21 diciembre 2013

Otra de gatos...


[El susodicho en el jardín de un tercer vecino...]

Es de todos, en la familia, muy bien sabido que su gato, ese gato gris, grande, gordo y perezoso, es -ni más ni menos- un holgazán, que no mueve un pie si puede evitarlo, y muchos menos dos, salvo que fuese cosa de supervivencia, como para comer, por ejemplo.

Pocas horas pasa en casa, en todo caso, y lo normal es que sólo llegue a la hora de almuerzo, para ese menester, y en la noche, para ocupar la cama que tiene armada en un rincón del cuarto de baño.

Pero lo que nadie sabía, ni sospechaba, en que en realidad el gato,  ese gato gris, grande, gordo y perezoso, es también un sirvengüenza...

Y la forma de enterarse de ello no deja de ser simpática:

Estaban en la puerta de casa un día, el papá y su hija adolescente, y a sus pies dormía (su principal ocupación diaria) el gris, grande, gordo y perezoso gato.

Pasó entonces por allí un vecino, el que -al verlo- frunció el ceño, se agachó presto y -tomando el gato bajo el brazo- , dirigió una severa mirada de reprobación a quienes tenían al aniimal a sus pies, y se lo llevó a su casa, ante las atónitas miradas de sus legítimos dueños, ante la sorpresa de quienes lo vieron crecer desde que apenas soltaba un débil maullido.

Ambos quedaron sorprendidos, pero en realidad no quisieron pensar en qué significaba aquello, y le restaron importancia.

Sin embargo, días después, al regresar a casa, se encontraron con que en la ventana de otro vecino, tirado cuan largo era, en el interior de la casa, dormía plácidamente el gris, grande, gordo y perezoso gato. Sí, dentro, y cómodamente instalado sobre un acolchado.

Ya la cosa pasó a mayores, con esto. No podía ser sólo un arrebato extraño de un vecino, ya que esta casa no era la misma de aquél otro. Ai había -a no dudarlo- gato encerrado...

Puestos a ello, y tras unas cuantas averiguaciones, resultó que eran varios vecinos los que consideraban al gris, grande, gordo y perezoso gato como propio, y lo cuidaban y alimentaban, convencidos que a ellos, y no a ningún otro, les pertenecía.

Y claro, no podía ser otra la explicación para que estuviera gordo, ni para que se lo pasara durmiendo... Con esa dieta y ese régimen, ¿quién no haría la siesta todos los días...?


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10 diciembre 2013

Todo un señor...


El traje, de riguroso negro,
hacía resaltar la blanca camisa,
nívea como los guantes que llevaba en las manos,
y ofrecía fuerte contraste
con el rojo corbatín que llevaba al cuello.

Al notar que lo miraba,
clavó los ojos en los míos, con aire circunspecto,
y una mirada fría e inquisitiva
(no exenta de arrogancia),
me recorrió de arriba abajo.

Me sentí medido,
tasado
y evaluado.

Entonces,
la frialdad de su mirada se tornó en franco desprecio,
la rigidez de su espalda desapareció,
y -olvidado ya de que tan despreciable ser lo estaba observando-
levantó su mano derecha para,
tras de darle un par de lengüetazos,
continuar acicalándose...


Todo un señor Don Gato...

07 diciembre 2013

¿Valiente o cobarde?

Hay quien ha dicho
que es una cobarde.
Hay quien ha dicho
que hay que ser muy valiente.
Hay quien ha dicho
que es una irresponsable.
Hay quien ha dicho
que yo no debería permitírselo.
Hay quien ha dicho
que el irresponsable soy yo.
Hay quien ha dicho (un imbécil, por cierto)
que bastaría un buen golpe para hacerla entrar en razón.

Pueden decirse muchas cosas,
obviamente,
pero nadie puede arrogarse el tener la razón.
Nadie tiene ese derecho.

Si mi negrita ha decidido no seguir
adelante con la quimioterapia,
y mantenerse así, hasta el final,
(llegue cuando llegue, tarde cuanto tarde)
nadie tiene derecho a opinar.
Ni yo.

¿Qué derecho tengo a decirle nada?

Hicimos un contrato legal,
y otro en el amor,
que nos comprometen a estar juntos de por vida,
y a querernos durante todo ese tiempo.
Pero en ninguna parte de esos dos contratos dice
que tengo derecho a decidir por ella.

Nunca he olvidado que, cuando le pedí que nos casáramos, ella tenía dudas.
Y que, al preguntarle por qué dudaba, ella me dijo que no quería perder su libertad, y temía que, una vez casados, ya no la tendría.
En ese momento, yo le prometí que, aunque fuese mi mujer, ella podría hacer lo que quisiera, e ir donde quisiera, y que nunca la obligaría  a nada.
Y ella creyó en mi palabra y aceptó unir su vida a la mía.

He cumplido esa promesa durante estos casi 25 años juntos
(los cumplimos en enero).
Y no será un cáncer lo que me obligue a incumplirla.

Ella es libre de hacer lo que quiera hacer,
y no serán las opiniones de otras personas
-ya sea que la quieran o no- las que cambien eso.

No se si es cobarde,
irresponsable,
valiente
o simplemente inconsciente.
No se,
ni me importa.

Es lo que ella ha decidido y,
como siempre,
estaré con ella.
Hasta cumplirse el plazo establecido en nuestro contrato.
Y aún después.

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27 noviembre 2013

Genio y figura...


Hace unos cuantos años atrás (serán unos quince), mi negrita trabajaba en un Jardín Infantil. Fueron sus inicios en el trabajo con niños, el que hacía (y siempre hizo) sin tener estudios para ello. Todo lo suplió siempre con mucho amor por los niños y una gran determinación de hacerlo todo bien hecho.

