25 abril 2011

Doctora, me siento mal...

Hace tiempo, cosa de un año atrás, escribí sobre nuestra doctora. [Ver aquí, para mejor comprensión]
La doctora que tenemos en el trabajo, en turno 7 x 7, en caso de...

Y en ese entonces, me preguntaba quién había sido el que eligió esa doctora, y con qué criterio...

Y ahora, entiendo quien la eligió, y porqué.
Tiene, repito, tiene que haber sido una mujer.
Y una mujer inteligente además.

Porque con esa doctora nadie se enfermaba.
Tenías que estar mal, sentirte realmente mal, para dejar tu trabajo, e ir a verla.
Una gripe, o un dolor de estómago, no eran méritos suficientes para llegar al policlínico.

Ahora (no sé cómo o cuando ocurrió) tenemos una doctora nueva.
Y resulta obvio que, a ésta, la seleccionó, entrevistó y contrató un hombre.
Un hombre, sin duda, y no muy despierto, además.

Porque ahora sí que se enferma la gente. Han aumentado las consultas, y las horas de trabajo perdidas.
Basta un pequeño resfrío, un leve dolor de cabeza, o de estómago, y ya:
que hay que ir  al Poli...

Ahora me queda claro porqué teníamos la doctora que teníamos: porque aumentaba la productividad.

Y no hay duda, a ésa la seleccionó una mujer, y a la nueva, un hombre.

Porque la nueva tiene todo lo que no tenía la otra:
rubia natural,
pelo largo y sedoso,
un cuerpo con todo lo que tiene que tener,
sin faltas ni excesos,
siempre apropiadamente vestida
y con una sonrisa en el rostro a toda hora...


Eso sí, no sé de sus competencias profesionales, porque aunque no me lo crean, yo no me he enfermado ni una vez, desde que llegó.
Sólo la he visto algún día a la hora del almuerzo...

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11 abril 2011

Entre gatos y sentido común...

Esta mañana, cuando iba a comprar el pan (¿será que siempre me pondrán a pensar las cosas que veo cuando voy a comprar el pan??), me adelantó una señora, bastante mayor que yo, y más pequeña que yo. Lo que se conoce popularmente como una "viejecita".
Que me adelantara caminando es ya algo extraño, pues suelo caminar -a esa hora al menos- a paso vivo.
Me dije que seguramente iría apurada a comprar el pan para el desayuno de su familia, pero al entrar al almacén pude oír que estaba equivocado: estaba pidiendo comida para gatos. Se le había terminado y la necesitaba ya, para darle a sus animalitos.

Y cuando caminaba yo de vuelta a casa, se me ocurrió pensar en qué comerían nuestros gatos antes, hace 25 o 30 años atrás, cuando éramos un país tercermundista (ahora somos dosymediomundistas), y no se conocía la comida especialmente hecha para mascotas (en este caso gatos).
De niño yo creía firmemente que los gatos sólo bebían leche y comían ratones, cosa que muy probablemente nunca fue así, pero:
¿Cómo es que sobrevivían estos animalitos, cuando no había pellets de distintos colores y sabores, con forma de pescadito o pata de pollo?
¿Cómo tenían el pelaje? ¿tieso y desaliñado, al no contar con esa finísima comida enlatada, que resulta más cara que el mejor atún que podemos comprar, pero que promete que andarán sedosos y peinados?
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Recuerdo una buena amiga que tuve hace esos tantos años, que tenía en su casa una docena de gatos, a cuál de ellos más lindo y bien cuidado, a los cuales nunca les compró "comida para gatos", que por entonces no había en parte alguna. Y sin embargo, eran animales preciosos, que ronroneaban felices, y a los cuales nunca había que llevar al veterinario...

Pero hoy la gente se preocupa y se desespera cuando se acaba la comida de la mascota, que hasta se le consigue a la vecina un poco de ella, hasta tanto se pueda ir al supermercado...

Y se me ocurrió preguntarme, esta mañana, si estábamos equivocados antes o ahora...

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09 abril 2011

Secuestrada...


