30 junio 2011

Un viaje de película...

Alguna vez, en una de esas noches sin dormir,
me ha tocado ver una película mala.
Una de esas películas de bajo presupuesto,
sin asunto,
que sin embargo nos obligan a verlas,
que pese a no gustarnos tienen una trama que no nos deja apretar el
boton para pasar al siguiente canal.
Hay películas así.
Pero la que ví hoy, no era de ésas...

Generalmente, durante las dos horas que dura el viaje de regreso a casa,
nos ponen películas en dvd, que podemos ver o nó.
Lo habitual es que la mayoría duerma ese par de horas.

Hoy, el auxiliar del bus puso una película, que resultó ser Linterna
Verde. Bueno -me dije- esta es la película que mi hijo quería ver en el
cine. Dice que tiene muy buenos efectos especiales. Y me apresté a verla.
Pero tras unas escenas, vino el muchacho y la quitó.
Todos nos quedamos mirándolo,
y entonces puso una nueva película:
X-Men, First generation.
Vaya, pensamos, no es mal cambio.
Una pelicula entretenida.

Pero, nuevamente, luego de las primeras escenas, volvió el auxiliar y la
quitó, para poner un tercer dvd.

Esta vez se trataba de Cross, una película que nadie parecía conocer.


Tras dos minutos de verla, nos quedó claro que no había nada que ver.
Traté de dormir, pero no pude. No pude.

Y un asiento de bus no es una cama, que puedes darte la vuelta y ya.
Traté de mirar hacia el techo, pero ahí tenía otra pantalla, casi encima.
Miraba hacia adelante, y ahí estaba también la película.
Y no, no era una de esas películas que aunque sean malas
te obligas a verlas. No. Era tan mala, que no había manera de verla.

Pero tampoco había manera de no hacerlo.
No pude dormir, por más que cerré los ojos, y quieras que no, ví -sufrí-
la mayor parte de la peor película que he visto en muchísimo tiempo.

Cuando terminó, se me vino a la mente que tal vez era cosa mía, que tal
vez era yo demasiado exigente, que pedía mucho. Pero eso fué sólo por
unos segundos, porque entonces escuché unas risitas mal contenidas, y miré a mi alrededor, y ví -en la penumbra del interior del bus- que la mitad de los pasajeros se miraban unos con otros, para luego soltar la risa, si, reírse destempladamente, y hacer cada uno sus comentarios de lo pésima, terriblemente mala que era la película...

Incluso, alguien sugirió que deberíamos pedir la devolución del dinero de la entrada...

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24 junio 2011

En onda Glee


Un viejo y conocido refrán
asegura que en la miel, todo se pega.
No estoy en condiciones de negar tal aseveración.
No después de lo de hoy.

Mi esposa es fan de Glee.
Léase bien: FAN de Glee.

En la miel todo se pega.
Me dí cuenta hoy,
cuando me sorprendí a mi mismo,
mientras conducía,
silbando "Hey, soul sister"...  O_o


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17 junio 2011

De recuerdos y sustos


Hace unos días, me encontré por la calle con un viejo amigo. Se veía un poco diferente (mas viejo, claro), al punto de no reconocerlo de inmediato, pero se me atravesó por delante hasta que noté sus ojos, y lo reconocí.
Hablamos un rato, recordamos aquellos tiempos pasados, nos reímos de nuevo de las locuras de entonces, cuando él tenía 13 años y parecía de 16, y yo tenía 16 y parecía de 13...
Nos despedimos con un cálido abrazo y sin esos falsos intercambios de teléfonos a los que nunca llamaremos, o de direcciones a las que nunca acudiremos...