Por mi parte, yo trabajaba fuera de la ciudad la mayor parte del tiempo, y llegaba a casa apenas si a dormir, de modo que -en cuanto tenía alguna oportunidad-, me acercaba a su trabajo para poder verla.

Una gran sorpresa, y un susto, me llevé un día en que -llegando al Jardín- me encontré con un espectáculo similar al dibujo.



En la entrada del Jardín, había una escalera de 4 peldaños, que daba a un pequeño descanso frente a la puerta principal. En ese pequeño espacio, había una mesa, Sobre la mesa, una silla. Sobre la silla, una silla más pequeña, de las que usaban los niños. Sobre esa sillita, equilibrada en un pie, con una lata de pintura en una mano y una gruesa brocha en la otra, estaba mi negrita, pintando la fachada.

Que susto me llevé. Ya me parecía verla caer de la improvisada pirámide, en tanto ella, feliz, pintaba como si estuviese a ras del suelo...

De nada sirvió todo lo que le dije, cuando bajó a saludarme. Igual volvió a subir, como si nada, y se quedó allí arriba hasta que terminó de pintar la parte más alta, que era lo único que le restaba.

Siempre ha sido así. Le gusta pintar. Y es ella la que ha pintado todas las murallas de las casas en que hemos vivido, y de la que ahora es la nuestra. Además de algunas en casa de su mamá, y muchas más de algunas en casa de sus hermanas. Ha pintado habitaciones hasta en nuestras vacaciones en el extranjero...  ¬¬

Por eso, no me sorprendió llegar a casa (días antes de hacerse la quimio), y encontrarla en nuestro patio, en equilibrio sobre una mesa y una silla, blanqueando una muralla.

Genio y figura, pensé para mí.

Pero, he de admitirlo, ni estas experiencias vividas -ni ninguna otra- me prepararon para verla levantarse a las 06:30 de la mañana del sábado, a sólo 8 días de haber recibido una quimioterapia que la hizo llorar y retorcerse en la cama,  para pintar el frontis de nuestra casa...  0_o

No quedaba más que levantarse y acompañarla. Disuadirla, imposible.
Hay cosas que los simples mortales no podemos hacer...



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21 noviembre 2013

¡Asesino!



El  grupo de trabajadores se dirigía al casino de la mina, a almorzar, como cada día.
Y como cada día, fuera de éste había varios zorros, de variopinto pelaje y diversa edad; silvestres, mas sin miedo ya al ser humano, a la espera de que alguien les arrojara algún alimento.
Uno de aquellos hombres, recientemente llegado y por tanto no acostumbrado a la presencia de los animales, se sintió molesto por su excesiva cercanía. Tan molesto, que al notar que uno se aproximada demasiado sin advertirlo, se volvió de pronto y le lanzó una fuerte patada en el costado, ante la sorpresa de sus compañeros, y de cuantas personas entraban y salían del casino.
El zorro tan arteramente golpeado cayó "redondo" al suelo, y allí quedó, estirado cuan largo era, y tan quieto como si hubiera muerto, mientras los demás -no sin emitir uno que otro indignado "huac huac" de protesta-, tomaban prudente distancia.
Un rumor se escuchó salir de entre los presentes, y los compañeros del autor de tan brutal acto, lo tomaron de los brazos y lo metieron rápidamente dentro del casino. Allí, no completamente a salvo de los rumores, ni de torvas miradas, y mientras retiraban sus bandejas con comida, fué increpado por ellos,  acusándolo de haber cometido -sin razones ni motivos- un verdadero crimen: los zorros (a lo largo de todo el país) son animales protegidos por la ley, y matar uno no tiene excusa ante las autoridades.
Ya en la mesa, las recriminaciones continuaron: "¿qué crees que hará la minera ante esto? No van a ocultarlo, por cierto. No correrán riesgos, y no sólo pedirán a nuestra empresa que te despida, sino que además te entregarán ellos mismos a las autoridades"...
Mientras transcurría esta conversación, todos comían -de buena gana- sus almuerzos. Todos, menos uno: el asesino.
Él no podía comer. Apenas si tomó un par de bocados, pues sentía en la boca un regusto amargo. ¿cómo no pensó en lo que hacía? Maldito zorro, si no se hubiera acercado tanto...
Terminado el almuerzo, a regañadientes, casi arrastrado, lo llevaron afuera, mientras comentaban que a esas horas -seguramente- ya habrían llegado los vigilantes, los jefes, los de medioambiente y los de prevención de riegos.
De ceniza era su rostro, cuando traspasó las puertas, y allí se quedó parado, lleno de asombro. De a poco fué consciente de las risas, las risas destempladas de sus compañeros.
Y es que allí, donde debía estar el cadáver, y mucha gente, no había nada. Ni nadie.
Unos metros más allá, el "zorro muerto" estaba tranquilamente sentado, y lo miraba, lo miraba directamente a los ojos, con sorna, como si de él se riera, como si realmente lo disfrutara.


Entonces, y sólo entonces, le explicaron:
Ningún zorro, por nuevo que sea, se dejaría patear por sorpresa por un tonto cualquiera. La patada que intentó darle apenas si lo rozó, y el animal -tan ladino como su fama lo indica- se hizo de inmediato el muerto, natural mecanismo de defensa...
Todo lo que le dijeron -que habría sido muy verdadero de estar realmente muerto-, así como el amargo almuerzo, no fué sino una lección, para que no intentara nunca más hacer algo tan reprobable -y tan estúpido- como golpear a un animal que a nadie hace daño.

Por supuesto, el mote de "matazorros" lo acompañó por largo, largo tiempo...





15 noviembre 2013

Dèja vu...

