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28 diciembre 2010

Ex Jefe IV, o El zancudo...


Un día, lunes, el Inefable llegó tarde. No era novedad.
En esos casos, había que ir a buscarlo a la carretera, un paseito de unos 6 kms.

Cuando llegó a la oficina, venía más pacífico que de costumbre, y se puso a trabajar de inmediato, de modo que a las diez ya había hecho todo lo que tenía que hacer.

No se escuchó más ruido desde su escritorio por un rato, y nosotros continuamos con nuestras tareas habituales, sin que molestara a nadie.

Como a las 10 y media, salió de su rincón, directo a mirarse a un espejo que teníamos, para volver enseguida a su escritorio.

Quince minutos depués, le llevé unos papeles, y lo noté raro, como que algo tenía en la cara, pero no supe qué.

Al rato, nuevamente a mirarse al espejo, y esta vez salió de la oficina, supusimos que al baño.

Cuando volvió (como había que abrirle la puerta, porque él no la abría por sí mismo), me dí cuenta que tenía el labio superior extraño, como algo hinchado. Al ver mi cara de pregunta, se tocó el labio y me dijo:
- Parece que me picó un zancudo, o algo, anoche.

Seguimos trabajando, pero 10 minutos más tarde estaba en el espejo de nuevo, y se le notaba intranquilo, pues entraba y salía a cada rato.

A la 1, hora en que solíamos ir a almorzar, me dijo desde su escritorio que no iba, que no tenía hambre. Me fuí solo.

Al regreso, fuí a entregarle las llaves de la camioneta, por si había cambiado de idea, y no pude evitar un gesto de sorpresa al verlo: tenía el labio muy hinchado, y con una sombra violácea por encima.

Todavía entonces insistía en su versión de que no sabía que le había pasado, y nosotros le mirábamos preocupados, porque en realidad se le veía feo...

Al final, cuando ya hasta hablar se le dificultaba, confesó. (Siempre confesaba, sin que nadie le preguntara. No podía resistirse)

Me dijo que estando en su escritorio, sin nada que hacer, y aún con sueño por haberse acostado tarde la noche anterior, se quedó dormido... tanto así, que sin darse cuenta se fué hacia adelante y se golpeó la boca en el borde del escritorio...

Ése, que no otro, era el zancudo que le había picado...

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06 diciembre 2010

Ex-jefe III o Los corchetes


Bueno, Pseudosocióloga (en el post anterior del Inefable), duda de que existan personas (jefes) como él.

Claro, no todos se han encontrado con gente así en su vida, pero puedo dar fé de que existen.

Recuerdo otra de sus historias, otra de las que cuesta creer, por cierto:

Una mañana, el inefable estaba trabajando (cosa que también hacía, créase o nó),
y corcheteaba el papel A con el papel B, papel A con papel B, papel A con papel B...
cuando de pronto se escuchó su voz, llamando a mi compañero, César.

Allá corrió César, más que caminar, a ver que quería.

Con ambas hojas en una mano, A y B,
y la corchetera en la otra, el Inefable le dijo:

- César, anda a la oficina y dile a W que me mande corchetes.

Salió César, raudo, a recorrer los 150 metros que nos separaban de la administración, para traer los corchetes.

Cinco minutos después, el Inefable:

- ¿No ha llegado César?

- No ha llegado.

Siete minutos han pasado.

- ¿Y César?

- No ha llegado.

- ¿Pero dónde está César!!?

- Que no ha llegado todavía.

- ¿Y en qué se demora tanto? Lo estoy esperando.

- Ya vendrá, supongo...

Diez minutos.

- ¡Césaaaarrrrr! ¿Dónde está César?!

- Que no ha llegado...

Quince minutos.

- ¡Ceesssaaarrrr! !Céésssaaarrrr!

- Que no llega todavía.

- ¡Pues vete a buscarlo!

Qué me dijeron. Salí de escape, para no seguir oyendo gritos.
En un minuto estuve en la oficina de administración, y ahí estaba César, con la caja de corchetes en la mano, feliz conversando con 2 o 3 más...

Lo tomé "de un ala", y le dije que lo esperaban, que se apurara, y sin soltarlo me lo llevé de regreso.

Antes de llegar, mucho antes, se escuchaba ya un grito largo y prolongado, que decía:

¡Céssaaaaarrrr!  ¡Estoy parado por un corcheteeeee!!!

Cuando entramos a la oficina, nos dimos cuenta de la veracidad de esas palabras:
Créase o nó, durante todo ese tiempo, el Inefable nunca soltó las dos hojas, A y B, ni la corchetera. Realmente se quedó parado, sin hacer nada más, hasta que le trajeran los corchetes.

(El griterío consiguiente, con todas las expresiones no incluídas en el diccionario de la RAE, lo obviaré por sanidad mental.)

27 noviembre 2010

Ex-jefe II, o ¿dónde está?!!

Novato aún, en mi primer turno de nochero, llegué a casa una mañana, después de una ardua jornada de 12 horas de trabajo nocturno. Desayuné y a la cama. Lo único que quería era dormir...

No creo llevara más de 1 hora durmiendo, cuando sonó -implacable- el teléfono...
Mi negrita (que por entonces aún no trabajaba), contestó pronta, para que el sonido no me despertara.
Una voz cortés, pero algo dura, le pidió hablar conmigo.
Ante la duda de ella, y sus explicaciones de que estaba durmiendo, la voz le dijo secamente:

- Sé que está durmiendo, soy su jefe, despiértelo.

