21 agosto 2016

Desayuno en la cama...


La leyenda de este delantal ("Si quieres desayuno en la cama, duerme en la cocina"), me hizo recordar a una amiga que tuve, que decía que en sus cuarent... jamás, jamás, ni una vez, había desayunado en la cama.
Jamás, ni de niña siquiera.
Nunca su mamá le dió un desayuno en la cama, por ninguna razón,
y mucho menos su señor marido.
Pero ella no sentía que se hubiera perdido de nada por eso,
no se le daba ni la tos.

Yo sí he desayunado en la cama. De niño, en alguna ocasión.
Después de casado, muchas, incontables veces.
Casi una tradición familiar, es para nosotros el sorprender/atender al otro con un desayuno en la cama, el fin de semana.
Sin premeditación -aunque a veces con alevosía-, nos hemos turnado así, al acaso y sin programa, para servir desayuno el que se despierte primero, al que aún duerme, cansado tal vez por un pesado día anterior, o una larga semana.
No por un día de la madre, o del padre, por un aniversario o por un cumpleaños, como si servirlo fuese un especial sacrificio hecho por quien amas, sino frecuentemente, sin especial motivo, sólo como una manera de agradar a esa persona con quien lo compartes todo.
Y claro, con quien compartes también el desayuno.

Se siente bien que te sirvan el desayuno en la cama, y no menos bien cuando tú lo haces en retribución, sin previo aviso y a mansalva.

Se siente tristeza, cuando quisieras servirlo y no puedes, porque ella está en el hospital.
Sinceramente, espero que se recupere pronto de la operación, y vuelva conmigo, porque me hace falta.
Será entonces una alegría para mí levantarme temprano, caminar hasta la panadería y regresar con el pan caliente, recién horneado, y despertarla con el desayuno. 

Nada más agradable que verla desayunar junto a mí, despeinada todavía y despidiendo aún el calor de las sábanas...

.