29 mayo 2012

Escribir


Cuando mi negrita vio aquello de "tres veces seguidas", arriscó la nariz, y me preguntó que a cuento de qué venía eso.
Antes de que yo pudiera decir nada, como buena esposa ya tenía su propia respuesta lista: escribes esas cosas para que te lean.

Me dejó pensando, y lo he pensado desde ese día.
Y no hay que pensarlo mucho para darse cuenta de que bien arreglado estaría, si escribiese para que me lean...          
Tendría que haber cerrado hace mucho el blog, si lo que buscara al escribir en él fuese el ser leído, o alcanzar fama como bloguero.

Lo pensé bien, y creo que en realidad escribí ese post -y escribo el blog- sólo para satisfacer mi gusto por  escribir. De hecho, muchas cosas que he escrito no le han gustado a nadie, pero eso no me ha llevado a que deje de hacerlo. Por cierto que -como a todo mundo- me gusta saber que alguien leyó lo que escribí, pero no me quita el sueño si un día me encuentro con que -aparte del spam, fiel seguidor- no recibo comentarios. Cosa que me ha pasado muchas veces en estos más de cuatro años de blog.

Escribo porque me gusta escribir. Eso siempre ha sido una verdad del porte de una casa. Y aún cuando no tenga a mano lápiz y papel (o un pc), escribo igual, en mi mente, y después lo pongo por escrito. Así, en mi mente, escribí mi primera historia cuando apenas había aprendido a hacer caligrafía, a los seis años, en el patio de mi casa. Y no me moví de ahí hasta que imaginé la historia entera, de principio a fin. No he podido olvidar nunca esto, porque cuando entré a casa corriendo para ponerla en papel, con el entusiasmo que sentía no pude recordarla. Sólo recordé -y aún ahora recuerdo- que en esa historia había un gato, una silla y un ratón. He imaginado cien veces esa historia, y la he escrito incluso, pero al final la he botado porque es imposible que sea ésa la que escribí la primera vez. No puedo ponerme en mi propio lugar hace 44 años y pensar lo que pensaba entonces. Tal esa historia que yo no puedo recordar no hayan sido sino una docena de frases (¿que tanto se puede imaginar a los 6 años?), no sé. Y nunca lo sabré, por cierto.

Escribo, porque me gusta escribir. Y por eso quizá me pasó que fuí el Cyrano de más de alguno -hace 5 o 6 lustros atrás-, y me metí en líos enamorando a alguna incauta a nombre de otro, con melosas palabras vertidas en esas cartas de papel y tinta, que hoy casi han desaparecido. Ahora resulta casi gracioso pensar en lo complicado que era, porque lo que yo decía en el papel tenía poco o nada que ver con lo que el Christian de turno le decía en persona a su Roxane. Uno de esos Christian, el más tonto de todos, no entendió nunca que debía leer lo que yo decía en la carta, antes de entregársela, y con mayor razón leer lo que ella le respondía, antes de dármela a mí. Al final  -como es de suponer- resultó que esa nada tonta Roxane se dio cuenta en breve que quien escribía no era el mismo en quien pensaba por las noches. Terminamos conociéndonos, y viéndonos, pero no llegamos a nada, porque -la verdad- aunque era una mujer muy bonita y atractiva (y no negaré que buena), no me acostumbré nunca a la idea de que le gustaba su oficio (ése del que se dice es el más antiguo...).

Continuará... (supongo).


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21 mayo 2012

Más me vale...



Creo que es mejor que haga una aclaración sobre el post anterior, antes de que una turba de chilenas enfurecidas [lideradas por mi negrita, que bien que cuida su apariencia] venga a quemar mi casa y a lincharme...

No es tan así que "las chilenas no se peinan". 
La mayoría sí lo hace.

A lo que me refería es que en este país hay un número creciente de mujeres que "pasa" de preocuparse de su apariencia, y -sobre todo- de peinarse.

