29 julio 2011

Autosextop

Era noche cerrada, una noche oscura, sin luna.
La carretera se extendía en una recta interminable, atravesando el desierto. Nada había en kilómetros a la redonda, sólo la vasta extensión de la pampa.
Se dirigía hacia una mina, de donde lo habían llamado con urgencia hacía un par de horas. No le había hecho ninguna gracia el levantarse a medianoche, y menos aún el ir a buscar la camioneta, y a cargar lo que debía llevar.
Pero nada podía hacer, era su trabajo, al fin y al cabo.

Llevaba ya casi dos horas de camino, y había dejado atrás todo sitio habitado, de modo que conducía sin mayor preocupación. Pero de pronto, allá lejos, donde apenas si llegaban las luces del vehículo, vió a una mujer, parada junto a la solitaria carretera, que le hacía señas, pidiendo la llevara.


Sorprendido, desconcertado, por la presencia de una mujer en un lugar tan desolado, y a esas horas de la noche, detuvo la camioneta unos cuantos metros más allá, con la duda todavía de si en verdad estaba allí.
Miró hacia atrás, por el espejo, y nada podía ver. Puso la reversa, y entonces las luces le mostraron a la mujer, acercándose con pasos tan ligeros como podían permitirle la oscuridad y lo agreste del suelo.

Retrocedió con el vehículo, para hacerle más corto el camino, y se detuvo a su lado. Sólo cuando ella abrió la puerta, y le pidió que la llevase, pudo verla bien. Tendría unos cuarenta, no menos, de estatura mediana y figura un tanto descuidada. Algo despeinada por el viento, habitual en las noches del desierto, vestía una blusa de pronunciado escote, que al estar ella inclinada en la puerta resultaba muy generoso, y una falda hasta media pierna que ceñía sus caderas.

Él le respondió que sí, que la llevaba, pero que subiera pronto, pues tenía apuro por llegar a su destino. No terminaba de acomodarse ella, apenas cerrada la puerta, cuando la camioneta volvía ya al camino, y reemprendía su veloz viaje.

Tenía él por hábito llevar gente en sus viajes, para hacerlos más amenos, para conversar con alguien, para conocer de esa manera gente nueva, cosas que en los escasos días de descanso no tenía tiempo ni ocasión de hacer. Pero aquella noche no estaba él para eso. Se concentraba en conducir, con la sola idea de llegar pronto y poder regresar a su casa. Llevaba ya demasiados días viajando a uno y otro lugar, y añoraba pasar al menos una noche completa abrazado al cuerpo cálido de su mujer.
De esta forma, el silencio empezó a hacerse notorio, y su acompañante creyó apropiado el momento para iniciar una conversación.

- No hablas mucho, tú.
- No, hoy al menos, no.
- Ay, pero ¿por qué?. ¿cómo no me conversas de algo?, así no te da sueño, y yo te puedo acompañar.
- La verdad es que no quiero hablar, sólo quiero llegar pronto.

La mano izquierda de ella se posó suavemente, como por casualidad, sobre la pierna de él, cerca de la rodilla, y la apretó ligeramente, mientras decía:

- Pero no seas tan aburrido, pues, cómo no vas a querer hablar conmigo...

Tal vez fuese la insistencia, o la solapada caricia, pero finalmente él terminó por ceder, y le preguntó:

- Oye, ¿y se puede saber dónde vas?
- Donde vayas tú -respondió ella, coqueta.
- Que no, que es en serio, ¿qué hacías en pleno desierto y a estas horas? Debes haber estado helándote ahí.
- Sí, estoy muy helada, me hace falta calor, mucho calor -le dijo, con una sonrisa, sugerente.
- Lo siento, dijo él -como quien oye llover- no puedo prender la calefacción, porque el calor me dará sueño, y no puedo detenerme, voy muy apurado.
- Ay, pero que fome, si yo no hablo de "la calefa"... hay otras formas de abrigarse...

Sólo entonces pareció él darse por enterado, y la miró más detenidamente. Y recién ahí advirtió que ella estaba sentada de lado en el asiento, que sus piernas semi abiertas habían hecho que se le subiera la falda, que su escote seguía mostrando esa mal contenida abundancia, que su mano no había dejado de estar sobre su pierna, y que, al contrario, había subido bastante por ella...

Frunció el ceño, preguntándose ¿qué está pasando?, y siguió conduciendo. Había llevado mujeres muchas veces, de todo tipo, pero nunca le había pasado algo así. Por lo general, se sentaban pegadas a la puerta, hasta que más adelante ya se sentían más tranquilas y se acomodaban en el asiento, hasta quedarse dormidas. Nunca resultaban muy buena compañía, porque aunque intentaban conversar, el sueño las vencía a poco andar.

