31 diciembre 2011

Que lo mío lo pago yo...



Supermercado. Mediodía.
Mi negrita. Mis malcriados sobrinos. Yo.

[Antes de llegar, en el auto, mi negrita ha dicho:
- Se me quedó el celular.
Mi sobrino mayor (7), dijo:
- A mí también, y la billetera con mi dinero!
Mi sobrino menor (4), dijo:
A mí no, yo traigo mi dinero.  Y muestra su mano apretada, donde lleva una pequeña moneda.]

Después de mil vueltas por el super, llegados a la caja, el más pequeño trae en la mano una botella de ketchup.
Comenzamos a pasar las cosas, y él puso su ketchup delante.
Lo tomé, lo puse lejos y -por molestarlo- le dije:
- No, ketchup no.
Me miró, con cara de ¿y éste quién se cree?, tomó el ketchup y volvió a ponerlo entre las cosas.
(la cajera seguía marcando artículos)
Tomé el ketchup, y lo devolví al final, lejos.
Me miró con cara asesina., lo tomó y vuelta con él adelante.
Lo tomé, y vuelta atrás.
Rostro algo congestionado, dientes apretados, trae el frasco y lo pone al alcance de la cajera.
Yo lo alcanzo antes, y de nuevo a dejarlo lejos.
Ya no puede estar más molesto.
Trae el frasco, se lo da en la mano a la cajera, y cuando ésta lo pasa por la caja, se mete la mano al bolsillo, saca su única moneda, y se la entrega.
Entonces, me mira con cara de "yo pago mis cosas", y con un orgulloso "Humm",  pasa adelante...



La cajera rió para sus adentros. Su moneda -una de las más pequeñas que tenemos- no pagaba ni la etiqueta del ketchup. ¿Para qué decirle que necesitaba 98 monedas más?


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29 diciembre 2011

Noooo....!!!!!!



Estaba en la cocina, preparando unas pizzas para el almuerzo. Solo.
De pronto, observé en el borde de la mesa un par de manitos.
Entre ellas, dos ojitos café que seguían muy interesados mis movimientos.

El silencio fue interrumpido por una vocecilla que me decía, con el tono de quien sabe de lo que habla:

- Yo sé que la pizza lleva también salchicha.

La mía no la llevaba, por cierto. Pero guardé silencio, y seguí en lo mío.

Y entonces, la vocecilla volvió a oírse, pero esta vez no suave, sino casi en un grito:

- Noooooo, por qué le pones tomate...!!! (y se fue corriendo).


A sus 4 años, habrá comido pizza hecha por mí una media docena de veces, ¿y nunca advirtió que llevaba tomate?.

Es doloroso crecer y enfrentar las realidades de la vida, a veces...


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28 diciembre 2011

Inconcebible...


Objetivo: Niño de 7 años debe estar vestido a las 07:45.

Opciones:

a.- Se le ha enseñado a vestirse solo, por ende, se le dice una vez que se vista. (Esto no debería tomarle más de 5 minutos).

b.- Se le ha acostumbrado a vestirlo por las mañanas, por lo que se procede como cada día. (A cualquier mujer de más de 15 años, esto no le toma más de un minuto y medio).

c.- El niño sabe vestirse solo, pero por cualquier razón, no está vestido aún a las 07:55. Se le viste y ya. (Esto no debería tomar más de cinco minutos, por muy rebelde que se comporte, sólo tiene 7 años).


Dado esto, no me parece para nada aceptable que a las 08:15 el niño aún no esté vestido.
Y me parece aún menos aceptable que siga sin vestirse porque no quiere hacerlo.
Y me parece francamente inadmisible que la madre, una mujer de más de 35 años, tenga que pedir ayuda a alguien más para que el niño acceda a vestirse...

O sea, si no consigues que se vista por la mañana, ¿qué se puede esperar para cosas más importantes?


[Y no, no es excusa que sea madre y padre a la vez porque está divorciada. Las hay -y muchas- en esa condición, y se las arreglan muy bien para salir adelante.]


[Sorry, hay cosas que de verdad me molestan]
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27 diciembre 2011

El duelo...



