27 febrero 2013

Tenía que ser hoy... ¬¬


 ¿Se han fijado? La vida siempre se las arregla para hacernos resbalar en el momento menos pensado. 
Aún cuando te pase algo bueno, siempre hay alguna nube que se cruza por delante oscureciendo la escena...
Esta semana es fin de mes, y por consiguiente, de mucho stress laboral para mí. Generalmente trabajo varias horas más de las que me corresponden, y ya que me corresponden 12 horas diarias, al finaaaaal del día me queda poco tiempo de descanso. 
Estoy acostumbrado a eso, por cierto, pero a veces ocurre que me sienta especialmente cansado, y después de la ducha me acuesto y no sé más de nada hasta las 5:30 del día siguiente. Como decimos aquí, llego "a puro caer..." 
 
Anoche fue así. Razón por la que esta mañana , al sonar el despertador, cometí la tontería de decirme a mí mismo la más peligrosa de las frases que uno puede decirse en la mañana de un día de trabajo: "sólo 5 minutitos más..." 
Por supuesto -y como natural consecuencia de esa frase- desperté 55 minutos más tarde... 
Tal retraso no me dió tiempo a nada que no fuese vestirme y salir. Necesitaba -realmente necesitaba- afeitarme, pues con dos días que no lo haga ya mi cara evidencia la presencia de una blanca barba. Pero no había caso, no me daba tiempo, pues no me gusta llegar tarde a trabajar, así tenga que sacrificar el desayuno o lo que sea, no llego tarde si puedo evitarlo. 
De modo que me fui así a trabajar. Total, pensé, hasta mi oficina no llegan sino los técnicos, y a mi jefe no suelo verlo en todo el día. Menos al gerente. 

Pero, como en esta vida nada sale bien si puede salir mal, no tuve tiempo ni siquiera de sentarme cuando llegué a mi oficina, y ya estaba sonando mi celular. Era (¿cómo no?) mi jefe, que me requería de inmediato en su oficina. 
Porca miseria -me dije-, justo hoy que no me afeité. Pero bueno, no era cosa de negarme, de modo que allá fuí. Apenas entrar, me dice: Vas a participar de la reunión de la mañana (a la que asiste toda la jefatura y nuestro gerente, J), porque J necesita que estés presente hoy. 
Lo único que pensé fue en lo desaliñado que me veía sin afeitar, y ni se me ocurrió pensar en el motivo que hacía necesaria mi presencia. 

Sentado ya a la mesa, en la sala de reuniones, sólo podía fijarme en lo bien presentados que estaban todos. Por eso, fue mayor aún mi sorpresa cuando escuché al gerente pronunciar mi nombre, y decir que me habían citado a la reunión para entregarme un reconocimiento por mi buen desempeño del año pasado, desde que asumí mi nuevo puesto. 
Luego de explicar a todos las razones por las que se me reconocía, me hizo ponerme de pié y pasar al frente, para entregarme un presente recordatorio de la ocasión. Obvio, con fotografía de ambos, para enviar la noticia a la Intranet de la empresa, de modo que los 8 mil trabajadores la vean y se enteren de lo ocurrido.

Y yo, que debería haber estado feliz (porque esperé 15 años para que se me reconociera por mi desempeño), en lo único que podía pensar era en el por qué tuvo que ser hoy, precisamente hoy, el único día del mes en que llegué a trabajar sin afeitarme... ¬¬


Este es el presente que recibí, una réplica a escala de uno de los camiones que vendemos/atendemos. Además de que tiene su precio, para nosotros tiene gran valor sentimental, por cierto, sobre todo después de 15 años de trabajar con ellos.




14 febrero 2013

Mujer porfiada... ¬¬


Yo quiero mucho a mi negrita. Mucho.
Para mí no hay otra mejor, a pesar de que tiene (como todas), uno que otro detalle.
Y uno de esos pequeños detalles es que es porfiada, y piensa que siempre tiene la razón...


Mientras estuvimos en La Paz, el clima no fue del todo bueno, porque en esas alturas, el verano siempre se vé apabullado por un fenómeno que se conoce como "invierno altiplánico", y que produce mal tiempo y continuas lluvias.
Por cierto que nosotros siempre hemos tenido suerte con el clima, donde vayamos. Recuerdo que cuando fuimos a Machu Picchu llevamos ropa de abrigo, ponchos de plástico y zapatos adecuados para la lluvia, y hubo sol todo el tiempo que estuvimos entre las ruinas. Sólo cuando bajamos hasta Aguas Calientes y tomamos el tren hacia el Cusco, se nubló y se puso a llover.
Esta vez no nos fue mal tampoco, ya que en La Paz llovía, pero siempre cuando estábamos en algún lugar protegido. 

Una mañana amaneció especialmente bueno el día, con un sol que brillaba y sin casi nubes, salvo algunos desgarrados jirones que sólo hacían verse más lindo el cielo.
Decidimos entonces ir de paseo a un lugar cercano a la ciudad, llamado Mallasa. Allí está el zoológico y, muy cercano, un sitio llamado "el valle de la luna", por sus curiosas formaciones geológicas.