Esta mujer, en cambio, no parecía tener interés alguno en dormir. Tomó su cartera, sacó de ella una bolsita con caramelos de menta, se echó una a la boca y le ofreció a él. Negó con la cabeza, desconfiado. Pero ella, sujetándole por el hombro, le puso de pronto en la boca un caramelo. ¿Fue realmente necesario que le metiera también los dedos para hacerlo?, pensó él, sorprendido.

Estaba preguntándose todavía eso, cuando, puesta la atención en la oscura carretera, sintió otra vez una mano en su hombro, una boca sobre la suya y una lengua que se metía por entre sus dientes. Veía sólo un pelo teñido y desordenado, que le impedía mirar por dónde iba, y zigzagueó por la pista mientras frenaba bruscamente.
Ella lo soltó, pero sin alejarse mucho, de modo que tuvo que empujarla con la mano para que volviese a su asiento. Enojado, le preguntó:

- ¿Y a tí, qué te pasa?! ¿que no ves que nos podemos matar? (corria a 120 cuando lo besó)
- Ay, pero "huachito", si no es para tanto, dame un beso de verdad ahora, mejor.
- Quédate ahí, ya te dije que voy apurado, no me interesa nada más que llegar dónde voy.

Y partió nuevamente.
Pero ella no cedía, y su mano le acariciaba el brazo, la pierna, y luego comenzó a ponerse más atrevida.

- Que te calmes, te digo, no puede ser tanta la urgencia que no puedas aguantarte.
- No me digas eso -respondió ella- si yo no lo hago por mí, es para hacerte feliz a tí...
- ¿Te volviste loca? Déjame manejar tranquilo
- ¿Y qué tanto apuro? Mejor para un rato y verás que te va a gustar...
- ¿De qué me estás hablando? Si ya te dije que no quiero nada.
- Ya pues, huachito, si te va a gustar, y no te voy a cobrar mucho...

Lo sorprendieron tanto esas palabras, que no pudo menos que mirarla. Sus ojos sin pintar le sostuvieron la mirada, con un aire que quería ser lascivo, mientras se abría la blusa.

- Mira, le dijo él. No me interesa tener sexo contigo, ni mucho menos pagarte para conseguirlo. Si quieres que te lleve a alguna parte, siéntate quieta ahí, y déjame conducir. Y no digas nada.

Mas no hubo caso, no le dejó manejar tranquilo. Aunque no hablaba, no cejaba en su empeño de manosearlo, y aún intentó darle otro beso.

De modo que tuvo que rendirse a la realidad, y no pudo sino detener el vehículo, y decirle:

- Está bien, tú ganas. Pero aquí no me gusta, es muy incómodo, Pásate al asiento de atrás.

Con una sonrisa, ella se bajó, pero antes que alcanzara a abrir siquiera la otra puerta, él partió bruscamente, dejándola en la fría soledad del desierto.

Y así vió contestada su pregunta, sobre qué hacía ella, sola, en un lugar tan desolado como ése...


Pasó de regreso por allí, tres horas más tarde, cuando el horizonte estaba apenas visible, gracias a la claridad que precede a la madrugada. Iba dispuesto a recogerla nuevamente, y a dejarla en un lugar habitado, pero para su sorpresa, ya no estaba...

- ¿Quién se la habrá llevado? se preguntó. ¿Alguien mejor dispuesto, quizá? Probablemente, ésos nunca faltan.

Y de ahí en adelante, cada vez que pasaba de noche por ese camino, esperaba encontrársela de pronto, como aquella vez, haciendo autostop... pero eso nunca sucedió.

24 julio 2011

I can't believe...

No puedo creerlo.
No puedo creer que yo, que siempre tuve tan sólidos principios, haya llegado a esto.
¿Cómo podìa imaginar que yo llegaría a hacer algo así?
¿Qué excusa puedo dar?
¿Que me obligaron?
¿Que me lo pidieron?
¿Que alguien esperaba de mí que lo hiciera?

Nada de eso puedo alegar como excusa.
Ni me obligaron, ni me lo pidieron, ni siquiera esperaba alguien que lo hiciera.
Fui yo. Yo solo, por mí mismo, quien llegué a esto.

Lo cierto es que yo no me dí cuenta hasta hoy, cuando acababa de hacerlo otra vez, cuando me miré las manos mojadas, cuando alcé la vista y vi a mi esposa mirándome por la ventana, con el asombro reflejado en los ojos...