Hace mucho tiempo, escribí esto, cuando aún no terminaba de creer que estuviéramos pasando por una situación así.

A ratos, no termino de creer que estemos de nuevo pasando por lo mismo.

Pero tengo que creerlo, porque es así.
Y como entonces, más que entonces, desearía que hubiera sido yo, y no ella.

:-(

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08 noviembre 2013

La única manera.

Cuando empezó todo esto,
sentía que necesitaba alguien con quien hablar,
alguien a quien contarle lo que llevaba por dentro.

Después, peor las cosas,
sentía una inmensa soledad,
y desesperaba por no tener un hombro en que dejar mis lágrimas.

Actualmente, con un horizonte negro,
me alegro de que fuera y sea así:
de no tener con quien hablar,
de no tener con quien llorar.

Me alegro, y lo agradezco,
pues me doy cuenta
que, si aún estoy entero,
es porque todavía llevo dentro, bien encerrado,
todo lo que siento.

Me doy cuenta de que esa es la única manera de soportar lo que hay,
y lo que viene.

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04 noviembre 2013

Oksana o El fraude de la "novia rusa"...



Un fraude.
Sí, ya lo creo que ésa es una buena manera de describir lo sucedido con Oksana, la novia rusa de nuestra ciudad.
Un fraude, en cuanto no cumplió con las expectativas.
Un fraude, toda vez que resultó en una enorme decepción para la gran mayoría de nuestra población.

Sí, no puede calificarse como menos que eso, porque cuando se supo (hace ya 7 años) que un simple vecino de clase media, un común habitante de nuestra ciudad, había viajado a Rusia a buscar una novia que había conocido por internet, el revuelo fue enorme. 

Los medios escritos y la televisión -local y nacional- le dedicaron páginas centrales y programas exclusivos a esta historia. Incluso un canal de tv lo acompañó en el viaje, con tal de poder registrar el encuentro en Rusia y el viaje hacia nuestro país. Con esta cobertura, es lógico que la noticia se convirtiera en el tópico de conversación de todos, por muchos días. La televisión afirmó que él había pagado por ella -mucho dinero- y como es de suponer, los comentarios iban y venían. 
Los comentarios masculinos (los que pueden reproducirse) decían -básicamente- que no durarían más de unos meses, porque "la rusa lo vá a dejar por otro con más plata" y también que "a ese negro feo la rusa lo va a engañar a cada rato". 
 Los comentarios femeninos, por su parte, no auguraban nada mejor, y opiniones como "¿historia de amor?, de no-amor será!" o "cómo puede venderse de esa manera, que vergüenza" y también "ésta lo va a cambiar ligerito", no eran poco frecuentes. 
En suma, que si alguien auguraba un buen futuro a esa pareja, lo hacía sotto voce, para no recibir una andanada de opiniones contrarias. Hasta apuestas hubo entre mis compañeros de trabajo, respecto a cuánto durarían juntos. 

Sin embargo, luego de unos meses, y cuando finalmente pudieron entenderse (ella sabía nada de español, y él menos aún de ruso), la novia rusa decidió aceptar la propuesta de matrimonio, y quedarse en Chile (por supuesto que no la "compró"). Por cierto que no le ayudó a él el ser chileno, porque para un ruso venir a Chile es como ir al fin del mundo, pero ella afirma (y debemos creerlo) que se enamoró, y no quedaba más que quedarse con él.

Y ahí comenzó esta historia a convertirse en un fraude, en una estafa, porque decepcionó a todo mundo: Ni ella se había vendido, ni él la había comprado; tampoco lo dejó por uno con más plata, o menos moreno; no se dedicó a la vida de farándula como alguno auguraba, ni su comportamiento fue inadecuado en modo alguno. 
Nada de eso. Nada.
No dieron motivo alguno para hablar mal de ellos.

Oksana y su marido resultaron no ser diferentes a cualquier otro buen matrimonio chileno, y casi diría que esta rusa se comporta mucho mejor que gran parte de nuestras mujeres. Y esto pese a que no lo ha pasado tan bien. Envidia, maledicencia, más de algún disgusto con hombres groseros que no respetan mucho a una mujer bonita, y otras situaciones por el estilo, la han llevado a no tener muchas amistades locales. Trabajó en un comienzo, como modelo, pero luego, ya dominado el idioma, se puso a estudiar. Sicología. Falta que le hará para entendernos, en todo caso.

Hoy en día, habiendo traído a su familia desde su pueblo en Rusia, está mucho mejor. Y ya no se habla de ella, la prensa la olvidó,porque ¿qué podrían decir?.
La última entrevista fué hace dos años, de uno de nuestros periódicos locales, que siempre está falto de alguna noticia. Pero no consiguieron mucho. Lo más "escandaloso" de la entrevista es que ella haya dicho que no la ha pasado muy bien entre nosotros. La maledicencia de las mujeres (algunas, obvio) y la grosería de los hombres (ídem), la ha llevado a evitar salir sin su marido. Y como eso no da pié para hablar mal de ella, sino de nosotros, pues mejor la olvidaron.

Yo no la conozco. Nunca la he visto y -probablemente- si me he cruzado con ella ni me enteré siquiera. Escribí esto porque hace unos días alguien que vive en su barrio me habló de ella (muy bien he de decir), y pensé que era justo -cuando menos- que alguien (aún alguien tan sin importancia como yo) reconociera que todas las malas lenguas que algún día hablaron de ella, estaban equivocadas. 

Bien por ella, y mal por nosotros, que vivimos hablando de lo bien que tratamos a los extranjeros, cuando la verdad es que dejamos bastante que desear...


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31 octubre 2013

Una ligera sospecha...


