30 septiembre 2012

Las hijas del cuco...


El cuco es un pájaro famoso por aparecer en los relojes cucú (o de cuco).
También es conocido porque no hacen nidos. Buscan el nido de algún otro pajarillo y botan sus huevos al suelo, para poner en su lugar uno suyo. Así, esos pobres e inocentes pajarillos crían un hijo ajeno -mucho más grande que ellos y ávido de comida- como propio, hasta que un día empluma y se va del nido sin más...


Definitivamente, hay hijos que no parecen ser de sus padres, sino del cuco...

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Yo no presumo de buen hijo. Nunca lo he sido.
Ni con mi padre, ya fallecido, ni con mi madre, que vive conmigo.
De hecho, si mi madre vive conmigo desde hace más de veinte años (el mismo tiempo que llevo de casado), no es gracias a mí, sino porque mi negrita me insistió en que no podía dejarla sola y me hizo traerla con nosotros.
Sin embargo, pese a que  no soy un buen hijo, nunca fui tan malagradecido con mis padres, como para hablar mal de ellos indiscriminadamente.

Ayer tuve que ir al banco. Me pasé casi una hora en una fila que parecía interminable. Y estando allí, no pude evitar (era imposible hacerlo) escuchar la conversación de dos mujeres jóvenes, que hablaban con tal libertad que se pensaría estaban a solas.

Hablaba una de ellas de sus padres, y bastante mal por cierto.
Decía a su interlocutora lo molesta que era su madre, y relataba las muchas ocasiones en que había tenido que ponerla en su lugar.
Mencionó luego a su padre.
(Qué mal hombre ése, válgame Dios. Imagínense que pretendía que ella no faltara a clases en la universidad. Habráse visto...)
"Como si fuera a echarme un ramo, por faltar un dia a clases"
"Le dije que cuando reprobara una clase, cuando le dijera que no quería seguir estudiando, entonces dijera que estaba perdiendo su plata, pero que mientras no pasara eso no me molestara"

Estas cosas decía, y muchas por el estilo, a toda voz, como si a las cuarenta o más personas que allí estábamos nos resultara interesante saber cuán poco apreciaba lo que por ella y su hermana habían hecho sus padres. 

Triste resultó oírla decir que, ya tituladas y con trabajo, su hermana y ella se habían ido de su casa. Triste, porque habló con sorna de las lágrimas de su madre, y -aún más- se burló de las que apenas logró contener su padre. Refirió que sus palabras de despedida habían sido: "Ahora van a saber lo que es vivir sin nosotras"

Todo eso y más le oí decir de sus padres. Por cierto, contaba con el pleno acuerdo de su interlocutora, que a su vez agregaba uno que otro comentario sobre los suyos propios.

Pero, no bastándole con todo lo dicho, agregó algo más. Un algo más que yo no puedo aceptar, que me parece lo peor de esa media hora de conversación:
Dijo que  gracias a que su padre ya no tenía que pagar las mensualidades de la universidad de ella y de su hermana, podría tener nuevamente poder adquisitivo, y que se alegraba de que, teniendo él -como tenía-  un buen trabajo que le permitiría jubilarse bien,  de viejo no sería un estorbo para ella...

Juro que tuve que morderme la lengua para no decirle, a través de las personas que nos separaban, lo que pienso de ella. 



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22 septiembre 2012

Hojas verdes y florecillas amarillas...



Llegó la primavera.
Desde hace un par de semanas, empezamos a limpiar el jardín, que se había vuelto un desastre, un rincón salvaje donde cada quien crecía como le venía en gana.

Hoy estaba en lo mismo, cuando me encontré con una maceta llena de hojas verdes y pequeñas florecillas amarillas.
Se veía bonita. Mucho.
Mas de pronto me dí cuenta de algo que no había advertido enseguida, algo que me recordó una escena de mi pasado, un pasado muy antiguo, de los tiempos de mi infancia.

Recordé que, un día, jugando en el amplio patio que había en la casa que habitábamos, me encontré con una pequeña plantita, muy linda, creciendo junto a las plantas que mi papá tenía.
Mi papá era un hombre de campo, nacido y criado en un pueblo en la cordillera del Chile central, por lo que desde que nos vinimos a vivir en este árido desierto, siempre hubo plantas y animalitos en nuestra casa.
Y ahí estaba yo, niño de unos 9 años, en cuclillas, mirando esa plantita nueva para mí, cuando llegó   él a mi lado. Le mostré entusiasmado la nueva plantita, esperando que me dijera qué era.