Ahora, al pensar en ello, me doy cuenta de que la primera vez lo hice porque tenía que hacerlo. Era inevitable. Esos malditos días de lluvia que tuvimos me obligaron, no tenía opción.
Pero, ¿qué me llevó a continuar?
Eso es algo que me sorprende a mí mismo, cuánto mayor ha de ser la sorpresa de los demás. 
Sólo sé que obré inconscientemente, sin darme cuenta hasta hoy.
Y me preocupa, me preocupa mucho, porque ¿qué seguirá ahora?

 ¿Aspirarlo por dentro? ¿Aplicarle silicona tal vez? ¿Encerarlo!!?
¿Acaso llegaré, como hacen otros, a limpiarlo y sacarle brillo con un paño todos los días?

Dios me ampare y me libre.
Ya con haberlo lavado tres fines de semana seguidos, tengo suficiente.

Maldito auto...

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23 julio 2011

Duda...

Hoy fuimos al Mall, con mi media naranja.
Habitualmente, cada vez que íbamos nos comíamos un gran helado. En ocasiones era varias veces a la semana.

Luego, ella por la diabetes y yo por mi incipiente panza de casado decidimos dejar esa costumbre. Hasta que encontramos Yogen Früz, e hicimos costumbre el comernos un helado de yogurt con frutas cada vez que andábamos por allá.


Hoy ella se compró el suyo mientras yo estacionaba el auto, de manera que ya se lo estaba comiendo cuando llegué. Compré el mío, tamaño normal, y la chica -inexplicablemente- me dio una porción grande. Se que no fue por error porque no sólo el vaso era tamaño normal sino que además, al terminar de prepararlo, en lugar de ponerle un trozo de fruta como adorno (lo habitual) le puso tres.

Y ahora tengo una seria duda: ¿por qué me dio la chica una porción extra?

Será que pensó: "pobre tipo, se ve que no puede comprar una porción más grande"
O será, tal vez: "¡que tipazo! a ver si lo conquisto dándole más helado..."

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I hate all...


A veces,
odio mi vida, 
odio todo,
a todos,
me odio a mí mismo...

Y aunque sé que mañana,
o en unas horas más,
o quizá cuando haya terminado de escribir esto
ya se me habrá pasado ese sentimiento,
y todo habrá vuelto a la normalidad,
eso no quita 
que haya sentido
que odio mi vida, 
odio todo,
a todos,
me odio a mí mismo...

Cualquiera tiene un mal día, supongo...

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17 julio 2011

Una rubia de ojos verdes...

Anoche fuí a una cena de cumpleaños, en casa de unos parientes.
Me tocó sentarme en un extremo de la mesa.

Estaba allí, comiendo tranquilamente, cuando sentí una ligera presión sobre mi pierna derecha.
Miré hacia al lado, y me encontré con una rubia, que me miraba como esperando algo.
Me perdí en la profundidad de sus almendrados ojos verdes, y noté que algo parecido a una sonrisa se dibujaba en su boca, dejando ver la punta de una lengua rosada...

De pronto, me sentí observado, miré a mi alrededor
y noté que varios me miraban, en silencio.
Se escuchó entonces la voz de la dueña de casa:
"hija, saca fuera a la gata, que está molestando..."

Y se llevaron a la rubia de ojos verdes, en brazos, fuera de la habitación...

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09 julio 2011

Que maravilla... el sol.

Las 02:30 de la mañana.
La radio transmite en vivo, y un reportero le dice al conductor, y a todos los oyentes, una frase que cuesta creer:
"Miren al cielo, han salido las estrellas".
Incrédulos, miles de oyentes de esa radio se asomaron fuera de sus casas, y pudieron ver que era cierto, que al fin, tras tres días de continuas lluvias,
podían verse las estrellas.
Y aunque el sentimiento interior era de alegría,
de miles de ojos brotaron lágrimas...





Aquellos que no escuchaban esa radio, porque media ciudad no tenía luz, no vieron las estrellas en la noche,
pero pudieron ver brillar el sol en la mañana.
Y es innegable que toda la ciudad sonreía al empezar el día...


Que en una ciudad donde caen 1,5 milímetros de agua al año, caigan 20 en tres días, puede convertirse en una tragedia, para todos... ni siquiera los mejores edificios están preparados para soportar tanta agua.
"Aquí no llueve, dicen todos".
Y luego, cuando ocurren estas cosas, cada tantos años,
nos pasa como dicen las Escrituras:
"...y llegará la hora del llanto y el crujir de dientes..."

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