Pobre ella, pensando en que si mi jefe me llamaba a esa hora sería por algo importante, tal vez por un error mío, una falta, corrió a despertarme. Medio dormido aún, acudí al teléfono.
El inefable, al oír mi voz, me interrumpió bruscamente, diciéndome, con voz por demás autoritaria:

- Tenía un lápiz en el cajón de mi escritorio, ¿dónde está?!!




Intentar explicarle que no sabía, que nunca entré a su oficina ni me acerqué a su escritorio, que nadie más lo hizo en toda la noche, que a mí poco me importaba un simple lápiz, teniendo tanto trabajo, no pasó de ser eso, un intento... porque no me dejó hablar siquiera, ni una palabra, hasta que luego de una larga perorata acerca de mis deberes mal hechos, acerca de la propiedad ajena, y bla bla bla, me cortó...

Demás está decir que ni a mediodía conseguía todavía dormirme de nuevo.
Demás está decir que, a la tercera llamada de ese tipo [¿quién usó mi taza? o ¿dónde está mi cuchara?, ¡no puedo tomar café sin mi cuchara!] en los siguientes turnos de noche, mi esposa compró un teléfono con visor de llamadas y nunca, nunca jamás, volvió a contestar sus llamadas... ni a dejarme que las contestara...

Cuando el inefable me preguntaba, ya en el trabajo, por qué no contestaba sus llamadas, yo encogía mis hombros y le decía, humilde:
- Esa mujer, jefe, que espera que me duerma y desconecta el teléfono... yo le digo que no lo haga, me enojo, la reto, pero es tan porfiada...  no sé que hacer con ella...
El inefable me miraba a la cara, y aunque asentía a mis palabras, sé que sabía que me estaba burlando de él, y sé que sabía también que yo sabía que él lo sabía...

¿Será por eso que nunca me quiso?

.

09 noviembre 2010

Recordando a mi ex...

Si, que estando en la consulta del traumatólogo (otra vez),
he tenido que esperar dos horas (otra vez),
y estando en ésa, aburrido como no se imaginan,
me he acordado de mi ex...
Sólo que ésta vez no es una ex, sino un ex
[epa, que feo sonó eso...]
Mejor empiezo de nuevo: me acordé de mi ex-jefe,
que es todo un personaje...

Siempre he dicho que el día que me echen de mi trabajo,
voy a escribir un libro, al que llamaré "Mis años en F..."
Y de ese libro, no puedo menos que reservar dos o tres capítulos para mi ex-jefe.
Y es que no merece menos, el hombre.
Es tan especial, que lo bauticé "el inefable".
[inefable: que no puede describirse con palabras]
Es tan especial, y ha influído tanto en mis últimos 10 o 12 años,
que hasta he pensado que el libro tal vez debería llamarse
"A la sombra del inefable"...
[en su momento, reemplazaré inefable por su nombre, obvio].


Es tanto lo que podría decir de él, que he pensado
comenzar a contar algunas de sus anécdotas aquí,
algo así como una "novela por entregas...", al estilo Dickens.

Para empezar, ¿que mejor que el comienzo?
Mi primera sospecha de que era un tipo ruin vino cuando yo,
humilde empleado de una pequeña empresa de servicios,
le pedí a él me contratara para la empresa multinacional
en que laboraba, mucho mejor que la mía.
Yo le había hecho algunos pequeños favores,
y eso me llevó a pedirle una cosa tal. Aceptó de buen grado,
y aún me aseguró que lo haría,  a la primera oportunidad.
Robé entonces tiempo a mi trabajo, y me dediqué a aprender
 el que hacían sus empleados, aventajando incluso a algunos de ellos.
Quería estar preparado para cuando llegara el momento.

Un buen día, uno de los muchachos se retiró, y dejó la vacante.
Yo andaba de viaje, por mi trabajo, y al regresar encontré
que había contratado a otra persona, pese a que le recordaron
lo que me había prometido a mí.
Ni se excusó siquiera.
Pero su nuevo trabajador no duró ni dos meses, y se fue.
Antes de que alcanzara a contratar a otra persona,
todo mundo corrió a avisarme de la vacante, y a presionarlo
para que cumpliera su palabra. Casi por obligación, me contrató.
No sabía yo dónde había caído...

Sólo diré -por ahora- que mi primer día de trabajo estaba yo en nuestra oficina, con dos compañeros, cuando lo vimos asomarse a la puerta. Uno de ellos corrió a abrirle (luego aprendería yo que jamás abría la puerta por sí mismo), para dejarle entrar, venía indignado quien sabe por qué razón.
Se quitó entonces el casco de la cabeza, y con furia lo arrojó al piso, ante mi espanto. Lo arrojó como si fuese una pelota, y rebotó como si fuese una pelota, y como si una pelota fuese, lo pateó con inusitada violencia, haciéndolo volar por los aires, hasta estrellarse en una pared, desde donde se devolvió hacia nosotros, que escapamos apenas de tan desusado proyectil...


Fué tal la impresión que recibí, que tardé años en perderle el miedo, años en atreverme a enfrentarlo...


To be continued...