Voy algo apurado, a buscar a mi negrita a su trabajo.
La calle, de doble sentido y en empinada subida, se abre despejada ante mí, si bien de bajada hay bastante tránsito.
Pero no está despejada del todo, sin embargo.
Allá arriba -dos cuadras tal vez, algo se mueve por en medio de la calle, acercándose a mí.
Es un perro. Un perro negro, por lo que puedo ver.
Camina displicente calle abajo, sin preocuparse de nada, al parecer.
Yo sigo avanzando, y la distancia se acorta. Sí, es un perro negro, de mediana alzada e hirsuto pelaje, que con aires de "a mí que me importa" avanza directo hacia mí...

Hago ademán de tomar mi derecha, para pasar por su lado, ya que no parece querer cambiar su rumbo. Pero lo cambia, hacia su izquierda, como si buscara seguir enfrentándome.
Intento la izquierda. Él continúa bajando, con su paso insolente, ligeramente hacia la derecha.
¿Es que quiere desafiarme?!
Mala idea esa. Si él tiene poco apego a su vida, menos le tengo yo a la mía.
Además que nada arriesgo, ya que voy en auto. ¿Qué se cree? ¿Que voy a detenerme por él?
Se equivoca.

Los 200 metros son ya cincuenta, y se reducen a cada segundo.
El perro sigue de frente, su mirada puesta en mí, y sus pasos disparejos y cojeantes continúan - impertubables- hacia adelante.

Puedo ver sus ojos, desafiantes, su mirada dura, su gesto decidido.
Nada parece existir sino nosotros dos. Y el camino, que se acorta, se acorta ya demasiado.

Un destello de lucidez llega a mi mente, y pienso que nadie, nadie me justificará si sigo adelante, nadie entenderá que este animal me desafía abiertamente, nadie me perdonará si le hago daño... y en el último instante doy un golpe brusco al volante y piso el acelerador, pasando junto al perro, tan junto, que se diría le he despeinado la sucia pelambrera...

Al pasar junto a él, creí ver un brillo rabioso en sus ojos, unos dientes apretados de rabia...

La calle es mía nuevamente, y podría alejarme de allí sin más, pero no puedo.
No puedo evitar mirar por el espejo retrovisor, y allí está. Sigue calle abajo, con su paso disparejo y renqueante, con su aire desafiante, enfrentándose esta vez con un bus. Temí el desenlace. ¿Lo respetará el chofer, miembro de un gremio de pésima fama?

Y bajé la velocidad casi hasta detenerme, para mirar, para ver que sucedía, cómo terminaba ese nuevo desafío del animal.

Y aunque no se crea, la última imagen que pude ver fué el perro, el muy insolente y audaz, parado en firme sobre sus cuatro patas, al medio de la calle, enfrentando a un bus detenido por su causa, con media docena de vehículos detrás...

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23 diciembre 2011

Una cena de navidad




Hace ya horas que el sol se perdió tras los cerros, y poco queda de su luz. 
Muy poco, a decir verdad. 
En la penumbra de la habitación, pequeña, oscura y húmeda, un hombre joven yace atravesado sobre una cama. 
No duerme. Piensa, divaga, mirando el techo en el que el humo de años de cocinar ha pintado extrañas escenas, que van mutando en otras a medida que las cubren nuevas capas de hollín. 
El cigarrillo en su mano se quema pausadamente -no lo ha probado aún-, y el humo sube lento, en gráciles volutas, hacia el techo, deslizándose junto a él en perezoso peregrinar hacia la ventana, pequeño hueco en lo alto de la muralla que carece no sólo de vidrios, sino de cualquier cosa que la haga parecer tal. No es sinó un rectángulo abierto al exterior, sin más pretensiones que permitir el paso del aire. 

Contrariamente a lo que pudiera pensarse en tales fechas -es navidad-, su mente no se ocupa en recordar seres queridos o escenas navideñas vividas alguna vez. No. Su mente vaga por otros derroteros, reviviendo una y otra vez los hechos ocurridos el último tiempo, y que le tienen ahora aquí, lejos de todo, vacío de todo.

Al tiempo que se apaga el intocado cigarrillo, del que queda apenas si el filtro, la puerta -una puerta de de sólidos tablones unidos con láminas de fierro- se abre para dejar paso a su compañero de habitación, de trabajo, de infortunio. No es mucho mayor que él, si bien sus rasgos son más duros, su cabello más largo y su barba más cerrada. 

