28 junio 2014

Nunca está de más una triste historia romántica...


Querías casarte conmigo, ¿recuerdas, Hada?.

Decías que de mí estabas enamorada.
Decías que a él -a tu novio, allá en casa-
ya lo habías olvidado, que ya no te importaba.
Decías muchas otras cosas como ésas,
en tanto, yo no decía nada;
en tanto, yo callaba tu boca a besos;
en tanto, mis caricias convertían en gemidos
la promesa de amor envuelta en tus palabras.

Querías casarte conmigo,
decías, y llevarme a tu casa
(que fuese el trofeo que en tu lujosa pared faltaba).
Pero nunca fue.
Nunca llegó a ser,
porque debías esperarme tres meses,
y no pudiste esperar
más que unas cuantas semanas.

Querías casarte conmigo,
pero tu amor duró lo que tardan cuatro cartas
en ser escritas y contestadas.
¿Creerás que -a la fecha, hoy-
yo aún guardo ésas, tus cartas?
¿Para qué? ¿Por qué?
No sé.
No lo sé.
No sé si es porque todavía te quiero,
o porque aún no pierdo la esperanza
de tener un día la oportunidad
de arrojártelas a la cara...

Querías casarte conmigo... ¿recuerdas, Hada?


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13 junio 2014

No tan mal...

Al fin,
las cosas no están tan mal como pensábamos.
Es decir, mi Negrita sigue estando enferma, el tumor no ha desaparecido por artes médicas, mágicas, espirituales ni milagrosas, pero de acuerdo a los últimos exámenes que quiso hacerse el mes pasado, sabemos que no ha crecido con la rapidez que temíamos, ni se ha extendido tanto como llegamos a creer.
En resumen, que si bien algún día tendrá que suceder, por ahora no será, y aún tendré a mi Negrita conmigo por un buen tiempo.

Escribo esto, no por mí, sino para contárselo a ustedes dos, las únicas que aún se dan una vuelta por este tan abandonado blog.  (Gracias por eso).




02 junio 2014

Mariposa triste.



Caminaba, a media mañana, por un lugar desierto (en el desierto mismo)
con una brisa nada leve y bastante fría golpeando mi rostro,
cuando la ví pasar, arrastrada por el viento.
Intentaba posarse, pero no lograba sujetarse lo suficiente.
Me volví a mirarla, sorprendido, y allí estaba,
parada con dificultad en el árido suelo.
A mal traer, con una ala rota, unas patas menos y mal aspecto,
me dió la impresión de que moriría, pronto tal vez.
En otro lugar no duraría mucho en ese estado:
una araña, otro insecto, un pájaro, cualquiera le daría fin con rapidez.
Pero aquí, en esta aridez, en esta soledad,
seguramente tendría para mucho esperar todavía.

[Lo pensé un momento, me pasó por la mente, pero no pude hacerlo.]
Me fuí, seguí caminando.
Y allí quedó, a merced del sol, a merced del viento, esperando lo inevitable...

¿Pensarán, las mariposas?
No sé, no creo.
Pero estoy seguro que sí podrán sentir la soledad.

Y quedé triste, el resto del día...

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