Ese encuentro me hizo recordar aquella época en que -siendo adolescente- todas mis vacaciones escolares (invierno y verano) las pasaba en su casa, en un pequeño pueblo costero a 60 kilómetros de mi ciudad, en donde trabajaba casi todo el día en un almacén que su familia tenía.
La primera vez que fuí lo hice con ellos, que recién se mudaban a ese lugar, a instalarse.
Limpiamos la vieja casa, por largo tiempo abandonada, y pusimos en orden el destartalado almacén que en ella había. Lo pintamos, construímos las estanterías, ubicamos mostradores, pesas y demases, y nos dimos a la tarea de conquistar clientes, en un lugar en que nadie les conocía, y en donde los comerciantes tenían un sitio ganado durante años.
El papá de mi amigo era, sin embargo, un hombre astuto, y usó modernas estrategias de venta, en un pueblo donde la gente estaba acostumbrada a comprar en el almacén más cercano: escribíamos grandes letreros con ofertas, los que poníamos en la calle (era la principal), ofreciendo artículos 2x1, o con precios mucho más bajos que los de cualquier otro. Sabía él que quien viniera a comprar el azúcar más barata, tendría necesariamente que llevar además otras cosas, que no era asunto de recorrer medio pueblo sólo por eso.
Luego, para atraer a quienes vivían más lejos, ofreció entregas a domicilio para quienes hicieran sus compras cada quincena. Y allá partíamos a hacer las entregas, con mi amigo al volante y yo de repartidor. Los policías del pueblo nunca "lo vieron" (sin licencia y menor de edad), y es que a sus esposas también les gustaba eso de recibir la mercadería en casa, y no tener que caminar largas cuadras -a todo sol- con ellas.

Yo madrugaba para ir a comprar el pan para el desayuno de toda la familia, y luego abríamos el almacén puntualmente a las 8 de la mañana. Almorzábamos a las 2, luego de cerrar, y tragábamos la comida para irnos a la playa a la carrera, a conquistar chicas, para volver a tiempo de abrir nuevamente, a las cinco.
Cerrábamos a las 9, y de vuelta a las calles, hasta las 11 o 12... allí aprendí a jugar al billar, única entretención que había en el pueblo, amén de uno que otro baile algún sábado.

No me pagaban por mi trabajo (no daba el negocio por entonces para pagar sueldos). Pero sí, al regresar a mi casa, me entregaban un par de cajas llenas con alimentos y mercaderías, que yo entregaba con mucho orgullo a mi mamá al llegar, y que ella recibía con mucho contento, pues nuestra despensa era por entonces bastante escuálida.

Mientras permanecía en el pueblo, mi habitación quedaba al fondo de la casa, lejos de los dormitorios de la familia, más allá de las bodegas y de la cocina, junto al patio. Un patio enorme, en el que crecían algunos árboles, y cuyas murallas se perdían detrás de pilas de viejos cajones de fruta vacíos, en los que se escondían no pocos ratones. Estaban allí desde los tiempos en que el almacén había sido el mejor del pueblo, antes de que sus anteriores dueños decidieran irse a la ciudad. Al fondo, a buena distancia de la casa, estaba el gallinero, donde vivían una treintena de aves, entre gallinas y patos. Aunque yo nunca fuí temeroso, no me gustaba salir tarde a ese patio: tenía demasiadas sombras, demasiados rincones, demasiados ruidos extraños.

No era temeroso, digo, y no miento, pero no niego que una vez pasé un gran susto...

Había llegado ese día al pueblo, tarde ya, y me había instalado en mi habitación, que era en el fondo mitad bodega y mitad dormitorio. Se acumulaban allí cajas y sacos, arrumados casi junto a la cama que -en mis largas ausencias- permanecía vacía.

Esa noche me acosté cansado, y me dormí de inmediato. Sin embargo, dormido, me pareció sentir que alguien se había sentado a los pies de la cama. Abrí los ojos en la oscuridad más absoluta, y escuché entonces, allí, cerca de mí, una respiración cavernosa, un sonido inhumano, como de ultratumba. Una sensación de frío recorrió mi espalda, no sabía qué hacer. Entonces, me volteé rápidamente sobre la cama, y encendí la lámpara del velador. La pobre luz de la vieja ampolleta apenas conseguía disipar las sombras, pero bastaba para ver que sobre la cama no había nadie, y que nadie había en la habitación...
El sonido de la respiración también se había perdido, y no se escuchaba ningún ruido.
Sentado en la cama, miré hacia el vano donde debió haber una puerta y nunca la hubo, y hasta donde se veía el pasillo, no había nada.

Bah!, me dije. Ha sido un sueño, eso es todo. (como he dicho, no me atemorizo fácilmente).

Apagué la luz, me arrebujé bajo las frazadas, y me dispuse a dormir.