Entra con decisión, animoso, como si fuese portador de buenas noticias, lo que lo hace incorporarse sobre un brazo y preguntar, ansioso: ¿Qué pasó? ¿No me dirás que...? 
La frase no llegó a terminarse, interrumpida por la respuesta del recién llegado: 
- No, para nada. Te dije que no pasaría. ¿Quién en su sano juicio iba a querer venir a este miserable agujero, hoy, precisamente hoy, sólo por nosotros? Na!, seguro que no aparece nadie hasta el 27 o el 28, y eso si es que alguien se apiada y llega hasta acá. 
- Mierda! -exclama en respuesta su compañero- pensé que al menos podríamos comer algo decente hoy. Siquiera algo caliente, que ayer se terminó el kerosén, y con eso nos quedamos sin cocina... 
 - No te quejes tanto. Bien que sabías a lo que venías cuando aceptaste venir hasta aquí.
 - Sí, sabía que estaríamos lejos de todo y dejados de la mano de Dios, pero, hombre, no hay que exagerar. Y además, ¿Qué necesidad había de recordarme la fecha que es hoy? 
 - Psst, a que tanto escándalo, ni que tuvieras mujer e hijos, y viejo estás ya para acordarte de tu mamita y añorar el chocolate caliente... 
 - Nunca se está muy viejo para eso, pero tampoco te equivocas mucho. La verdad es que poco me acuerdo. No, si no es la fecha lo que me amarga, es el tener que estar acá, solo, sin un mísero café, sin nada que comer y sin más compañía que la tuya... 
 - Chís, buena compañía tienes... la mejor. Ya, ahora levántate y dime que vamos a cenar... 
 - ¿Cenar? ¿estás sordo o eres tonto? Ya te dije que no tenemos nada, a no ser una cebolla que anda por ahí, en ese rincón. 
 - ¿Cebolla? Justo y preciso! Era lo que necesitaba para las sardinas. 
 - ¿Sardinas? ¿Cómo que sardinas? 
 - Si, poh, si tenía guardada una lata de sardinas con tomate pa' los tiempos de las vacas flacas, y adónde más flacas que ahora. Así que dale, pícate la cebolla nomás, mientras yo abro la lata... 
 - Con lo que me gusta picar cebolla... 
 - Ya. Si llorar un poco no te vá a hacer nada, pícale nomás. 
 - ¿Y no tenís un vinito guardado con las sardinas también? 
 - Ja ja ja, no poh, ése ya me lo tomé la semana pasada, mientras dormías... así que a tomar agua nomás. 
 - Sardinas, cebolla y agua, valiente cena navideña... 
 - Ya hombre, que tanto, si lo que importa es comer algo. Ya vendrán otras navidades, mejores, peores, como vengan, y hay que seguir adelante, que no queda otra. Y no le hagas asco a las sardinas, que sí que están saladas, pero es lo que hay, y de aquí no comemos hasta tres o cuatro días más. 

  Y aunque era navidad, aunque era nochebuena, no ocurrió ningún milagro, ningún suceso extraordinario vino a cambiar las cosas, no hubo una luz misteriosa que entrara por la ventana e inundara la habitación, ni se escuchó una música celestial. Tampoco entró un hombre gordo, colorado y jovial diciendo Ho Ho Ho, ni se oyó un sonar de cascabeles. No, no sucedió nada de eso. 

 Y en silencio, a la luz de una mísera vela y sin más música que la del viento corriendo por el tejado, se comieron sus sardinas con tomate y cebolla -regadas con abundante agua-, su cena de navidad. Y se acostaron a dormir, cansados como cada noche, hasta despertar a un día más.

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19 diciembre 2011

Quisiera, cómo quisiera...



Es casi mediodía, y el sol golpea fuerte sobre las espaldas de la gente que, apresurados unos, indolentes otros, circulan por las calles del pueblo a esa hora.

Es un pueblo medio olvidado, que vive más de recuerdos de pasadas glorias que de otra cosa. Sus viejas casonas de pino Oregón, la plaza, de resecos y desnudos árboles, y los abandonados -y ha tanto tiempo inútiles- lanchones maulinos anclados en la rada, le confieren un aire romántico.

Es poco el ruido que hay en sus calles, como escasos son los vehículos que por ellas circulan. Más bullicio hacen las gaviotas, los cormoranes y piqueros, que sus habitantes.

