Era
evangélica, decía,
como lo era
su madre,
como lo era
su abuela.
Y era por
eso que usaba
su hermoso
y negro cabello
tan largo
como su falda.
La blusa,
siempre bien abotonada
hasta la
base misma de su cuello,
con el
mismo celo que la falda,
de amplios
pliegues y tela pesada
la suavidad
y blancura de su piel
a los ojos
de los profanos ocultaba.
Era
evangélica, decía,
como lo era
su madre,
como lo era
su abuela.
Y por eso
con ellas iba
cada sábado
al Templo
y cada día
de la semana.
Por la calle
caminaba discreta
siempre con
la vista baja,
que a
ningún hombre miraba,
y aún si
los veía agrupados,
ociosos, en
la siguiente esquina,
cruzaba sin
dudarlo, y los evitaba
Era
evangélica, decía,
como lo era
su madre,
como lo era
su abuela.
mas, cuando
ellas dormían
escapaba
por la ventana
y a mis
brazos se entregaba.
Nunca
olvidé su dulce aroma
como no
olvidé su pelo negro
tanto o más
largo que su falda
como no
olvidé la calidez de su boca
como no
podría nunca olvidar
la suavidad
y tibieza de su espalda.
Era
evangélica, decía,
como lo era
su madre,
como lo era
su abuela.
mas cuando
estaba conmigo
(¿seré
condenado por ello?)
completamente
lo olvidaba.
.
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