Parada en lo alto de una escalera mecánica, en el interior de un Mall, a hora peak, se encontraba una pequeña niña -cuatro años o cosa así-, de largos y castaños bucles, y lindo vestido.
Haciendo caso omiso a la gente que pasaba a su lado, atropellándose por bajar, ella miraba atentamente el incesante surgir de peldaño tras peldaño, allí, bajo sus pies.

Un hombre, de los muchos que llegaban hasta la escalera, se encontró de pronto con que esa niña le impedía el paso. Se detuvo, dudando sobre qué hacer, miró a su alrededor, como preguntando de quién sería la pequeña. No vió a nadie cerca que pareciera prestarle atención, sólo gente que pugnaba por bajar.
Finalmente, al mirar hacia abajo, hacia ese destino que no podía alcanzar, vió el rostro de un señor vuelto hacia él, que le miraba, y luego bajaba la vista hacia la chiquilla. Y comprendió: seguramente áquel era el distraído padre, que no había advertido que la dejaba atrás, y que ahora, al darse cuenta, la buscaba con la mirada, preocupado...

Sin vacilar, poniendo las manos en sus hombros, la empujó levemente, y la obligó a dar un paso hacia el escalón. Aún sujetándola, avanzó tras ella, y comenzaron el descenso.
Al llegar al final, le ayudó nuevamente, para evitar que pudiera caerse, y siguió adelante, dispuesto a recuperar los minutos perdidos. La niñita aún avanzó unos pasos a su lado, para luego quedarse allí, parada. Mientras caminaba, el hombre creyó escuchar un sollozo infantil, que le hizo volver la cabeza, y mirar.

Alguien se inclinaba hacia la pequeña, y le preguntaba ¿por qué lloras? ¿dónde está tu mamá?

Y ella, con una vocecita ahogada en llanto, señalando con su dedito hacia lo alto, hacia el vasto segundo piso del Mall, sólo dijo: "allá"...

El hombre miró hacia arriba, hacia el lugar donde encontrara a la niña, y lo último que vio -antes de desaparecer apresurado entre la gente- fue el rostro asustado de una mujer que buscaba desesperadamente a la hija que alguien se había llevado...


¿Es necesario decir quién fué el despistado que la alejó de su mamá?

[Me fui sin dar explicaciones porque la mamá ya la había visto, y porque, como están los tiempos, ya me veía acusado de rapto, de pedofilia, o qué se yo...]

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02 abril 2011

Un crimen...

Me despertó -en medio de la noche- el ruido de algo que se quebraba...  y un grito.
Luego un par de voces:
la una airada, molesta, agria, que reconvenía e insultaba;
quejumbrosa y lastimera la otra...
Voces alcoholizadas, ininteligibles.

Se alejaron, a poco, y volvió el silencio a la noche,
y volvió el sueño a mis ojos.

Desperté en la mañana, y era un día como cualquier otro.
Me levanté temprano -no eran aún las ocho-
y al salir a comprar el pan para el desayuno,
la encontré allí, tirada, clara imagen de la tragedia.

En plena calle, a medias cubierta por una bolsa de plástico.
Una mancha oscura, inconfundiblemente rojiza, se extendía bajo ella,
y alcanzaba un par de metros alrededor.

Se la veía rota, triturada, seguramente atropellada
una y otra vez, en la oscuridad de la noche,
por los vehículos que por allí pasaran.

Recordé las voces que oyera, y entendí ahora, completamente,
de qué se trataba.
Entendí la molestia, el enojo, del que gritaba.
Entendí las excusas aturulladas del que se lamentaba...

Obviamente, este último había cometido el crimen,
porque no menos que un crimen fue el dejarla caer,
el permitir que se rompiese,
el permitir que se derramase el rojo, oscuro y oloroso contenido,
dejándoles sin poder disfrutar de ella, como esperaban,
dejándoles sin poder saborearla, como anhelaban:

Una buena botella de Merlot, Viña Concha y Toro,
cosecha 2010...




[Escribí esto para publicarlo en otro lugar, pero terminé poniéndolo aquí. Quizá si por costumbre.]