Por la avenida principal, o mejor dicho por su única avenida, tan poco poblada como el resto, camina una mujer con paso vivo, que no se condice con su pobre aspecto y su cansado rostro. Sus vestidos reflejan pobreza, mas no descuido. Ni un roto, ni un descosido, ni nada de sucio hay en ellas, y su cabello, si bien largo y algo enmarañado, se ve limpio.

Su rostro refleja tristeza, a pesar de la media sonrisa dibujada en sus labios. En su mano aprieta tres o cuatro monedas -todas las que tiene- con las que piensa comprar arroz, para alimentar a sus pequeños hijos. Es pobre, y el poco dinero que llega a conseguir se hace nada, se desvanece como sal en el agua, y de poco sirve ante las tantas necesidades que debe atender.

Esa sonrisa tenue que lleva se debe- tal vez- a que se siente tranquila, porque sabe que bastarán esa monedas para alimentar a sus chicos hoy, y aún mañana. Y es que en el almacén al que se dirige ahora, con sus ligeros pasos, ha encontrado -hará un par de semanas- un arroz baratísimo, que le permite comprarlo con su escaso dinero, y aún le deja algo para alguna verdura con que acompañarlo.

-

Lo encontró un día en que, con pocas esperanzas y menos monedas, entró a ese almacén. Alguien le dijo que allí vendían las cosas más baratas, y que valía la pena recorrer todo el pueblo para llegar hasta él. Sin embargo, cuando entró y se enfrentó a los dos muchachos que allí atendían, sintió que perdía la confianza. Los precios que se veían allí, sobre las estanterías, eran más bajos, sí, pero nunca lo suficiente para que estuvieran a su alcance. Menos aún en ese momento, en que llevaba apenas nada.

Los muchachos la miraban, esperando que hablara, que dijera algo, examinando tal vez su aspecto macilento y su ropa vieja, quizá si deseando que se fuera. Pero venció su vergüenza, y con una voz débil, preguntó por el precio del arroz.

El mayor de ellos le contestó -con voz amable- diciéndole una suma que no podía pagar. Ella apretó los labios al oírlo. Era casi lo mismo que en todas partes, un valor mayor de lo que podía pagar. Hizo ademán de irse, pero el muchacho volvió a hablarle, esta vez para decirle que, si quería, podían venderle la mitad, o aún un cuarto de kilo. Ella hizo la resta, y ni así era suficiente lo que tenía, de modo que se volvió para salir, con la amargura pintada en el rostro.

Sólo entonces el otro dependiente le habló, con el tono de quien propone algo que no cree sea aceptado, pero con clara intención de ayudarla.
- Tenemos un arroz más barato. Mucho más barato, pero no es bueno.
Ella le miró por sobre el hombro y él, al ver que había captado su atención, le explicó;
- Es un arroz muy pequeño y quebradizo, casi no viene ninguno entero.
Ella le seguía mirando, sin decir nada, intentando imaginar ese arroz, intentando no hacerse vanas ilusiones.

El primer muchacho intervino entonces, para agregar que lo tenían hace mucho tiempo, porque nadie quería llevarlo, que sólo podían vender el paquete completo, pero que era de medio kilo, y que valía sólo unas monedas.
Ella lo escuchó decir estas palabras con la mirada fija en sus ojos, como si quisiera entrar en ellos y descubrir si se estaba burlando, si todo era una mala broma. Pero él no se reía, ni sus ojos tampoco. Y el otro chico traía ya en la mano un pequeño paquete de arroz, y se lo mostraba. Y el grano era chico, sí, y quebrado en mil trozos que llenaban la bolsa transparente, que nada ocultaba.
Lo siguiente que ella miró fueron las monedas en su propia mano, ahora abierta, y eran las necesarias y suficientes para comprarlo. No supo bien cómo las entregó, ni como recibió el paquete, ni cómo llegó a su casa con él apretado contra el pecho.

Pero allí lo abrió, y cocinó ese arroz para sus niños, y pudo alimentarlos, y pudo sonreír al verlos.

-

Ahora vá nuevamente al almacén, como ha hecho estas dos semanas, a comprar más. Lleva sus monedas en la mano, como de costumbre, y camina quizá si más ligero que antes.

Entra al almacén, y confiada, sonriente, pide su arroz (los muchachos saben ya cuál, y se lo darán enseguida, alegremente, como hicieran nada más antesdeayer).

