03 marzo 2010

La doctora...

Un día, hará cosa de 8 o 9 meses atrás, estaba en el casino almorzando, en compañía de algunos compañeros de trabajo.

Mi mesa enfrentaba la puerta, por lo que necesariamente veía a las personas que entraban. En un momento, vi ingresar a una mujer acompañada del Auxiliar de enfermería del Policlínico. Le dí una mirada rápida, y seguí comiendo. O quise hacerlo, al menos.
Porque lo cierto es que no pude. La cuchara quedó a medio camino, porque las ímagenes que entraron por mi retina momentos antes, recién ahora procesadas por mi cerebro, me dejaron con la boca abierta. Volví a mirar a la mujer, y ahora sí "la vi", realmente, y me quedé viéndola, tan sorprendido que no podía dejar de mirarla.

Mi cara debe haber reflejado algo, porque una compañera de trabajo, que con cosotros estaba, se volvió a mirar, y dijo con voz helada:
- Ah, es la doctora.

Yo seguía mirándola. Y es que si me sorprendió antes, mayor era la sorpresa ahora, al agregarle el título de doctora...

Era una mujer baja (lo que no tiene nada de malo), delgada (lo que no tiene nada de malo)y nada bonita (lo que... etc.). Es decir, una mujer común y corriente, como se pueden ver muchas en cualquier parte.
Lo que me sorprendió en realidad fue su aspecto general:
Llevaba el cabello -más bien largo- hecho un desastre... como queriendo arreglarlo un poco, intentó ponerse una peineta, pero ésta sólo tomó una parte del pelo, de modo que del lado izquierdo lo llevaba a medias tomado, y del derecho tenía un aire a Gloria Trevi en sus mejores tiempos.

Como si no bastase, y para completar la imagen, llevaba un atuendo no menos increíble:
Una camiseta de algodón arrugada y de color indefinible (que uno se preguntaba si la recogió del cesto de la ropa sucia, o si había dormido la noche anterior con ella).
Un pantalón que le iba ancho, y tan largo que se arrastraba por el suelo.
Un chaleco de mangas largas, tan largas, que sólo la punta de sus pequeños dedos asomaban por ellas.
No sacó nunca la mano izquerda del bolsillo, de modo que llevaba la bandeja haciendo equilibrio, que ya me parecía que el almuerzo acabaría en el suelo...
La cara era la viva imagen del sueño, y se pensaría que acababa de levantarse... aunque eran las 13:30...

Cuando pude sacarle los ojos de encima, no pude evitar preguntar: ¿ésa es la doctora?!
Me respondió un unánime sí...

Desde ese día quedé impresionado, y con ganas de saber cómo llegó a obtener ese trabajo. ¿Quién haría la selección de personal el día que la contrataron?

Alguien me dirá que estoy siendo injusto, clasista, racista -o qué se yo- prejuzgándola por su forma de vestir y su aspecto.
Es posible que lleven razón, pero el tiempo me dió la razón: Tampoco era una maravilla profesionalmente hablando.

Es un hecho que no pasaba del Paracetamol, el Imecol, alguna Benzatina inyectable para las infecciones de garganta y el Nifedipino sublingual para los casos de hipertensión. Todo lo demás, que no pudiera ser tratado por alguno de esos medios, implicaba que te enviara para la casa, ¡a ver un médico!?

La conocí de cerca. Porque me atendió un par de veces, y porque un día "compartimos" un paciente.

Estábamos almorzando, cuando alguien -un par de mesas más allá- empezó a tener problemas.
Sus compañeros, asumiendo que se había ahogado con la comida, empezaron a hacerle la maniobra de Heimlich, pero no parecía dar resultado. Nosotros mirábamos, porque ¿para qué acercarse?. Pero entonces advertí que -si bien tenía el rostro enrojecido- el hombre comenzaba a ponerse rígido, y me dí cuenta que no era tal ahogo, sino epilepsia. Me levanté y fuí hacia allá, y les hice ponerlo en el piso. Mientras yo le sujetaba la cabeza sobre mis piernas, para que no se golpeara, otro trataba de sacarle lo que le quedaba de comida en la boca, con miedo de que lo mordiera. Luego le pusimos un pañuelo entre los dientes (¿saben lo que cuesta encontrar a alguien que lleve un pañuelo?). Y estábamos en eso cuando llegaron Auxiliar y Doctora.
Entonces yo pensé: bien, ahora ella se hace cargo, y yo vuelvo a mi almuerzo. Pero nada. Se arrodilló al lado mío, escuchó mi relación de lo que había pasado, y nada más. Aparte de taparse el escote (que no sé para qué, si no había nada que tapar), no hizo nada. Se quedó ahí, callada, las convulsiones cesaron, el enfermo se durmió, y yo seguía con su cabeza sobre mis piernas. Finalmente, el enfermo volvió en sí y se sentó, y sólo entonces lo pusieron en la camilla y se lo llevaron.


Y entonces volví a preguntarme quién la habría traído...

Esa es nuestra doctora...

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