Sobre la cama de mi negrita,
siempre hubo varias muñecas.
A ella nunca le gustaron,
pero las quería,
las conservaba y cuidaba,
porque eran regalos de su madre.
Hoy, además de ésas,
hay sobre su cama otra muñeca.
Una muñeca apenas animada,
doliente, desmadejada,
cubierta de cicatrices
de innúmeras operaciones.
Una muñeca diferente a las otras,
que no es de trapo,
que no tiene grandes ojos
ni sonrisa encantadora.
Una muñeca que,
cual marioneta
lleva sus hilos,
lleva salientes de su cuerpo,
varias mangueras plásticas.
Hoy hay otra muñeca,
sobre esa cama,
una muñeca morena,
de piel seca y ajada,
que aunque casi tan inmóvil
como las otras,
a diferencia de ellas
respira y vive,
si vivir puede llamársele
a vegetar sufriente
...
Esto es lo último que escribí sobre mi negrita,
ayer, mientras la miraba yacente
sobre lo que fue nuestra cama,
y entonces era sólo de ella.
Quedó inconcluso.
Ayer.
Hoy, al iniciar el día,
he vuelto a ser propietario de esa cama,
el único propietario,
pues mi negrita ya no está.
.