Oscuridad, silencio, me rendía ya al sueño, cuando volví a escuchar esa respiración cansada, grotesca. Y volví a sentir el peso de un cuerpo sobre la cama, al lado mismo de mis pies. Me quedé quieto, escuchando. La respiración, algo agitada al comienzo, se fué haciendo más lenta, y más horrenda también.
No lo soporté más, nuevamente el salto, nuevamente el encender la luz, nuevamente estaba solo en la habitación. Esta vez no podía decirme a mí mismo que lo había soñado. Esta vez estaba despierto cuando ocurrió.
Me levanté, y ya con pantalones y zapatos puestos, me volvió el valor al cuerpo, de modo que caminé hacia la entrada, me asomé hacia el pasillo y prendí la luz. Hacia el interior de la casa, no había nada. Miré hacia el patio. Nada. Caminé unos pasos hacia afuera, con la misma decisión con que entraría uno a la cripta de un vampiro a medianoche, y nada. Un poco más allá, la silueta y los brillantes ojos de un gato, pero, hombre, ¿quién se preocupa por un gato cuando acaba de sentir la respiración de un monstruo del averno junto a la cama?. De modo que volví sobre mis pasos, y a la cama de nuevo, esta vez con el cuerpo helado como el hielo mismo, que salir sin camisa en invierno no era de chiste.

Luz apagada, estremeciéndome de frío en la cama (si es que era de frío), y entonces ¡vuelta a lo mismo!: la respiración siniestra, el peso sobre la cama, el corazón apretado, el sudor frío humedeciendo mi espalda...

Y esta vez me levanté, encendí la luz, y sin buscar lo que ya sabía que no estaría, sin ni siquiera vestirme, acarreé sacos y cajas y formé un muro inexpugnable frente al vacío de la puerta, preocupándome de que ni un mísero ratón pudiera encontrar un resquicio por donde entrar. Luego me metí a la cama, pero me quedé allí, sentado, escudándome tras las frazadas y con la luz encendida, esperando, oyendo, atento a cualquier sonido, vigilando mis defensas, temiendo que en cualquier momento se comenzaran a mover...

Así me sorprendió la aurora y el sonido del despertador, durmiendo sentado contra el respaldo de la cama, y con la luz encendida...

De carrera debí mover todo y dejarlo en su sitio, y de carrera, pues estaba retrasado, fuí a por el pan...

A la hora del almuerzo, ese día, y no sin vergüenza, le conté a la hermana de mi amigo, mujer mayor y la dueña de casa, lo que me había sucedido durante la noche. Guardó silencio unos momentos, luego sonrió pícaramente, y después terminó riendo de buena gana...

Yo, sin saber si molestarme o desear que me tragara la tierra, no hallaba qué decir, o hacer ¿debería levantarme de la mesa e irme?

Y entonces, me miró y me dijo que no me preocupara, que lo que me pasó no era nada extraño, sino fácilmente explicable. Me dijo que meses atrás se había ido su vecina, dejando atrás su gato, el que poco a poco se había aquerenciado en la casa, tomando para sí mi vacía cama, lugar donde acostumbraba dormir cada noche. Y ese era el cuerpo que yo creía sentir sobre ella, nada más que el gato que porfiadamente se subía encima para dormir.

Molesto, le repliqué que no podía ser, que eso no explicaba la respiración horrorosa que yo había escuchado, que ningún gato podría respirar así. Riéndose de mí, nuevamente, salió al pasillo, y llamó al gato, ofreciéndole comida. Y allí llegó el maldito, y efectivamente, era uno de esos gatos grandes -enorme diría- y hacía un sonido horrible, cavernoso, a cada respiración. Y ahí, con las pruebas a la vista, me explicó que el gato respiraba así porque tenía asma crónica, y aunque era desagradable el escucharlo, ella por pena lo había acogido...

Y ese había sido mi monstruo del averno, un gato asmático, que insistía (como todo gato) en tomar posesión de un lugar que consideraba suyo -mi cama-, y que huía al encender yo la luz y levantarme , llevándose su sonido espeluznante con él...

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Melancolía...


A veces pienso 
que deseo tantas cosas,
tantas.
Que deseo tener esto, y aquello,
y renovar las cosas que ya tengo por otras más nuevas, 
más grandes tal vez,
mejores por cierto,
más actualizadas.

A veces lo pienso mejor, 
y me doy cuenta que en realidad no las deseo,
que no deseo casi nada.

A veces lo pienso mejor, 
y creo que lo único que deseo,
realmente,
con el corazón,
es una casa de barro,
con piso de tierra, 
junto a un árbol que dé sombra a mediodía,
y cerca de un arroyo cristalino
que cante la canción de las aguas.

