Lo olvidé, lo confieso.
Olvidé, por completo, el nombre de estos dulces que una chica vendía, en la calle Punata de Cochabamba.
Recuerdo todo, excepto el nombre, y eso que se lo pregunté,
de ex profeso, para saberlo cuando lo contara.
Son unas suaves masitas, de no menos suave sabor.
La mezcla, que recuerda a la de los panqueques en su consistencia, se vierte (apenas una cucharadita) en un pequeño horno rotatorio -que recuerda a una bandeja de huevos-, y que va directo sobre el fuego.
La pericia de la vendedora -o la falta de ella- se demuestra en que sepa el momento exacto en que debe voltear el horno, para que la masa aún líquida del centro gire dentro del molde, se cueza y se dore.
Así, en cosa de un minuto, las masitas quedan listas para comer, doradas por fuera y suaves por dentro.
Las comimos calientes, recién salidas del horno.
Tienen un sabor ni fuerte ni sabroso, sino tenue y delicado.
Yo, goloso como soy, les habría puesto una pizca de manjar adentro, pero la verdad es que sin él igual son ricos...
.
.