Pero esta vez no es así. El mayor la mira de forma extraña, y le dice con voz grave:
- Ya no nos queda. Lo siento, se lo llevaron todo.

Ella lo mira, como si no entendiera.
- "¿Todo?" se pregunta para sí misma, "pero si no lo compraba nadie, era mi arroz, sólo para mí, mi arroz."

Sin embargo, ve ahora reflejarse la tristeza en la cara de él, y comprende que es cierto, que ya no hay, que ya no habrá más arroz pequeño, quebrado y barato para ella, para sus hijos. Baja la vista, y se vá. No es primera vez que vé caer en pedazos una esperanza, es sólo una más. Y se va caminando lentamente, demasiado lentamente. Si se hubiera ido más rápido, si no se hubiera tardado tanto en aceptar le realidad...


Pero lo hizo, se tardó.
Y esa tardanza fue fatal, pues a la pena que sentía, se le agrega ahora el dolor, un dolor que se vé, que se trasparenta en toda ella, cuando escucha al otro muchacho decir:

- Sí, se acabó todo, vino un señor buscando algo para cocinarle a sus perros, y mi patrón le dijo:
- Ahí tengo ese arroz malo, que nadie quiere comprar, lléveselo todo y le hago un descuento.
Nosotros le dijimos que usted lo compraba a diario, pero no nos hizo caso. Y el señor aceptó y se lo llevó, para los perros.

La mujer salió, sin saber cómo, a la calle. Tal vez fueron las lágrimas en sus ojos que no le permitieron ver, o bien fue el dolor que sentía lo que la hizo tropezar con el letrero que, en la calle, anunciaba las ofertas del almacén. En ese letrero se destacaba también su nombre: El buen samaritano.





[Quisiera que esto fuese sólo una historia, un cuento, un vuelo de mi imaginación. Quisiera que pasados 35 años no recordara todavía, tan bien, el dolor reflejado en esos ojos. Quisiera no recordarla a ella cada vez que -a solas en el supermercado- enfrento un pasillo con estanterías llenas de arroz, de cien marcas y calidades diferentes. Quisiera, cómo quisiera, poder olvidar ese arroz, pequeñito, quebrado y oscuro, en su bolsa de medio kilo...]

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16 diciembre 2011

No siempre... o definitivamente nunca.

Leí un decálogo, cuyo segundo punto me hizo reír bastante, porque siempre, siempre, me ocurren cosas relacionadas con él:  "No siempre la fila más corta es la más rápida".

Y como tenía que salir, me fuí sonriendo y pensando en la de veces que me han pasado cosas como ésa. Pero la sonrisa se me congeló cuando llegué a mi Isapre, donde iba a solicitar un reembolso por gastos médicos.


Al llegar (primera vez que iba), me encontré con que había dos alternativas:

a)Tomar un número para los módulos de atención normales, que eran 4, y debías esperar el turno para cualquiera de ellos.

b) Tomar un número para el módulo de atención express, que según decía el letrero, atendía exclusivamente un reembolso o compra de bono. Uno.

La primera opción implicaba esperar a que atendieran a no menos de doce personas que allí había.
La segunda, bueno, el módulo se veía desierto. No había nadie.

Y, tonto que es uno, tomé el número del módulo express.
Lo miré, y me faltaba sólo un turno para ser atendido. Sonreí confiado, me veía ya saliendo con mi reembolso en el bolsillo...

Y ahí estaba, junto al módulo, cuando llamaron a la persona que me antecedía. Una mujer. Y la que atendía evidentemente la conocía, porque se saludaron alegremente y empezaron a conversar...  y siguieron conversando...

Por la otra parte, los números avanzaban, uno menos, dos... y en el módulo express recién -recién- unos papeles pasaban de cliente a dependiente, matizados -claro- por palabras y sonrisas y más palabras...

Pasaban los minutos, 2 personas más habían sido atendidas en los módulos normales, y en el módulo express, ninguna novedad. Me acerqué al mesón. Me apoyé en él. Escuché una conversación banal y sin importancia alguna. Miré insistentemente a la señorita. Y nada. Era una situación extraña, bizarra, como sacada de una película. Yo la miraba, y ella me miraba con mirada culpable, sabiendo cuánto llevaba ahí conversando, y timbraba unos papeles, y los entregaba a su interlocutora, y me miraba, pero no paraba de hablar... seguía hablando con ella, mirándome, con un ligero tono de rosa en las mejillas, pero no dejaba de hablar...