Me levanté temprano hoy,
y salí a comprar pan para el desayuno.
La mañana estaba fresca -según me pareció-
de modo que me vestí como se viste uno
a tempranas horas de una fresca mañana de primavera:
medianamente abrigado.

A mitad de camino,
me encontré con una vecina de veinticasitreinta,
que había salido con el mismo propósito.
Ella vestía mas o menos así:



Después de verla pasar,
así vestida  y tan campante,
tengo ahora la ligera sospecha
de que ya no estoy tan joven...


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19 octubre 2013

Las mujeres nunca serán iguales a los hombres...



Ha tiempo que no hay suficientes hombres, en mi ciudad, para hacer todos los trabajos que se suponía nosotros debíamos hacer. Por eso, más que porque se hayan ganado el derecho o demostrado capacidad, ahora se encuentra a mujeres realizando casi cualquier trabajo. No me extrañó, por tanto, encontrar en el patio de maderas del Homecenter a una joven, que ordenaba una pila de palos y tablas que algún desatinado cliente (o más de alguno, seguramente) dejó en mal lugar.

Sin problemas al principio para hacerlo, se encontró de pronto con un palo de 4x4, que no sólo es difícil de manejar por sí, sino que además debía dejar a 2 mts. de altura. Si pensamos que un palo de pino de 4x4 pulgadas mide 3,2 metros de largo, para nadie es fácil encasillarlo a esa altura. 

Ella -ingenio no le faltaba- pensó en subir una punta primero, y luego acomodarlo, pero el madero no quiso cooperar y se enganchó en un saliente, de manera que ella no conseguía subirlo. Algo tozuda -todo hay que decirlo- no buscó otro ángulo o una mejor posición que le permitieran liberarlo, sino que seguía forcejeando desde el otro extremo.

Acalorada, molesta ya, advirtió entonces que un compañero de trabajo se acercaba. Un tipo robusto, alto, para quien habría sido cosa fácil ayudarla. Lo miró con cara de muchacha que pide ayuda, pero nada. El tipo era inmune a tales miradas. Después de morderse el labio, le pidió directamente -y por favor-que la ayudara, mas él, además de mirarla con sorna, no hizo nada. Sólo se quedó ahí, cruzado de brazos, con expresión de mofa en la cara. Quería disfrutar el espectáculo.

Perdida la esperanza, insistió ella en empujar el madero, aunque había probado ya que así no resultaría la cosa. Seguramente lo molesta que estaba no le permitía ver más allá, o quizá si por ser yo más alto podía ver mejor

Pero, bueno, visto lo visto, me olvidé de mis tendones rotos y -sonriéndole- se lo quité de las manos y le ayudé a dejarlo donde debía estar.

Una sonrisa, un brillo en los ojos. Se dió vuelta hacia su compañero, le miró -no sin desprecio- y le dijo: "menos mal que aún existen los caballeros".

El tipo me miró con molestia evidente -obvio-, y le respondió:
"¿No querían liberación femenina, no querían ser iguales a los hombres? Ahí tienes..."

A ella se le borró la sonrisa. A mí, me dió rabia.
 
Y entonces me volví a ella, y le dije con tono muy serio, como si le llamara la atención por algo:

 ¿Acaso no sabe que las mujeres nunca podrán ser iguales a los hombres? 
 Piense, ¿qué mujer podría decir una estupidez tan grande como esa, tan rápido, y sin siquiera pensarlo?

La muchacha no lo pensó ni un segundo, antes de reír de buena gana.

El tipo, bueno, creo que él todavía está ahí tratando de entender lo que dije...

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16 octubre 2013

Como hipopótamo de NatGeo...



Era bella.
Eso, indiscutible.
Que no tenía cuerpo, no,
porque eso no era un cuerpo,
así sencillamente,
era -sin dudas- un cuerpazo...

Sus curvas iban y venían
con una armonía impresionante.
Su rostro, hermoso,
y sus ojos, para perderse en ellos.
Costaba decidirse, dígase sinceramente,
en qué parte de toda ella posar los ojos.

Además de lo propio,
que con ello era más que suficiente,
llevaba -cuando menos-
la mitad de mi sueldo encima,
en la ropa -que acentuaba sus atractivos-
en los zapatos,
cuyos tacones le agregaban estatura,
en el peinado -impresionante-
y en las cuidadísimas uñas.

Era, ¿cómo expresarlo mejor?
sí, eso:
una mujer de catálogo.
Hecha a medida,
sólo a pedido y de edición limitada.

¿Cuánto me habría quedado allí?
Imposible saberlo.
Algo, alguien,
me había pegado los pies al suelo.

Y entonces,
entonces,
ocurrió lo inesperado.
Lo increíble, lo inusitado:

Sus labios se separaron, levemente,
sin prisa,
sin detenerse.
Su boca se abría,
más, más abierta,
hasta terminar en un bostezo,
un bostezo amplio, intenso,
inacabable,
escandaloso,
que impulsaba su cabeza hacia atrás
y su maníbula hacia abajo,
más allá de lo que pareciera posible.

No hubo ni un intento,
ni el más ligero ademán,
que sugiriera siquiera la intención
de llevar una mano a la boca
y cubrirla discretamente.
No.
El bostezo estaba a plena vista,
en toda su extensión,
y durante inacabables segundos.
Me pareció increíble tal descuido.

Pero no había visto nada aún.
Porque casi en lo inmediato,
a ése le sucedió otro,
otro bostezo -si cabe-
aún mayor que el anterior.
Su abierta boca me recordó
-ni más ni menos-
que a un hipopótamo de video
de National Geographic.
Así de extremo era.













