Ayer fui a hacerme una ecografía del hombro
Preparé todo lo que tenía que llevar, yo solito, que no soy de esos maridos que hay que hacerles las cosas, no.
Tengo compañeros de trabajo cuya mujer tiene que hacerles todo, incluyendo prepararles el equipaje cuando se van a trabajar, y que se indignan cuando se les olvida algo.
Cosa así como: ¡esta mujer, que no me puso la toalla, no podré bañarme!, o bien: ¡no puedo hacer nada, mi mujer no me echó las llaves!
Yo siempre les digo que no pueden ser tan inútiles, que no hay derecho a serlo, y que está bien que tu mujer se encargue del lavado y planchado, pero el equipaje tiene que hacerlo uno, que nadie debiera saber mejor que uno mismo lo que necesita, ni se puede depender de la mujer para que te ponga las llaves, el celular o la billetera dentro del bolsillo. O sea, somos grandecitos ya como para poder hacer las cosas solos, ¿no?
Pero como bien dice el refrán, "en boca cerrada no entran moscas".
Y así fue que hoy pasó algo que me calló la boca.
Fui a lo de la eco, como decía, y llevé todo: documentos, la citación, la ecografía anterior (de mayo), en fin, lo que necesitaba. Y mi negrita, siempre fiel, fue conmigo. Ya en camino, me preguntó si llevaba todo. Y yo, por cierto, le respondí no sin cierta molestia: "claro que sí, todo, ¿que crees?" Ella se quedó callada, pero tenía esa cara de duda, como si no me creyera mucho.
Llegados a la clínica, me atendió una chica, le pasé la citación, me pidió mi identificación, hizo el ingreso, me pidió que pusiera el dedo índice en el lector, para generar el bono de consulta, y me dijo:
- Son $ 2.700.
Y yo me quedé mirándola, sin comprender qué me quería decir. ¿Cómo? le dije.
- Que tiene que cancelar $ 2.700, descontado el seguro.
Y entonces me dí cuenta, me puse pálido, registré mentalmente mis bolsillos vacíos, y miré mi billetera, que tenía sobre el escritorio de la chica, y supe que no tenía dinero...
Había llevado todo lo que debía llevar, excepto ese pequeño detalle.
Me dí vuelta en el asiento y miré hacia atrás, supongo que con la vergüenza reflejada en la cara, y llamé a mi negrita. Cuando llegó junto a mí, le dije cuanto era, y si tenía dinero.
Abrió la cartera, me lo dió -con cara de Ay, Señor- y se fue a su asiento.
La recepcionista me miró - a su vez- con una cara de "todos-son-unos-inútiles", que me hizo decir:
Gracias a Dios que tengo una esposa...
Y ella sonriendo, me dijo: Al menos usted lo reconoce, eso ya es algo...
Siempre -admití- ¿cómo podría negarlo?
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