente, aunque hubiera tomado decisiones diferentes.

¿Y a qué viene todo esto?

Pues a que fui a hacerme los nuevos exámenes que me pidió el médico, y  el resultado es que no hay solución para lo de mi hombro. Se queda como está, no tiene recuperación. La operación fue un éxito -quirúrgicamente hablando-, pero la parte que me compete a mí, a mi cuerpo, que es la recuperación de los tejidos, ésa no salió bien. Ni saldrá. Mi tendón no va a recuperarse, y es más, si no lo cuido como niña bonita, podría romperse incluso la sutura que lo mantiene unido. Es de mala calidad, me han dicho (tal vez soy made in china).

Cuando me dijeron eso, me costó tragarlo, pero me dije: bueno, es el brazo izquierdo, y poco lo usas sino para digitar, y eso bien que puedes hacerlo, así que ya está, no es para tanto.

Pero, como le había pedido a mi médico que -por precaución- examináramos el otro hombro, había que hacer la ecografía de ése también, y ¡lotería! Resulta que éste también está malo, que dos de esos tendones también están dañados, y que en cualquier momento podrían romperse. Dados los resultados de la cirugía del hombro izquierdo, es obvio que no me operarían este otro si se rompiera...

Y aquí estoy,
con la presión sanguínea por el cielo (por la rabia)
y el ánimo por el suelo (por la pena),
y sin siquiera poder alzar los brazos al cielo y maldecir mi suerte,
porque un hombro no me lo permite,
y el otro me da miedo que se rompa si lo hago...


[Nota: Creo que ya es hora de convertirse a una religión que crea en la reencarnación, a ver si así, creyendo en una segunda oportunidad (aunque sea reencarnado en un escarabajo, o un ratón), se me levanta el ánimo...]

[Nota 2: De la lectura de la nota anterior, me doy cuenta de que se me pasó la pena y se me mejoró el ánimo, y que sólo me queda la amargura... ]

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13 mayo 2011

Ugly times...

Las cosas están un poco feas
en mi trabajo...

Tal vez un poco más que feas...

Tanto así,
que cuando salimos fuera de la oficina,
y miramos hacia el cielo,
esto es lo que vemos:



07 mayo 2011

No tan hombre, parece...

Siempre me he considerado bien hombre, la verdad.
Pero ayer me puse a pensar en mi auto y yo, y me vinieron unas dudas...

Porque:
- Se da por cierto que los hombres saben de autos, tanto como de fútbol, y que pueden hablar horas sobre el tema, sin repetirse...
- Se da por cierto que los hombres aman a su auto más que a su mujer, y que si los pusieran a elegir entre prestar uno o la otra, preferirían -sin dudarlo- prestar a la mujer antes que al auto... (que cualquier cosa que le hagan a su mujer, con una buena ducha queda como nueva, pero si le chocan el auto, ninguna reparación, por buena que sea, lo dejará como era antes... será para siempre un auto chocado...)
- Se da por cierto que los hombres se preocupan de su auto, lo miman, le compran accesorios y cualquier cosa que les parezca que lo hará verse mejor.
- Se da por cierto que los hombres cuidan su auto, lo limpian, lo lavan y aún lo enceran cada vez que pueden... (que conozco algunos que se pasan horas en eso...)


Pero:
-Yo de autos, sé tanto como de fútbol, es decir, lo básico...  y todo lo que sé no alcanza para 15 minutos de conversación...
-Yo no le tengo ningún afecto a mi auto, y no tengo reparos en prestarlo si me lo piden...  (en ningún caso llegaría a elegir entre él y mi mujer..)
- Yo no me preocupo para nada del auto. No le compro jamás nada, y si tiene un perfume ambiental dentro es porque mi mujer lo ha puesto...
- Yo no cuido para nada mi auto. Si lo lavo una vez cada quince días, ya puede darse por contento, la cera no la conoce ni de nombre, y para él el renovador de goma (ese producto para que los neumáticos se vean negros, como nuevos) es sólo un mito del que ha escuchado en la calle. Además, lo he rayado, golpeado y chocado, todo eso en menos de año y medio.

Y entonces:

He empezado a dudar de si seré tan hombre como pensaba...  :(

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03 mayo 2011

Ausencia...


Blogger trabajohólico
+
Trabajo absorbente
+
Personal ineficiente
+
     Jefe "cero a la izquierda"    
= 
Ausencia prolongada del mundo blogueril...



[mis disculpas por no haber contestado comentarios 
ni realizado visitas]

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