 No salía todavía de mi sorpresa,
ante el inusual espectáculo,
cuando
sucedió a aquellos dos un tercer bostezo,
tan prolongado, tan extenso,
que hasta el más neófito
de los estudiantes de odontología
podría haberle hecho
un completo diagnóstico de su dentadura,
las 32 piezas,
con sólo mirarla...

Conseguí apenas salir de mi estupor,
y me alejé,
moviendo de lado a lado la cabeza,
decepcionado.
Ya no podía ver de nuevo
todo lo que antes había visto.
No podía desprender de mis retinas
las imágenes últimas,
y no creo pudiera ahora recordar
-siquiera-
si era rubia o trigueña,
o lo que entonces llevaba puesto.

Intento sólo olvidar
-infructuosamente hasta el momento-
ese trío
de espeluznantes bostezos...







10 octubre 2013

Como gato mirando un canario...




La primera vez que la vi, no la miré dos veces.
Iba yo de prisa y apenas si le dediqué una mirada.

La vez siguiente, levanté la vista
y me tomé el tiempo de examinarla.
No era linda, no, pero sus hermosos ojos
hacían muy buen contraste
con sus amplias y cadenciosas caderas...
(Cadencia que se perdió, por cierto,
al notar ella que la observaba.
Se puso tiesa, como una vara,
y -la vista al frente-
caminó como si no me viera.)

Pasaron algunos días,
hasta que volví a verla.
Entendí entonces que no era casualidad
que pasara por mi calle.
Debía vivir en el barrio,
porque venía saliendo del almacén de la esquina,
y vestía de otra manera,
(ropa de andar por casa, digamos)
y quizá si por eso le molestó tanto que la quedara mirando,
como miramos los hombres a las vecinas
como miraría un gato a un canario enjaulado.

Sus ojos claros reflejaban odio,
cuando me devolvió la mirada,
y sus sandalias (que tacones no llevaba)
pisaban con fuerza el piso,
cual si de mí se tratara.

Eso me hizo gracia.
y, más por travesura que por interés,
me dediqué a mirarla, directa, violentamente,
cada vez que me la cruzaba.

Descubrí a qué horas pasaba,
a diario, hacia su trabajo.
Y procuré salir más temprano hacia el mío,
sólo para caminar por mi calle en sentido contrario,
enfrentándola, sin quitarle de encima la mirada.

Podía verla salir de su casa, en la siguiente cuadra,
y veía su mohín de disgusto,
cuando advertía que allí, enfrente suyo, -diríase-
yo la esperaba.

No era todos los días.
Ella tenía un solo horario, pero yo no,
de modo que a veces pasaba sin verla
más de una semana.
Pero luego, de nuevo,
allí estaba.

Pasó el tiempo, como siempre pasa.

Y ya no era lo mismo.
El tiempo, que todo lo cambia,
cambió también su expresión, cuando al salir de su casa,
me veía frente a la mía, como si la esperara.

Ya no fruncía su cara al verme,
ni endurecía su paso,
al contrario,
si me veía,
"se pasaba revista" con una mirada,
se arreglaba un mechón de pelo,
o se acomodaba la falda,
y su caminar se hacía muy interesante.

Cada vez que me la cruzaba,
sin quitarle la vista de encima,
le sonreía,
pero nunca recibía más que una mirada fija en el horizonte,
y una expresión lejana.

Por eso,
fue grande mi sorpresa, me dejó sin habla,
me quedé de pié en medio de la calle,
aquella mañana
en que, a mi sonrisa,
contestó con un serio buenos días.

Tardé tanto en reaccionar, en recuperar el habla,
que cuando vine a contestar
ella iba cuatro o cinco pasos más allá,
y no se si habrá escuchado mi aturullada respuesta,
pero no me cabe duda
que debe haberse reído lindamente
de mi desconcierto...

De ahí en más,
hubo siempre de mi parte una sonrisa,
y de la suya un serio buenos días,
(que yo sonriendo contestaba)
cuando pasaba a su lado.

Y cada vez,
cada mañana que nos encontrábamos,
pasábamos uno junto al otro, cada vez más cerca.

Una mañana,
a mi sonrisa contestó una sonrisa,
y el brillo de sus ojos.

Esa mañana, ese día,
pareció no acabar nunca.
Quería que terminara pronto, pronto,
para que llegase la mañana siguiente,
para volver a verla.

Pero no sucedió.

Es decir, sí,
llegó la siguiente mañana.
Pero no ella.
Ella no salió de su casa.
No salió, digo, porque esperé, esperé,
mucho más de la hora de entrada a mi trabajo,
al que no fui ese día,
mucho más.

Y no salió.
Nunca más.

Nunca más la volví a ver.
Nunca más supe de ella.
Mff!, saber de ella. Saber de ella, ¿qué?
Si nunca supe nada,
ni siquiera cómo se llamaba.
Conocía sólo el delicioso andar de su cuerpo,
y sus hermosos ojos,
y -por una vez- vi su sonrisa.
Pero de ella, de ella,
nunca supe nada.

Y hoy, un centenar de años después,
aún me pregunto que fue de ella...

¿Me sonrió porque sabía que se iba?
¿Era su despedida?

Nadie tiene la respuesta.
O quizá sí,
quizá ella aún vive, en alguna parte,
y tiene la respuesta,
pero ni puedo pedírsela,
ni ella -aunque quisiera- podría dármela...

Y así quedé, desde entonces.
para siempre, con la mirada perdida,
como un gato mirando una jaula vacía...


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07 octubre 2013

No puedo...

Hace tiempo
que llevo dentro
una rabia grande,
muy grande,
tan grande
que no puedo contenerla más.

Y sin embargo,
al ser mi rabia tan grande,
tan grande,
no puedo darme el lujo
de dejarla salir...



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13 septiembre 2013

Feliz Día

Feliz día,
no porque esté
-a partir de hoy-
un año más viejo.

