10 agosto 2011

La cubierta no hace al libro...

Si hay algo que me molesta, es esa gente que juzga  a los demás por el cómo se ven.
Odio eso. Ayer pasé un disgusto -y tuve que aguantármelo- a causa de ello.

Fuimos al Mall, a nuestra tienda favorita, porque quería comprarle a mi negrita (mi señora) su regalo de cumpleaños, un perfume que a ella le gusta mucho, Carolina Herrera.
Ya yo lo había visto, una semana antes, pero no alcancé a comprarlo y tuve que irme a trabajar, de modo que apenas volví, y siendo justo ayer su día, la llevé.

Me acerqué al mostrador y le pedí a la promotora (que ni vendedora era) un CH.
Me miró como a un bicho raro (nótese que yo no uso ropa de marca ni cosa por el estilo, me visto lo más simple que pueda imaginarse), y me preguntó:

- ¿De hombre?
- No, de mujer.
Entonces advirtió a mi mujer a mi lado. Y poniendo cara de "estoy perdiendo el tiempo", dijo con tono desagradable
- ¿Qué, lo quiere probar?

Yo sé que mi esposa (que se refiere a si misma diciendo: ni alta ni rubia, ni flaca ni bonita ni ojos verdes), es morenita, baja de estatura y con innegables rasgos de nativa sudamericana, pero eso no es motivo para que nadie piense que no es capaz de comprarse un miserable perfume.

Con molestia, le dije a la promotora que no, que quería comprarlo. Y allá fue la maldita a tomar el tamaño más pequeño, sin preguntar siquiera.

- El más grande, el de 100 ml., le advertí.

Se  lo pasó entonces a otra chica, para que me acompañara a pagarlo en la caja, pero aún se sintió obligada a advertirme, como si yo no supiera lo que estaba haciendo y mientras me alejaba de espaldas a ella:

- Que vale $67.500...!!  [Todo mundo cerca nuestro la escuchó, por cierto]

Ahí sí que ya me ardió todo, y pensé por un segundo en devolverme y decirle a la muy estúpida que la cuenta que pagamos sólo en esa tienda,  mensualmente, son 6 perfumes como ése...
Pero me acordé en ese preciso instante que era el cumpleaños de mi esposa, que ella iba conmigo, y que no me perdonaría que la hiciera pasar vergüenza montando un escándalo por ese motivo. Que ella ya está acostumbrada a que la traten así.

De modo que me obligué a seguir hasta la caja, sonriendo por fuera pero con toda la rabia por dentro, la que aún ahora todavía no se me pasa...

Hace mil años atrás, fui vendedor en una tienda de una ciudad minera. Una ciudad pequeña, rodeada de minas de cobre, donde todo mundo vivía de eso. Los vendedores eran de la capital, excepto yo, que recién entraba. Eran dos hombres y una mujer, una rubia (o creía yo entonces que lo era) que me enseñó muchas cosas. Una de ellas fue que no se puede juzgar a un cliente por cómo se ve. Y me lo demostró con un claro ejemplo un día que entró una familia completa a comprar.

Entraron como si dueños fueran, y los tres niños, con la ropa desordenada y algo sucia, corrían por todas partes. El marido, un hombre grueso, sin afeitar, de pelo tieso, con una ropa que a todas luces había servido para trabajar con ella al menos una semana, y unos zapatos de trabajo que dejaron la alfombra llena de tierra. La mujer, con buena ropa, pero horriblemente combinada y no menos desordenada que sus hijos.

Ninguno de los vendedores hizo más que mirarlos con desprecio. La vendedora en cambio, tras una rápida mirada, se acercó obsequiosa, y comenzó a conversar con ellos. Después de una media hora de sacar ropa, mostrar ropa, probarse ropa y perseguir a los niños para quitársela, se fueron, cargados de bolsas con trajes nuevos para todos: niños, señora y aún para el marido, a quien la esposa hubo de escogerle lo que mejor le pareció para él, que no quiso probarse nada.

La vendedora se acercó a mí sonriendo y me dijo: ¿ves?, en esa sola venta gané más que lo que ellos juntos (los vendedores) han ganado en toda la semana.
No mires si los clientes están bien o mal vestidos, piensa. Piensa a qué entra gente vestida así a una tienda como ésta, si no es a comprar. No mires que la ropa de ese hombre está sucia, piensa y mírale la marca a esa ropa. No mires si la señora sabe o no combinar los colores, piensa y mira cuánto le costó lo que trae puesto.
En el fondo, todo se trata de no juzgar a nadie por cómo se ve, de buenas a primeras.



(Y aún no se me han quitado las ganas de ir a pelear con esa promotora...)

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3 comentarios:

  1. Me sorprende que en Sudamérica se desprecie a sus propios nativos... Mi madre siempre me ha recalcado ese mensajes, el de no juzgar por las apariencias, y lamentablemente he de reconocer que muchas veces lo hago. Tanto para bien como para mal, claro. Tengo muy mal ojo con la gente!!

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  2. Sigue habiendo mucho clasismo por el mundo, nadie podemos evitar juzgar por las apariencias pero de ahí a ser maleducado hay un trecho.Probablemente ella sea la que no tiene para pagarse un perfume caro, o descendiente de nativos acomplejada.
    Pero te entiendo, se pasa mal, yo he sido dependienta y he llegado a vestirme"ad hoc" para ir a según que tiendas sin sentirme mal, ahora que ya tengo más edad y menos inseguridades me encanta provocar y aparecer en las tiendas carísimas con chanclas.
    La próxima vez llama al jefe de sección y quéjate de ella.

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  3. Cristina, no peques de ingenua: en todas partes existe el clasismo y el racismo.

    Ejemplo claro en nuestro país es que cualquier extranjero blanquito y de ojos claros puede hacer lo que quiera, que todo mundo estará feliz con él.
    Pero si el mismo extranjero fuese morenito y con ojos oblicuos, se le miraría como apestado...

    Pseudo, como dije, las ganas de decirle lo que pienso las tenía, pero me las aguanté por no malograrle el día a mi mujer...

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Sólo dilo, no te cortes...