18 octubre 2015

Qué tristeza...

Ay, que tristeza...


La mayoría de los hombres dicen que,
si pudieran pasar un fin de semana solos,
sin su mujer en la casa, se sentirían felices.
Podrían hacer lo que quisieran,
o quizá no hacer nada en todo el día.
Para mí ha sido al revés.

Mi Negrita no está, se fué.
Usando sus prerrogativas de mujer casada pero independiente,
se ha ido de paseo diez días. Ayer temprano.
A Bolivia (su segunda patria).

Y yo no puedo evitar sentirme triste,
no he podido evitar pensar, asociar este sitio vacío en mi cama,
este silencio agobiante en la casa,
a lo que será mi vida algún día,
cuando ella ya no esté.

Que vida más vacía, más carente de sentido.

No es que pasemos los fines de semana pegados uno al otro.
Nada más lejos de eso, generalmente cada uno en lo suyo es la forma en que vivimos,
pero la diferencia está en que sabemos que el otro está ahí,
en la siguiente habitación,
o un poco más allá,
o quizá si en la misma cama, pero cada uno haciendo lo que quiera.

Y sin embargo, no resulta lo mismo si ella no está.
No puedo jugar online, si no está ella a un par de metros detrás de mí.
No puedo ocuparme del jardín,
si no está ella dentro de la casa,
nada de lo que se diga en Fakebook me motiva,
y nada quiero hacer.

No puedo soportar la casa sin su música,
o sin las voces coreanas de sus series preferidas.
Siempre me ha gustado el silencio,
no necesito de ruido ni de escuchar música,
pero cuando la ausencia de ambos (música y ruido)
me hace evidente su ausencia,
se me hace insoportable...




08 octubre 2015

Y lo mandé al cielo!!

Sí, lo mandé al cielo, a Alvin. Al cielo de los perritos.
¿Recuerdan a Alvin, el perro infame ese, que me sacaba de quicio, y con el que nos odiábamos cordialmente?
¿El mismo que había regalado dos veces, y dos veces me habían devuelto, no por ser un ángel precisamente?


Pues bien, finalmente me deshice de él.
Por fin podrán mis plantas crecer tranquilas,
por fin podremos tender la ropa sin miedo de encontrarla por el suelo,
por fin podremos sacarnos los zapatos sin temor a que los muerda.
Por fin tendremos paz...

Lo mandé al cielo de los perritos, digo, porque no se le puede llamar de otra manera, al lugar en que vive ahora.
Se lo llevó una amiga, que lo mima como si fuese un niño,
que lo cuida como si fuera un tesoro,
que lo deja dormir sobre su propia cama.

Y él, claro, se deja querer...

Esperé antes de contarlo, pues ya dos veces antes me lo habían devuelto, pero esta vez (la tercera) fue la definitiva. Alvin es ahora feliz (aunque le llaman Elvis),
y yo también...