Feliz día,
porque hoy, todavía,
al mover el brazo,
la he encontrado junto a mí,
y al abrir los ojos
la he visto a mi lado.

Feliz día,
porque la veo dormir
tranquilamente,
sin dolor reflejado en su cara,
y escucho su respiración,
suave, acompasada.


¿Es que puede encontrarse, acaso, mejor regalo de cumpleaños?

Feliz día,
para mí.

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09 septiembre 2013

¿Alvin? Evil, diría yo...


Parece un tierno cachorrito, ¿no?
Un tierno, dulce e inocente cachorrito...

Pero, no lo crean,
"parece".
Sólo parece.

Cometí un error. Un severo error, el día en que entre Alvin y Teodoro, escogí a Alvin. [ver]

Caí en el muy común error de guiarme por su cara, por su aspecto, por su color más claro, que lo hacía parecer más tierno.

Ja, no esperó ni un día, una vez que ya estuvo en nuestro patio, para hacer destrozos a diestra y siniestra.
Ha asesinado 100 veces más plantas -en este mes y medio- que todas las que pudo romper nuestra perrita en los diez años que lleva con nosotros...

Nuestro patio, antes abierto al paso libre de nuestra regalona, que podía recorrerlo todo de arriba abajo, está ahora lleno de vallas, mallas y rejas, en un intento -a veces vano- de reaguardar nuestro jardín de la intrusa bestia que por él campea...

Pero, obvio, como todo delincuente juvenil, Alvin sabe que debe hacer para mantenerse a salvo.

Cada vez que mi Negrita sale al patio, ahí está él, haciéndole fiestas, jugando con ella, o -simplemente- echándose a su lado, con la cabeza reposando sobre sus pies...

Nadie diría en ese momento, al ver su cara inocente,  que es el mismo bicho que deja junto a la puerta, cada mañana, el cadáver de una nueva víctima vegetal...


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02 septiembre 2013

Primor...




Primor: Dícese de la fruta o verdura que se cosecha antes de la época del año que le corresponde. Primera cosecha de la temporada.


Hoy cosechamos nuestro primor de tomates.


Es primera vez que conseguimos que llegen a madurar, antes de ser comidos por algún gusano o afectado por alguna peste.

Es lindo, perfecto.

Sólo tiene un defecto.
O más bien, dos.

El primero es que la cosecha se limita a un tomate. Justo este que se ve ahí.

El segundo defecto es que es tan pequeño, que daría pena comérselo. Si hasta en la pequeña mano de mi negrita se ve pequeño...


Y entonces, a nuestro primor de tomates se le puede aplicar también el otro significado de esa palabra:

Primor: Exquisitez, cosa hermosa o de buenas cualidades.


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28 agosto 2013

Leer...




Siempre una buena compañía.
Mas,
a veces,
la mejor manera de no pensar,
la mejor manera
de dejar pasar los días...


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24 agosto 2013

NO todos los caminos...


No todos los caminos conducen a Roma.
Algunos nos llevan a lugares diferentes.

Pensaba en esto, hace unos días.

¿Conocen esos cuentos para niños, que ofrecen dos o tres opciones de lectura?
Depende de lo opción elegida el cómo se desarrolle el cuento, y cuál sea su final.

La vida es así, también.

Ocurrió que hace unos 15 años, o cosa así, cuando nuestro desatinado hijo entró a primer año, se desarrollaba una actividad de su curso, y yo, padre novel y orgulloso, le tomaba algunas fotos a nuestro pequeño.
Entonces, sentí una mano apoyarse en mi hombro, y una voz que me decía:
"¿Tómale una foto a mi hija? Es ésa que está allí."
Y antes de que me volviera a ver quién me lo decía, agregó:
"Te doy un beso por cada foto..."  

0_o   (quedé helado)

Por cierto, le tomé un par de fotos a la niña, pero no por la oferta, sino porque nunca me niego cuando me piden algo. Evidente que cuando se las entregué fue por medio de mi negrita, a quien no le dí mayores detalles que decirle que me había pedido ese favor.

Buen tiempo después, se dio la ocasión de que estuviéramos solos, esa mamá y yo.
Y esa vez -aunque sin decírmelo abiertamente- me dejó claro que "quería guerra"
Eran de esas "señales" que nadie puede no entender, y aunque ella sabía bien que yo le había entendido, yo "me hice el tonto" y cambié de tema, hasta que pude irme de ahí.

Un par de años después tuve la confirmación que yo no había entendido mal lo sucedido entonces, cuando, siendo ya ella amiga de mi negrita, le hice un día una broma de doble sentido, y me respondió: "Ah, tú no digas nada, que una vez te la puse en la mano, y no quisiste..."

Yo soy hombre, y mucho que me gustan las mujeres, pero siempre le fui fiel a mi negrita.
Y nunca me he arrepentido de ello.

Me acordé de esto hace unos días, al darme cuenta del daño que habría hecho si, aquél lejano día, yo hubiera aceptado esa invitación y hubiera intimado con ella.
Habría sido un daño muy grande, irreparable.

¿Y saben por qué?

Porque hoy día, esa mujer es la única amiga de mi negrita que sigue incondicionalmente a su lado.
Es quien la acompaña al médico, a los exámenes, o en los más malos momentos, cuando yo estoy ausente por el trabajo.

Si yo hubiese hecho eso, algo que tantos hacen, como si fuese lo más normal, ella nunca se habría hecho amiga de mi esposa, y me negrita ahora estaría sola.

No todos los caminos llevan al mismo lugar.
Y estoy tan contento de haber tomado el camino correcto, ese día...


.




08 agosto 2013

Otra cosa es con guitarra...



