15 agosto 2008

Demasiado entusiasmo...


Hay gente que, luego de pasar por una experiencia como la que hemos pasado el último tiempo, y habiendo salido de ella con tan buen pronóstico como nos ha cabido recibir a nosotros (mi esposa y yo), se vuelcan a celebrar la vida, celebrando y gozando de ella como antes no se atrevieron o no quisieron hacer.
Para nosotros, no ha sido así. Nosotros hemos celebrado la vida dedicándonos a construir el jardín que siempre quisimos tener, y al que nunca le dimos tiempo. Nuevas plantas y flores han llenado de alegría algunos rincones del yermo patio de nuestra casa –vivimos en un desierto-, quizá como un reflejo de lo que sentimos dentro de nosotros, por haber conseguido dejar atrás esos días de tristezas, dolores y pérdidas, no sin consecuencias, pero siendo éstas mucho menos complicadas de lo que alguna vez pudo haber sido.
Y en eso estábamos hace unos días, ordenando y limpiando nuestro patio, transplantando nuestras plantitas a una nueva jardinera, y -en fin- compartiendo un tiempo que hace unos meses no teníamos, cuando tuve un pequeño accidente, que me produjo una lesión muscular en una pierna. Dolorosa, y algo complicada, pero nunca tanto.
Cundo regresó mi diecisieteañero hijo, y se enteró, sólo comentó: “es que ustedes, cuando hacen algo, se entusiasman demasiado…”
Quise protestar ante esa acusación, y su falta de consideración para con su padre lastimado, pero callé, porque pensé en sus palabras, y le encontré la razón: nos entusiasmamos demasiado a veces, mi esposa y yo, y nos olvidamos “del calendario” cuando emprendemos algún proyecto, pero ¿qué tiene eso de malo?
Ojalá y nunca perdamos ese entusiasmo…