Me sorprendió mucho su seca respuesta:
- Arráncala, es una maleza.

No entendí nada. ¿Mi papá, a quien tanto le gustaban las plantas, quería que matara esa plantita tan bonita, tan frágil, tan delicada?
Lo miré desde mi lugar, allá abajo, hacia su altura, y le dije:
- Pero papá, ¿por qué?, si es tan bonita...

Me sorprendí aún más ante su nueva respuesta, y ante su tono enojado:
- Ya te dije que es una maleza, sácala.

Yo no entendía qué era una maleza. Sabía, de haber ido al pueblo todas las vacaciones desde recién   nacido, que eran malezas todas las plantas que crecían a los costados del camino, en los canales, en el río, alrededor de los campos y bajo los árboles, pero no entendía qué las hacía diferentes de las demás plantas que me rodeaban. 

No arranqué esa pequeña maleza ese día, lo que enojó a mi papá. Yo nunca desobedecía, y menos a él, pero no me parecía justo matar esa plantita tan frágil y tan linda.

Muy molesto, mi papá se fue sin decirme ni una palabra más. (Él no podía ya agacharse lo suficiente para arrancarla por sí mismo, la enfermedad estaba más avanzada en él, a esa edad, de lo que está en mí hoy en día, y vaya que me cuesta hacerlo a mí, de modo que imagino su frustración por no poder hacerlo por sí mismo, y comprendo su enojo por mi desobediencia, que lo hizo irse y dejarme solo).

Pasados un par de días, recién me dí cuenta que la plantita ya no estaba, pero niño como era, no le dí más importancia.

Unos años más tarde, cuando con mi padre plantamos zanahorias en nuestro patio, me explicó él "con manzanitas" qué era una maleza, y por qué había -bonitas o no- que eliminarlas radicalmente.
Una maleza es una planta que lo cubre todo, y de tal manera, que nadie más que ella puede vivir donde está presente.

Y eso es lo que recordé ahora al ver esa maceta cubierta por lindas hojas verdes y florecillas amarillas: recordé que yo no compré esa gran maceta, no la llené de tierra de hojas, no la aboné, la regué y la cuidé mucho tiempo para que se llenara de pequeñas florecillas amarillas y lindas hojas verdes.  Todo lo que hice con ella y en ella fue para una hermosa planta, que nos gustaba mucho y daba grandes, bellas y perfumadas flores.  Una planta que ahora no está, que no existe, y de la que buscando bajo las pequeñas hojas verdes y las lindas florecillas amarillas, sólo encontré una viejas raíces.

Entonces recordé (pues ya lo había aprendido), por qué había que arrancar las malezas cuando nacen, cuando apenas empiezan a aparecer, antes de que se desarrollen y nos cautiven con la simplicidad de su belleza. Yo no lo hice, porque cuando aparecieron en esa maceta las primeras hojitas acorazonadas, me parecieron lindas, y las dejé crecer. Cuando empezaron a cubrirla y caían por los costados, me alegré de haberlas dejado. No advertí, sin embargo, que al ir creciendo ahogaban la planta que tanto nos gustaba, y que tanto queríamos. No advertí, al pasar a su lado cada día, que mientras las hojas verdes se hacían más abundantes, más grandes y más bonitas, la planta desmejoraba y moría. No me dí cuenta porque me llenaban los ojos las hojas verdes y las florecillas amarillas.
Ahora, ya no hay caso. la planta murió, y la maceta les pertenece por completo. Pero ya no me parecen tan bonitas sus hojas verdes y sus flores amarillas.

Ahora sé bien (cuarenta y tantos años después), el porqué mi papá se molestó tanto conmigo en esa ocasión. El sí sabía lo que eran las malezas.

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Después de todo esto, me quedé reflexionando, y pensé que (como todo lo de la naturaleza), esto se puede aplicar a nuestras vidas: ¿cuántos hay que, deslumbrados por las malezas, dejan de lado lo que realmente les importa, sin darse cuenta que lo están perdiendo? Al final, cuando se quieren dar cuenta, ya no tienen sino malezas, que se ven bonitas, pero que no tienen ninguna utilidad. Y eso es todo lo que les queda al final de la vida.