Dí el caso por perdido. Y antes de que las palabras que tenía dentro salieran de mi boca, apreté los labios y me alejé. Volví a la entrada, tomé un nuevo número, esta vez de los normales, y me paseé por ese hall, una y otra vez, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, tratando de pensar otra cosa, en cualquier cosa que no fuera ese par de mujeres hablando en el módulo express...

Y ocho personas y 15 minutos después, cuando me llegó el turno de atención, tuve la tentación de hacer un reclamo formal, pero miré por sobre el hombro hacia el bendito módulo express, las ví aún conversando, y pensé que contra eso no habría remedio posible... tal verborrea debe -tiene- que ser algo antinatural... una posesión demoníaca, un virus asesino, o qué se yo...

Hay cosas contra las que no se puede luchar.


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14 diciembre 2011

Animalill@s

Es usual que se digan cosas tales como que los hombres "son unos animalillos cuando están solos". Y no seré yo -que nunca defiendo a mi género, porque bien sé como somos- quien diga lo contrario.

Pero, sin embargo, creo que no se puede negar que nuestras contrapartes -las féminas- también tienen sus momentos:

Piscina.

Paseo de fin de año de un primero básico.

Dentro de la piscina, los pequeños.
Alrededor, las mamás.
El salvavidas, que ha llegado hace poco y aún está vestido, se retira.

Las mamás, obvio, se molestan.

- Pero ¿dónde va? -exclaman-.

- ¿Cómo deja a los niños solos en el agua?

- No es posible...

Entonces, alguien dijo: Viene enseguida, sólo va a ponerse su traje de baño.

- ¿Traje de baño? Ah, pues que vaya, no hay problema, que vaya... nosotras vemos a los niños.

Y pasados unos minutos, el salvavidas volvió... con un grande y feo bermudas por traje de baño.

Los reclamos fueron inmediatos:

- Pero cómo, ¿eso es un traje de baño??

- Así no parece salvavidas...

- ¿y la zunga?

- ¿Un salvavidas sin zunga? Ah, no, no puede ser.


Molestaron con eso toda la tarde.

Unas "animalillas", ¿o no?

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13 diciembre 2011

Una semana de ... (agréguese algún epíteto a gusto)

Esta fue una semana de... 
Trabajé como un perro. 
Alguien dirá que los perros no se la llevan tan mal en esta vida, pero yo pensaba más bien en un Malamute de los ínuit, esos pobres animales que nunca descansan y tiran del trineo hasta que ya son demasiado viejos para hacerlo y se los dan de comida a sus ex-compañeros de tiro. Y peor aún, trabajé como el perro que va a la cabeza del tiro, y no sólo tiene que tirar, sino lograr que los demás también lo hagan, y para el mismo lado. Así me sentía ayer, al terminar la semana, como si ya no pudiese con el maldito trineo y con los demás perros y con el maldito guía...



Además, mi empresa por fin, después de muchos muchos intentos, consiguió bloquear definitivamente el acceso a cuanta página quiera uno usar, de modo que no sólo no puedo ya leer algún blog después de terminar las 12 horas de trabajo, sino que ni siquiera puedo pagar mis cuentas. Escasamente se puede leer el correo, y aún eso con restricciones.

La culpa la tienen los feisbukeros, ésos que están todo el día conectados cambiando estados, y también los que tienen el vicio de las descargas de programas, películas y un "cuantuay" en la red...  cualquiera entiende que nos bloqueen el internet, a ver si así se consigue que trabajen algo...

En fin, una semana de...    pero -como todo- llegó a su fin.




[Lo que había escrito y no pude publicar, lo publicaré enseguida. Lo que no pude leer, tendré que ponerme al día de a poco]

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03 diciembre 2011

Cosas que a uno le toca escuchar...


Supermercado. Tarde de un día cualquiera. Una pareja, llevando un carrito de compras, de ésos con una silla de bebé encima, ingresa con sus hijos. Una pequeña que camina tomada de la falda de su madre, y un bebé de tamaño algo grande para la silla, pero obviamente de poca edad.

