14 marzo 2010

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Anoche salí, fuí con unos compañeros de trabajo que me invitaron a comer una barbacoa en casa de uno de ellos.
No tenía ningún deseo de ir, pero era más bien un compromiso laboral, de modo que lo hice.
Mi auto está malo, por estos días , de modo que alguien debió pasarme a buscar para ir hasta el departamento donde se realizaría, ya que éste queda en las afueras de la ciudad, en donde no circula casi movilización colectiva. Menos aún tarde en la noche.
(No se puede tener menos de 2 vehículos para vivir en un barrio como ese).

Al fin de cuentas, no llegaron todos los que debían llegar.

A alguien se le ocurrió agregarle al pollo una especie de salsa, antes de ponerlo a la parrilla... mala idea, ya que éste quedó dulce y para nada agradable...
La carne, por lo contrario, estaba salada como si fuese papas chips...

Ante esas circunstancias, en lugar de beber una cerveza, como acostumbro, tomé tres, lo que resultó ser la peor idea de todas... porque, merced al fresco aire de la noche, acomodado en un mullido sillón del balcón del departamento, y con una insulsa charla por música de fondo... me quedé dormido!

Vergonzoso, ni que decirlo, pero al menos sirvió para que alguien se ofreciera a traerme a casa (era la 1 de la madrugada).

Lo malo de esto, es que no voy a librarme de este estigma por varios años, y seguro que en cada ocasión me recordarán que me quedé dormido en una barbacoa, tan seguro como que este lunes las 120 personas que laboran en mi empresa, sabrán lo ocurrido...

Lo bueno -siempre hay que buscarle el lado bueno a todo-, es que probablemente ya no me vuelvan a invitar en un largo tiempo...

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