01 marzo 2018

Dulce y amargo.

Hoy es un día extraño.
Un día dulce y un día amargo,
ambos a la vez.

Amargo, amargo como el bíblico ajenjo,
tan amargo como el proverbial natre.
Amargo, porque hoy se cumplen 90 días desde que murió,
90 días que llevo viviendo sobreviviendo sin ella.


Mi Negrita, mi Rossana.
No era cosa simple vivir sin tí. Te lo dije.
Pensabas que para mí sería fácil,
que me acostumbraría pronto, 
que encontraría a otra,
tan fácil como encontrar un par de calcetas limpias.
Olvidaste que yo nunca las encontraba,

ni aún dentro de la gaveta,
y que debías venir tú y dármelas,
al tiempo que reclamabas por lo inútiles que somos los hombres,
(padre e hijo), tus hombres.

Te dije que no quería seguir, mi cielo,

viviendo cuando no estuvieras. Te lo dije tantas veces.


Y bien que lo creíste.
Creo que por eso me hiciste prometer que no dejaría solo a nuestro hijo.
Como si fuera un niño, que necesita cuidado y vigilancia.

como si no fuera ya un hombre,
que siente ahora la responsabilidad de preocuparse por mí,
y cuidarme, más de lo que yo puedo cuidar de él.
Pero está bien.
Tenías razón, dejarlo solo, y prácticamente los dos juntos,

casi al mismo tiempo, no habría sido bueno.
En modo alguno.


Un día amargo, en el que reflexiono en estas cosas.


Mas, es también un día que sabe dulce,
pues hoy me llamaron del banco (maldito banco)
y me han dicho -al fin- que el seguro de desgravamen se pagó,
y que la casa es nuestra, que ya no debemos nada.
Tres meses se tomaron para eso. 90 días.

Y esto sabe dulce, a pesar que -como ciertos chocolates-
tiene un algo de amargo.
Que ese seguro funcionara, y que la casa se pagase,
era toda su esperanza.
Nunca aceptó que vendiéramos la casa,
para pagar sus operaciones o sus tratamientos,
porque decía que era su herencia, lo único que podía dejarnos.
Casi se me rompió el corazón cuando el banco,
habiendo ella ya fallecido, nos dijo que no,
que había que estudiarlo, que eso no correspondía,
que tal vez sólo cubriera una parte,
que posiblemente no cubriera nada.

Por eso es dulce este día, porque aunque mi Negrita ya no está conmigo,
al menos esta vieja casa ya es nuestra, ya tiene nuestro hijo
-como ella siempre quiso- un lugar donde vivir,
de donde nadie pueda sacarlo, como nos pasaba a nosotros,
que sólo arrendábamos.

Ah, ¿de dónde podría sacar otra mujer así?
Quiso tener una casa, luchó por eso, me hizo luchar por algo en lo que no creía.
Nos hizo ahorrar, casi al extremo.
Pasamos años en que se las ingeniaba como fuera
para darnos de comer, con lo poco que nos quedaba.
Venció su inseguridad y sus temores y se puso a trabajar,
y lo dio todo por conseguir su sueño.
Hasta que nos dieron el préstamo y compramos esta casa.
Yo no lo habría hecho.
Sin ella, nunca.
Con ella, lo hacía todo.

Y así me va ahora... que sin ella no hago ya nada.

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