Una guardia, que custodia esa puerta, vé al niño y -sorprendida por su aspecto- le pregunta a la mamá:

- ¿Qué edad tiene?

- X meses, contesta ella, orgullosa y con una maternal sonrisa.

- Es grande para su edad ¿eh?, dice la guardia, que se ha acercado al coche e impide -inconscientemente tal vez- que sigan su camino.

- Sí dice la mamá (aún sonriendo), me salió grandecito...

La guardia, mirando al padre -un hombre bajo de estatura, que lleva el carrito- dice entonces:

- Pero el papá no es grande...

El hombre la mira, sorprendido por el comentario, y la madre no dice nada, esperando tal vez así poder seguir adelante.

Más la mujer insiste:

- Y usted tampoco es muy alta que digamos, ¿es raro, no?

Y entonces la mamá de la criatura, francamente mosqueada, le dice:

- Ya está bien ¿no? ¿ No ves que se vá a dar cuenta que no es de él?!!


La guardia quedó sorprendida, boquiabierta, cosa que aprovechó ella para empujar carrito y marido y seguir su camino.



Unos cuantos pasos más allá, cuando su paso volvió a ser normal, él -visiblemente molesto- intenta decir algo, pero su mujer lo interrumpe y le dice:

- ¿Y que querías? Tú no le dijiste nada, y yo tenía que hacerla callar de alguna manera...


[Las armas las carga el diablo... y a algunas mujeres también]
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01 diciembre 2011

Sorpresas...



Este turno, mis compañeros tuvieron un par de sorpresas, relacionadas con el "sexo débil"...  (que -para mí- nunca lo ha sido).

Una de ellas fue que llegaron unas chicas nuevas, como trainee* de Operadoras de equipos pesados.
[Esto significa aprendices de conductor de camiones y equipos mineros, los que, por lo demás, son enormes de grandes.]

No es que sólo llegasen chicas, pero a mis compañeros -obvio- no les preocupan los varones.
Y de estas chicas habían dos más bonitas que lo habitual (una de ellas con unos ojazos...), que nadie se las imaginaba conduciendo un camión minero. Y ese par los tenía a todos revolucionados el primer día, cuando las vimos en el desayuno.

Lo malo para ellos fue que esa alegría no les duró mucho: para la cena ya se habían enterado que ambas chicas eran -ni más ni menos- una pareja: un escandalizado y horrorizado testigo las vio besándose...

Fue un balde de agua fría... 

La otra sorpresa se las dio una de las muchachas que trabajan con nosotros, una digitadora (la más atractiva de ellas y famosa por ser "muy poco accesible"). Ella casi no se relaciona con el personal masculino, y se comporta siempre distante, a diferencia de su compañera que trabaja en el turno contrario, que comparte siempre con los técnicos e incluso va a animarlos cuando tienen algún partido de fútbol.

Este turno, sin embargo, esta chica apareció de buzo deportivo y zapatillas por la cancha -una noche que los muchachos jugaban- y le dijo a uno que quería jugar.

- ¿Quieres jugar?
- Sí, yo juego, y necesito practicar.

Tomado tan de sorpresa, aquél admitió que faltaba uno en uno de los equipos, y habló con los demás para que la dejaran jugar.

Incredulidad, risitas, burlas, todo se olvidó abruptamente y se convirtió en legítima sorpresa -y algún respeto-  desde el primer momento en que alguien le hizo un pase "por ver que hacía con la pelota", y lo que hizo fue jugar, y bien.

Las risas volvieron, y en abundancia, cuando uno que llevaba la pelota se vio interceptado por esa chiquilla y pensó "ésta qué me va a hacer" y trató de pasar a la fuerza. La chiquilla hizo lo que cualquier jugador hombre haría: le "trancó" la pelota con fuerza y él apenas pudo evitar caerse, perdiendo la pelota y ganando las burlas de sus compañeros... 

Al final, todo quedó en que ahora es una jugadora más y participa en todos los partidos, aunque por el número de jugadores no pueda jugar durante todo el tiempo.

Y se supo el por qué de su repentino interés por jugar fútbol: entró a un equipo femenino y, queriendo  mejorar su juego, decidió entrenarse con hombres, ya que en el campamento "es lo que hay...*



[* Frase típica chilena, que resume el conformismo propio del pueblo, el que acepta "lo que hay" disponible y con eso hace lo mejor que puede.]

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