Bajamos pues desde las alturas en que estaba nuestra hostería (las calles tienen unas pendientes impresionantes en La Paz), hasta el lugar donde podíamos tomar un bus suburbano que nos llevara hasta allá. Habíamos esperado largo rato que llegara uno, y justo cuando ya estaba junto a nosotros, a mi negrita se le ocurrió que era necesario comprar un par de capas para la lluvia.

Me molesté ante su insistencia, pues perdíamos el bus, pero insistió y me dejó solo, buscando lo que quería. Finalmente encontró un puesto callejero donde comprarlas (casi en en cada esquina las venden), y tuvimos que esperar un nuevo bus, tiempo que aproveché para hacerle ver que con el esplendoroso sol que teníamos sobre nosotros, esa pérdida de tiempo estuvo de más. Pero ¿quién le gana a una porfiada? (Ni siquiera yo, que soy también bastante porfiado.)

Largos minutos para que el bus saliera de la ciudad, de bajada, y luego otros tantos para subir y subir y subir hasta nuestro destino. Qué cuestas. Las mujeres paceñas no deben tener nada de celulitis, con tanto subir y bajar calles empinadas toda su vida.

Queríamos ir primero al valle de la luna, pero el muy amable conductor no se detuvo, de modo que llegamos hasta Mallasa. Allí visitamos el zoológico, dejando lo que iba a ser nuestro primer destino para después.

El zoo no es un lugar idílico, pero sí es muy tranquilo, y tuvimos la oportunidad de ver animales que eran nuevos para nosotros (bueno, casi todo bicho viviente es nuevo para quien vive en el desierto), como el Jucumari (oso andino o de anteojos) o el Pecarí de collar. 



Después de recorrerlo todo, el sol empezó a ponerse muy molesto, así es que mi negra se sentó bajo unos árboles a leer su novela y yo -cuando no- me dediqué a sacar fotos, hasta que el calor me obligó a quedarme quieto.





Como a las tres de la tarde decidimos irnos a nuestro siguiente destino. Esta vez llegamos más fácil y más rápido. El lugar es bonito, no hay duda, e impresionan las formas labradas en la roca, que no es roca en realidad, sino sedimentos acumulados en lo que hoy es una cumbre, pero hace unos milenios era el fondo de un lago.




Tomamos el recorrido más largo, de 45 minutos, sin prisas, y sintiendo algo de lástima por esos turistas que llegan en un tour, con un guía que los lleva apresuradamente por el recorrido más corto, de 15 minutos (hecho en 10), para lleváselos luego a otro lugar. Nosotros preferimos andar solos, y hacer lo que queramos, sin que nadie nos apure.

El cielo aún estaba despejado cuando llegamos, si bien allá lejos se veían unas negras nubes, sobre el lugar donde debía estar La Paz.



Recorrimos tranquilamente todo, y aún nos dimos tiempo para sentarnos un rato a disfrutar de la paz y el silencio que allí hay. Silencio que sólo interrumpía algun pajarillo y el lejano sonido de truenos, que se hacían cada vez más fuertes. Pero las nubes estaban allá, lejos, sobre el horizonte, de modo que no había para qué preocuparse.



Seguimos el recorrido, esta vez por una zona más escabrosa, entre altas murallas que ocultaban lo que nos rodeaba, de modo que me sorprendió cuando quise tomar una foto y todo se veía oscuro. Levanté la vista extrañado, y he ahí que las nubes se asomaban sobre nosotros, ocultándonos el sol.
 

Todo se hacía oscuro, y unas ligeras gotitas nos cayeron encima. Pero eran ligeras gotitas, nada de qué preocuparse.

(Nótese el sendero a la izquierda)

Sólo cuando salimos de ahí, y el camino (léase sendero para cabras) nos llevó por un lugar más elevado, nos dimos cuenta que las gotitas no eran tan gotitas, que los truenos sonaban mucho más cerca, y que el horizonte estaba más que negro, y surcado por no pocos rayos y relámpagos...

(la foto salió así de oscura, que no le hice nada)
 Mi negrita, de prisa, sacó su capa de agua,y se la puso, dándome la que había comprado para mí. Pero no me dió tiempo a ponérmela, porque salió a escape buscando la protección de la caseta a la entrada del parque, y yo -obvio- tuve que ir tras de ella. No pude evitar mojarme un tanto antes de lograr ponérmela...

Luego de una húmeda espera junto al camino, pudimos tomar un bus que casi-casi no tenía espacio, de modo que recordando mis años de universitario, me fuí casi en la puerta, afirmado con una sola mano.

Si hubiese tenido una mano libre, habría fotografiado las calles que recorríamos, pues eran un verdadero río, que alcanzaba en algunos lugares hasta la mitad de altura de los automóviles. Como podía guiar ese conductor sin apenas ver por el muy empañado parabrisas, nunca lo sabré.

Afortunadamente (ya he dicho que tenemos algo de fortuna en eso), cuando llegamos al centro de La Paz ya amainaba la lluvia, y pudimos llegar casi sin mayores problemas al mercado, a comer algo caliente.