Digamos que son adeptas a la moda "talco":

Es decir, salen a la calle con el pelo "talco", tal_como se levantaron.

O bien con los  jeans "talco", tal_como les quedaron, es decir, si les quedan largos, pues los arrastran por el suelo hasta que se rompen. Es como si coser una basta estuviera prohibido...

Pero por cierto que no son todas. 
Aunque sí son las suficientes para que se haga evidente, y para que a cualquiera que no sea de aquí le de la mala impresión de que así son las chilenas.



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18 mayo 2012

Me gustan las colombianas (y no es chiste...)


Me gustan las colombianas.
Y para que no haya esos equívocos a que están ya acostumbradas mis lectoras, precisaré que me gustan las mujeres colombianas.

Sí, las colombianas, ésas que desde hace ya un par de años han empezado a poblar nuestra ciudad, y se han hecho tan abundantes como las hormigas en tiempo del estío...

Me gustan porque, ya sea una señora mayor que barre la calle frente a una gran empresa, o la dependiente de una tienda de los chinos, o la joven que en los subterráneos del hospital empuja un carro con ropa sucia, o la estatuaria negra que en el supermercado acompaña a un chilenito cualquiera, cualquiera que sea y todas ellas, tienen algo que mis compatriotas parecen no tener. Al menos, es fácil notar la diferencia. 
Por cierto que no son todas las chilenas, y tal vez no serán tampoco todas las colombianas, pero la diferencia es notable, y fácil de advertir. 

Pero que nadie se equivoque, no es por sus medidas anatómicas, no. Es por algo mucho más simple: me gustan, porque se peinan...

Sí, tal cual, porque se peinan cada mañana antes de salir de su casa, y sobre todo, antes de ir a trabajar. Cosa que, desgraciadamente, muchas de mis compatriotas parecen haber olvidado hacer.

El turno pasado -sin ir más lejos- una de mis compañeras de trabajo (joven y agraciada), llegó en la mañana con su pelo tomado en una trenza, que le caía sobre un hombro. Le dije que se veía bien así, y me miró con cara de pregunta. La trenza, le aclaré, nunca te había visto con una trenza. Ah, ¿esto? -dijo tomándola-, no, esta es la trenza que me hago para dormir, pero me dio flojera peinarme hoy, y me vine así...

Mas, no se piense que esto es sólo la actitud de una joven aislada, no. Se ha hecho demasiado habitual. Tanto así, que fui hace ´poco a una empresa de buses, a dejar un paquete que mi madre me había pedido enviara a otra ciudad, y me encontré con la desagradable sorpresa de que las dos mujeres que atendían estaban tan chasconas* como si recién se hubiesen levantado. Me molestó un poco, pues pienso que es una falta de respeto al cliente presentarse así. Pero no era eso suficiente, pues llegaron otras dos -algo atrasadas- y comenzaron a atender público tan chasconas como las anteriores.
Me pareció mal. Eso demostraba que no era cuestión de la falta de preocupación de una persona, sino de la propia empresa. Vi entonces la oficina del jefe de ese lugar, y me asomé -con la intención de sugerirle que eso no se veía bien y dejaba mal a esa empresa- cuando me quedé pasmado: no era jefe, sino jefa, y estaba tan chascona como sus subordinadas.

Las colombianas, en cambio, se peinan. Las ves tú por la calle, o trabajando en cualquiera sea la labor y cualquiera sea el lugar, y están correctamente peinadas. Unas cuantas lo tienen fácil -negras en su mayoría- porque llevan trenzas bahianas, pero las más simplemente se dan el trabajo de peinarse cada mañana. Si llevan el pelo largo, casi siempre está tomado en una cola, en una trenza, o de cualquier forma, y aún si no lo está, lo llevan bien cepillado y ordenado. Da la apariencia de limpieza y de cuidado. Y si lo llevan corto, lo mismo, siempre se ve bien peinado. No he visto una colombiana -y doy fe de que he visto muchas- que anduviera despeinada.