Mi negrita siempre me decía:
yo no sé, no entiendo, el por qué la gente se aferra tanto a la vida, 
si la vida es tan triste y penosa...

Y ahora,
ahí está, mirando a todos lados, buscando -anhelando- encontrar una forma de permanecer con nosotros.

No es por ella, en todo caso.
No.
Eso no cambiará nunca, bajo ninguna circunstancia.
No es por ella.

Es por nosotros.

Es por los niños,
esos sobrinos que tanto ama, y que son en su vida como los nietos que sabe que no llegará a ver.
La atan, esos niños.
Llora, porque quisiera poder estar siempre cerca,
y velar por ellos como ha hecho desde que eran pequeñitos.

Es por su hijo.
Ese grandote veinteañero que aún parece de quince,
inmaduro, inconsciente de lo que estamos viviendo,
y siempre dependiente de nosotros.
Se desespera ante la sola idea de dejarlo solo,
ante la idea de que no habrá quien cuide de él, como ella lo hace,
como siempre lo hizo.

Es por mí.
Por su marido, por este viejo huraño y cascarrabias que tanto la disgusta a veces,
pero a quien nunca ha dejado de querer.
No consigue imaginarme solo, con mis tantos achaques a cuestas,
sin nadie que me cuide como ella,
sin nadie que vele por mí.
No consigue imaginarme así, sin que se le escape alguna lágrima.

Mi negrita,
la misma que siempre estuvo dispuesta a abandonar una vida que la entristece,
sí, que la entristece,
porque no puede hacer por los demás todo lo que quisiera,
porque no puede evitar que otros sufran,
porque no soporta ver tantos rostros tristes por los que nada puede hacer,
porque quisiera hacer tanto por los demás,
y no está a su alcance hacer nada,
no puede ahora renunciar a vivir,
no puede,
porque piensa en nosotros,
porque no logra vernos viviendo sin ella...



Y,
¿saben qué?
la verdad, pura y dura,
es que yo tampoco
lo logro...


.




28 julio 2013

A cara o cruz...



A mi negrita le dieron
tres alternativas.
¿Quién dice que no hay opciones, en esta vida?

Y las alternativas son:

a) Someterse a una exanteración pélvica total, esto es, perder la vejiga y parte de los intestinos. (Sin ninguna seguridad de que este rebelde cáncer no se presente por cuarta vez).

b) Someterse a quimioterapia, con el propósito de reducir el tumor, y poder realizar una operación menos destructiva. (Sin garantía de que se reduzca, y ya sería tarde para cualquier cirugía).

c) Ninguna de las anteriores, y que el cáncer se desarrolle a su antojo, en el plazo que estime conveniente.

Así que ahí está mi negrita, barajando posibilidades.
Tiene hasta el jueves para decidir.

Y se pregunta -y me pregunta-
cuál es la menos mala.

Y ni ella encuentra respuesta,
ni yo la encuentro...


Mierda de vida...


.



20 julio 2013

In-Decisiones



A veces,
la vida nos obliga a tomar decisiones.

Y tomar decisiones puede ser -en ocasiones-
algo complicado.

Cuando tú sabes que lo que decidas
cambiará la vida de los involucrados
para siempre,
es más que complicado, difícil.
Duro.

Y, cuando los demás esperan que la decisión la tomes tú,
es aún peor.
¿Y si te equivocas?
¿Y si eliges mal?

Así que ahí estoy,
intentando decidir,
ahora ya,
en el plazo más inmediato,
cuál de los dos:

Alvin o Teodoro.




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14 julio 2013

A veces

A veces,
siento pena,
mucha,
una profunda pena,
que no puede salir, de la que no consigo deshacerme.

Y lo entiendo.
¿Acaso no es comprensible?

A veces,
siento rabia,
mucha,
una rabia tan grande,
tan grande, que es difícil de mantener dentro.

Y lo comprendo.
¿Acaso no es esperable?

A veces,
siento indeferencia,
una total y absoluta indeferencia por todo,
que hace que nada me importe, que nada me interese.

Y eso,
eso no me gusta.
Me preocupa, me asusta.


.

07 julio 2013

Al final...




Al final,
para nada cuenta
lo que fuiste...

Si creciste enhiesto y orgulloso,
como una columna,
o si lucías muchos brazos,
como un candelabro.

Para nada cuenta,
al final.

Si eras pequeño,
y regordete,
o si eras alto y estilizado,
para nada cuenta.

Al final.

Si estuviste siempre solo,
de cara a las adversidades,
o te rodearon siempre muchos hermanos,
para nada cuenta.

Para nada cuenta,
al final.

Si floreciste, y fructificaste en muchos hijos,
o si tu vida resultó estéril, para nada cuenta, al final.

Al final,
nada cuenta,
nada importa,
como haya sido tu vida,
siempre acabará igual.

De tí sólo queda un montón de espinas resecas.
Y aún ellas, algún día, perecerán.
Volverán, como tú volviste, a la tierra.

Al final.




[Encontré en mi trabajo -un día- un cactus moribundo. Quemado por el sol inclemente, curtido por el frío viento, reseco por la helada nocturna, muriendo de sed, por la humana indiferencia.
Tenía un brote en un costado, pequeño, que algo conservaba de verde, y parecía salvable.
Lo tomé, pese a que las largas espinas se me clavaron en las manos, y me lo traje a casa, para intentar salvarlo. 
Hice todo lo que me sugirieron, pero sus heridas eran muy profundas, y por ellas entró la humedad (fatal para los cactus) y se pudrió por dentro.
Quedó solo una cáscara, y unas espinas resecas y retorcidas.