Cuando ya hubo cesado la lluvia por completo, iniciamos la dura ascención hasta la hostería, donde nada me libró de una noche de mucha tos y un algo de fiebre, por las horas que pasé con la ropa húmeda (uno ya no es un jovencito). 

Pero eso, por cierto, no fue lo peor que hube de soportar.

Lo peor fue que mi negrita -aunque no me lo dijera claramente- no perdía ocasión de recordarme que ella no se había equivocado al comprar las malditas capas de agua... Y aun cuando no pronunciaba palabras, su cara -con esa sonrisita irónica- reflejaba ese típico "y yo tenía razón"...  ¬¬

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13 febrero 2013

Indignada...

Mi negrita está muy molesta.

Dice que podrían haberle avisado antes, y no esperar que se enterase ahora, 24 años después de casarnos, que existía un "Manual de uso" para hombres como yo...




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11 febrero 2013

¿Cómo lo hacen?

 
Recibí un correo con esto, hoy.
Y, la verdad, no comprendo cómo...
No entiendo cómo lo hacen.
Porque es cierto que yo visito muchas páginas y blogs españoles, pero nunca, jamás, uso mi correo "oficial" en ninguna de ellas. Teengo un correo adicional para mi blog, y también uno sólo para registrarme en páginas o en juegos online. Nada de poner todos los huevos en un mismo canasto (como dice el viejo y ya no tan conocido refrán).

Así es que no logro entender cómo demonios El Corte Inglés pudo conseguir mi correo...  ¬¬

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02 febrero 2013

Y el tamaño sí importa... (aunque duela admitirlo).



Del prolongado y reconfortante engaño,
en que me mantuvo la mentira piadosa,
desperté bruscamente, y no sin daño,
aquella tarde, junto al agua rumorosa,
y sufrí un doloroso y amargo desengaño,
al demostrarme él que así era la cosa.
Hube de admitirlo: ¡sí importa el tamaño!



Estábamos aquella tarde, una tarde tranquila y fresca, paseando mi Negrita y yo por el Jardín Botánico de Cochabamba. Un lugar hermoso y apacible, donde el rumor de la brisa entre los árboles y el trino de los pájaros llamaba al espíritu a sentirse en paz.


Después de recorrerlo por completo -lo que nos tomó su tiempo- cada uno decidió pasar el resto de la tarde como mejor le pareciera, cada uno a su aire, como dicen.

Mi negrita escogió un banco a la vera de unos álamos, sombreado por una bugambilia y junto a una pacífica y silenciosa fuente, para sentarse a leer "En el país de la nube blanca", de Sarah Lark.



Yo, por el contrario, me dediqué a recorrer nuevamente los jardines, tomando fotografías a cuanta cosa medianamente interesante se me atravesase por delante. Al fin y al cabo, la fotografía es una de las cosas que más me gustan, bien que mis imágenes rara vez me dejen contento.






Recorriendo, llegué junto a un estanque un poco más apartado, donde algunos escasos peces rojos nadaban apenas visibles bajo las verdosas aguas. Flotando en ellas, habían unas hermosas flores de loto (el loto es una flor que me encanta). De un suave amarillo, se veían preciosas sobresaliendo de las oscuras hojas. En mi ciudad, siempre demasiado desértica, no se ven nunca.

¿Cómo no iba a querer fotografiarlas? Pero mi cámara, una común y silvestre cámara, no me permitía obtener lo que quería, a esa distancia. Para peor, rodeaban el estanque unas muy podadas matas de espino, que a modo de cerco habían puesto allí.


Pasé como pude por entre ellas -no sin algunos pinchazos- y con todo el esfuerzo que para mí significa, me puse de rodillas sobre el pedregoso borde y me estiré osadamente hacia el estanque. Afirmado con una mano de un ligero poste, arriesgando caerme al agua, y haciendo malabares para tomar la fotografía con una sola mano, al fin logré lo que quería...



Me sentía feliz mirando en la pequeña pantalla la imagen que había tomado, a pesar de estar sentado precariamente en esa orilla, y con unas espinas aún acariciando mis costillas.

Pero entonces noté junto a mí algo, y me volteé a mirar. Era un hombre, de pie junto a mí. Me miraba, con una cámara en sus manos. Era una Nikon digital. Desde mi lugar en el piso, me pareció enorme.
El hombre miró la pantalla de mi cámara, donde aún se veía el amarillo loto, apuntó la lente de 15 (o serían 20?) centímetros de largo hacia la misma flor que yo había tomado, y sin más esfuerzo que un ligero ajuste con los dedos, la fotografió. Ni siquiera tuvo que inclinarse un poco.

Luego, como si no hubiese bastado con eso, me mostró la imagen que había tomado -una imagen perfecta y nítida- y con una sutil sonrisa me dijo:
-¿Es una flor bonita, no?

Asentí apenas con la cabeza. Ausente. Derrotado.

Porque -en realidad- en lo único que pensaba yo en ese momento era en que, pese a que siempre me había dicho lo contrario, es innegable que el tamaño sí importa...

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