A veces lo pienso mejor,
y me doy cuenta que esto que realmente deseo,
que parece algo tan simple,
una bobada,
en realidad
de simple 
no tiene nada.

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12 junio 2011

¿Cat lovers, poco confiables?

Una bloguera decía por ahí que los hombres son poco confiables,
pero que ninguno era peor -en ese sentido- que aquellos hombres que gustan de los gatos...

¿Será cierto?


¿Son los hombres amantes de los gatos menos confiables que otros?
¿Significaría eso que los amantes de los perros lo serían más?
¿En qué pié quedarían los que gustan de los conejos, cobayos, hamster y/o ratones?
¿Y aquellos a los que los animales los traen sin cuidado?

Si sirviera de algo, haría una encuesta, pero en este mi blog no serían fiables los resultados, porque serían muy pocas opiniones.

De modo que me limitaré a lanzar la idea, a ver si alguien más popular lo publica y obtiene mejores conclusiones.

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10 junio 2011

Canción de Hielo y Fuego... o Carta a George R.R. Martin

Para nada estimado Sr. George R.R Martin:

He leído su obra "Canción de Hielo y Fuego", todos los capítulos: "Juego de Tronos", "Choque de Reyes", "Tormenta de Espadas" y "Festín de Cuervos".

Y permítame usted decirle lo siguiente.

Pude aceptar que haya Ud. matado, así, sin más, a varios protagonistas de la historia, dejándome cada vez más sorprendido por los violentos giros de ésta, comprendiendo que así es la vida, que te mueres de un momento a otro y todos los planes que hayas hecho se los lleva el viento.

Pude aceptar que Bran haya desaparecido detrás del Muro, junto a Meera y Jojen y pude aceptar que no se supiera que fue de Rickon, tras partir de la mano de Osha.

Pude aceptar que, dado el mundo machista en que vive, Asha se haya quedado sin su anhelado Trono.

Pude aceptar, aunque no sin un nudo en la garganta, que le haya deparado una muerte tan sin asunto, tan carente de sentido, a Ygritte, la besada por el fuego.


Pude aceptar, aunque no sin que se me escapara una lágrima, que Corazón de Piedra (personaje por demás sin sentido, que nada aporta y que debió seguir donde estaba) haya matado, en un acto tan sin razón ni motivo, en forma tan ignominiosa, a la siempre doncella Brienne de Tarth.

Pude aceptar, aunque no sin molestarme, que haya dejado ciega a la tan sufrida Arya de la Casa Stark, después de haberla convertido en Arry, Comadreja, Nan, Perdiz, Salina y Gata.

Pero lo que no pude, ni podré aceptar, es que me haya dejado sin saber el fin de la historia, que me haya dejado sin saber que pasó con Daenerys de la Tormenta, Madre de Dragones, la que no arde, Khaleesi de los Dothrakis, reina legítima de los Siete Reinos de Poniente...


Eso sí que me parece inaceptable, y es más, imperdonable.

¿Cómo puede terminar el último libro diciendo que le sobra material escrito para el siguiente, y prometiendo que continuará la historia el año próximo, para luego dejar pasar 6 años sin hacerlo?

Señor, deje la flojera a un lado, y póngase a escribir...                                  

[Nota: Después de escribir esto, me enteré que el señor Martin ha prometido publicar el siguiente tomo -"Danza con Dragones"- el próximo mes. Pero también he sabido que restan dos más para llegar al fin de la historia, y que está molesto con sus lectores por pedirle lo mismo que yo. De modo que siguen siendo válidas mis palabras.]

05 junio 2011

Con una rubia, en la cama...


Me acosté esta tarde, a dormir la siesta.
Y dormí profundamente.
De pronto, algo me despertó:
un ruido, alguien que entró al dormitorio, no sé.

Adormilado aún, abrí los ojos, y lo primero que ví,
a mi lado, junto a mí, fue una cabellera rubia,
muy rubia,
platinada casi...

Y pensé, a medias despierto: una rubia...

¿Una rubia?!!

Y me senté en la cama, asustado
(que hace muchos años que no duermo con una rubia),
para darme cuenta, entonces,
que no era más que una de las muñecas de mi esposa, 
que suelen estar sobre las almohadas durante el día.
Seguramente me dí una vuelta en la cama mientras dormía, 
y terminé durmiendo casi abrazado con ella.


Ahora no sé si estar aliviado de que era sólo la muñeca,
o triste por la misma razón...  ¬¬

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