16 octubre 2013

Como hipopótamo de NatGeo...



Era bella.
Eso, indiscutible.
Que no tenía cuerpo, no,
porque eso no era un cuerpo,
así sencillamente,
era -sin dudas- un cuerpazo...

Sus curvas iban y venían
con una armonía impresionante.
Su rostro, hermoso,
y sus ojos, para perderse en ellos.
Costaba decidirse, dígase sinceramente,
en qué parte de toda ella posar los ojos.

Además de lo propio,
que con ello era más que suficiente,
llevaba -cuando menos-
la mitad de mi sueldo encima,
en la ropa -que acentuaba sus atractivos-
en los zapatos,
cuyos tacones le agregaban estatura,
en el peinado -impresionante-
y en las cuidadísimas uñas.

Era, ¿cómo expresarlo mejor?
sí, eso:
una mujer de catálogo.
Hecha a medida,
sólo a pedido y de edición limitada.

¿Cuánto me habría quedado allí?
Imposible saberlo.
Algo, alguien,
me había pegado los pies al suelo.

Y entonces,
entonces,
ocurrió lo inesperado.
Lo increíble, lo inusitado:

Sus labios se separaron, levemente,
sin prisa,
sin detenerse.
Su boca se abría,
más, más abierta,
hasta terminar en un bostezo,
un bostezo amplio, intenso,
inacabable,
escandaloso,
que impulsaba su cabeza hacia atrás
y su maníbula hacia abajo,
más allá de lo que pareciera posible.

No hubo ni un intento,
ni el más ligero ademán,
que sugiriera siquiera la intención
de llevar una mano a la boca
y cubrirla discretamente.
No.
El bostezo estaba a plena vista,
en toda su extensión,
y durante inacabables segundos.
Me pareció increíble tal descuido.

Pero no había visto nada aún.
Porque casi en lo inmediato,
a ése le sucedió otro,
otro bostezo -si cabe-
aún mayor que el anterior.
Su abierta boca me recordó
-ni más ni menos-
que a un hipopótamo de video
de National Geographic.
Así de extremo era.













 No salía todavía de mi sorpresa,
ante el inusual espectáculo,
cuando
sucedió a aquellos dos un tercer bostezo,
tan prolongado, tan extenso,
que hasta el más neófito
de los estudiantes de odontología
podría haberle hecho
un completo diagnóstico de su dentadura,
las 32 piezas,
con sólo mirarla...

Conseguí apenas salir de mi estupor,
y me alejé,
moviendo de lado a lado la cabeza,
decepcionado.
Ya no podía ver de nuevo
todo lo que antes había visto.
No podía desprender de mis retinas
las imágenes últimas,
y no creo pudiera ahora recordar
-siquiera-
si era rubia o trigueña,
o lo que entonces llevaba puesto.

Intento sólo olvidar
-infructuosamente hasta el momento-
ese trío
de espeluznantes bostezos...







1 comentario:

Sólo dilo, no te cortes...