Eso me entristece, y me deja con una tarea en las manos. Una tarea ingrata y difícil. Tratar que la empresa haga algo por los restantes cactus, que languidecen y mueren lentamente en las jardineras en que los pusieron.
Gente ignorante que cree que los cactus, por ser cactus, pueden soportarlo todo: la radiación solar sobre 16 en el día, el frío rayano en el cero en las noches, el fuerte viento, la falta de agua.

Y, claro, también tienen que soportar la cruel ironía del cercano letrero que reza: "Empresa XXX cuida el medio ambiente". ]










29 mayo 2013

Así, no vale...


No sabía qué esperar, esa mañana de lunes.
No sabía qué esperar, porque no era un lunes cualquiera.
Era el lunes siguiente a esa noche de sábado.
Ésa noche de sábado, ésa, distinta a cualquier otra,
en que luego de la cena de la empresa, y de la fiesta,
y de las abundantes copas,
ella abandonó su altísimo pedestal,
para bajar a la fría tierra en que él se movía.
La fría tierra desde la que él,
sin locos sueños ni vanas ilusiones,
la admiraba al pasar, cada día.
No sólo bajó ella de su pedestal, esa noche de sábado,
no sólo se puso a su altura,
sino que además pareció notar -por vez primera- su existencia.
Y de qué modo lo hizo:
Aún tenía pegado a su cuerpo su perfume,
aún tenía marcada en el hombro la huella de sus pequeños dientes,
aún sentía en sus manos el calor de su cuerpo.
De qué manera ella advirtió que existía,
que estaba vivo, que sentía.
De qué manera.

Por eso, no sabía qué esperar esa mañana de lunes.
No sabía qué esperar.
¿Cómo sería su llegada?
Habitualmente, antes de verla, sentía el aroma de su perfume.
Unos cuantos segundos más tarde, aparecía.
Aparecía en el vano de la puerta,
caminando con paso de modelo y aires de diosa
bajada del Olimpo.
Nunca lo miraba siquiera (ni a él ni a nadie, a decir verdad).
Nunca lo miraba.
Con la frente en alto y la vista perdida en algún punto lejano
-un punto demasiado lejano para él- pasaba directo a su oficina.
Él la veía pasar,
como podría un sapo ver el paso de la luna llena en el cielo nocturno,
con el corazón sobrecogido por su inalcanzable belleza.
El sapo tiene -sin embargo- el consuelo de poder cantar a la luna,
con su fea y ronca voz, desde su húmedo lugar en el estanque.
Consuelo que él no tenía,
pues nada podía decir a su paso,
sólo podía -en completo silencio- mirarla pasar.

Un perfume conocido, demasiado conocido,
demasiado sentido, interrumpió sus pensamientos.
Se quedó allí, de pie,
frente a la puerta, como cada día hacía,
como cada día era su deber hacer.
Y unos cuantos segundos más tarde,
tras su perfume,
como cada día, entró ella, con sus aires de diosa
y su mirada fija en un punto lejano, más allá de él.
Mucho más allá de él.
Nada había cambiado.
Ella seguía siendo la misma.
La misma deidad olímpica de arrebatadora belleza.
¿Qué esperabas? se preguntó.
¿Qué esperaba? Nada, se respondió.
Nada, que al cabo él estaba sobrio, como era su deber,
pero ella tenía algunas,
varias, copas de más esa noche de sábado.
En el fondo, siempre supo que era por una escalera de copas,
que ella había bajado de su pedestal.
Siempre supo que era el alcohol
lo que le había hecho bajar la vista
-de ese lejano punto en el horizonte-
hasta encontrarse con sus ojos.
Siempre lo supo.

Pasó casi todo el día.
Pasó casi todo ese día lunes, en su boca un sabor amargo.
El amargo sabor de la realidad.
Hacía entonces una ronda, lo habitual,
y al pasar frente al baño de damas, sintió ese aroma,
su aroma,
y luego el sonido de la puerta.
Quiso alejarse de allí, apurar el paso, pero no alcanzó.
No alcanzó, unas gráciles manos le sujetaron por detrás,
firmemente, de sus brazos.
Antes de que pudiera hacer nada,
esas manos subieron a sus hombros,
y sintió que lo embriagaba su perfume,
sintió un aliento cálido en su cuello,
sintió unos pequeños y conocidos dientes
aprisionar ligeramente su oreja.
Cerró los ojos, helado, sorprendido, espantado.
Entonces, escuchó una voz suave, casi un susurro,
que le decía:
"No sueñes. No te pases películas.
Ya sabes como es, lo que se hace ebria, no vale..."

Él sólo bajó la cabeza,
y sin siquiera intentar volverse, respondió:
Lo sabía.
Lo sé...
Sin más, las manos se desprendieron de él,
y al sonido de unos pasos rápidos,
el perfume y su dueña se alejaron...

Pasó -inexorable- el tiempo.
Y un día -meses después-
cuando ya todo doloroso recuerdo había quedado atrás,
cuando ya había aprendido a no seguirla con la mirada cada mañana,
cuando por fin podía fijar la vista en el vacío de la puerta,
en algún punto más allá de ella,
sucedió:
Ella lo miró.
Buscó sus ojos mientras entraba, y lo miró.
Su rostro era inescrutable,
como siempre,
pero lo miró,
reconoció su existencia.
Y para él,
eso fue todo lo que necesitaba.
Nunca más hubo una palabra entre los dos.
Nunca más.
Pero no importaba.
Una mirada era suficiente.

.

Escribí esta historia anoche, luchando por no pensar en que hoy operaban a mi negrita, finalmente. La escribí tratando de no pensar en lo que podría o no pasar, en lo que ocurriría hoy, mientras estaba yo lejos de ella, en mi trabajo. Afortunadamente todo parece haber salido bien. Ahora sólo resta esperar.

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