Y por eso digo,o  más bien repito, ¡me gustan las colombianas!

         Chascona
 * Chascona: Adjetivo. Bolivia y Chile: Despeinada. Con los cabellos desordenados. Greñuda.



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07 mayo 2012

Al cine



Contra toda costumbre, hábito y u o probabilidad, este fin de semana mi negra me invitó al cine.
(Necesariamente tiene que invitar ella, pues cuando lo hago yo, invariablemente tiene/surge algo más que hacer. Cuando invita ella, yo siempre estoy disponible. De modo que lo hacemos así.)

Fue el viernes.
Una salida romántica, pensará alguien.
Sí, somos tan así, que de las ocho películas en cartelera, fuimos a ver la más romántica de todas:





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04 mayo 2012

¿Me da su número, por favor?



Ésa -exactamente- fue la pregunta que escuché.
- ¿Me da su número, por favor?

Y al voltearme a mirar, ahí a mi lado, delante mío en la fila de la caja del supermercado, había un par de hermosos ojos que me miraban con una cándida expresión. 
Enmarcando esos ojos, un rostro descuidado pero lindo, y más abajo una joven mujer, vestida con un viejo top y unos ajados jeans...

- ¿Cómo? - fue lo único que salió de mis labios, mientras en mi cerebro las ideas intentaban abrirse paso, entre confusos pensamientos.

-Que si me puede decir su número...

- Mi número -pensé para mí- (mi número... ¡mi número de teléfono?? ¿cómo, por qué, de qué?)

Afortunadamente, antes de que alcanzara a decir alguna tontería, la joven, viendo mi confusión, me aclaró bajando los ojos y con voz algo avergonzada:

-Que si me puede dar su número de Cliente al pasar por la caja, para que me hagan los descuentos, que si no, no me va a alcanzar la plata*... 

Y entonces caí en lo que me estaba pidiendo. Mi número, por supuesto, para obtener los descuentos...

Le dije que sí, que estaba bien, y cuando pasó por la caja se lo dicté a la cajera, que nos miró ceñuda, pero lo ingresó sin decir nada.

Y allá se fue la joven, con sus cosas, su descuento y una sonrisa, y ahí me quedé yo, feliz de no haber alcanzado a preguntarle para que quería mi número de teléfono...  y es que ése es el único número que -ante la sorpresiva pregunta-  alcancé a creer que me pedía...



Y bueno, soñar no cuesta nada, ¿no?.


* (En Chile, al dinero se le llama plata en el habla cotidiana)

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01 mayo 2012

Tradiciones.

Tuvimos la oportunidad hoy, en el marco de las actividades del FILZIC (feria del libro del Zicosur), de ver un pasacalles en el que participaban, además de unos bullangueros colombianos, un grupo de baile de Oruro (Bolivia), una Diablada con un centenar de años de tradición.



Hermoso. O al menos así nos parece a mi negrita y a mí, que apreciamos mucho todo lo que es folklore, y mucho más aún si es andino. Para ser honestos, con su música se nos mueven solos los pies, y si no fuésemos decididamente malos para bailar (al menos un servidor), probablemente ya habríamos aprendido todos los bailes bolivianos. 

Sin embargo, pese a lo llamativo de los trajes, y la habilidad de los bailarines, lo que más llamó la atención del público, la que "se robó la película", fue una pequeñita que -seguramente siguiendo la tradición familiar-  acompañaba en el baile a sus padres.


Con un calor apenas soportable para quienes vestíamos de ropa ligera y mangas cortas, sorprendía a todos lo confortable que ella se veía después de recorrer 10 cuadras de pasacalle al paso de los adultos... Sin considerar el hecho de que no usaba una máscara como la de sus padres, el traje era el mismo que el de los demás Jukumaris (osos).



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