Hay tantas cosas vanas a las que le damos importancia, y les dedicamos tiempo (a veces demasiado tiempo) y le restan importancia y tiempo a quienes realmente deberíamos dárselos.


[Esto no se aplica a escribir o leer blogs, of course. 
Los blogs son una de las plantas que más me gustan]

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19 septiembre 2012

La envidia de todos...



Mis compañeros me envidian.
Al menos, todos los que están casados. Eso, seguro.

Esta semana se celebraron nuestras fiestas patrias, 3 días de feriado que comenzaron el lunes, por lo que suman 5 días de descanso. Para muchos, además, ha significado "hacer un sandwich" ("puente" que le dicen en otros lares) con el jueves y el viernes, convirtiendo estos feriados en unas verdaderas vacaciones.
Para mí no son tan tan largas, porque tengo que subir a trabajar el jueves (y sólo el jueves).

Pero lo que hace que sea la envidia de mis compañeros casados, y despierte sus más oscuras y viciosas fantasías, es que mi negrita se ha ido a ver a su hermana, en otra ciudad, dejándome solo en casa, toda la semana.
Comenté eso en el trabajo, y a varios les brillaron los ojos, y no faltaron los comentarios tales como: "pero cómo la va a pasar éste, solo en la casa y con el aguinaldo de fiestas patrias en el bolsillo", "la media fiesta" o "éste "lo va a pasar chancho" y también "yo -con esa suerte- lo pasaría cada noche con una mina distinta..."  (*mina = mujer).

Yo los dejé hablar todo lo que quisieran, y sólo sonreía ante tales afirmaciones.
A lo más, dije que un caballero no habla sobre las cosas que hace...

Y la verdad, aunque no pienso decírsela a ellos, es que sí me he pasado las noches en la cama con otras mujeres, todas las noches, y no siempre con la misma, por cierto, que las hay muchas distintas, y cada una tiene sus gracias y habilidades especiales, y no es cosa de desperdiciar la oportunidad de tener tanto tiempo libre para probar todas las que pueda...

De modo que he estado con pelirrojas, rubias, morenas, platinadas y -cómo no, si me encantan- tres bellezas asiáticas...

Consecuencia de ello es que he andado agotado todos estos días de supuesto descanso, por la falta de sueño...

Pero ha valido la pena, vamos, que me he divertido muchísimo con ellas, y nunca tengo tanto tiempo para dedicarles como he tenido ahora...




[Okey, lo sé, en el juego también hay personajes masculinos, pero -la verdad sea dicha- no sé porqué hasta ahora no encuentro una buena razón para usarlos... ]

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Como aclaración posterior, no todas las Campeonas de este juego se ven así. Por ejemplo, Annie luce como una dulce niña, aunque su oso Tibbers no tenga nada de dulce.


14 septiembre 2012

Tanto esperar...

Mi regalo de mí, para mí.

Tantos años, tantos, 
esperando
para llegar a tener cincuenta años.
(Cincuenta,
suena casi como un logro,
sabe casi como a meta alcanzada.)

Tuvieron que pasar muchos años,
tuvieron que pasar muchas,
demasiadas cosas,
para que llegara a tener cincuenta años.

Y, no obstante, duraron tan poco.
Se fueron, se acabaron.
Fue tan breve el tiempo, apenas doce meses,
doce breves meses,
los que pude conservarlos.

Y es que hoy, así, tan simple y tan fácil como un nuevo amanecer,
se fueron.
Mis cincuenta años se fueron,
en brazos de los cincuenta y uno.

Cincuenta y uno.
Que número tan feo, y tan desabrido.
Cincuenta, en cambio, sonaba bien,
sonaba distinguido.
Cincuenta y uno, por lo contrario,
sólo suena a primer paso hacia otro número más alto,
tanto más lejano...
(Que preferiría, por lo demás, no alcanzar).


Mis cincuenta años se fueron,
hoy,
sin pena ni gloria, 
mas no exentos de alguna alegría...


El regalo de mi Negrita (Sí, lo sé, me consiente demasiado,
pero ¿que se puede hacer cuando lo quieren a uno?...)
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06 septiembre 2012

Noche