23 diciembre 2011

Una cena de navidad




Hace ya horas que el sol se perdió tras los cerros, y poco queda de su luz. 
Muy poco, a decir verdad. 
En la penumbra de la habitación, pequeña, oscura y húmeda, un hombre joven yace atravesado sobre una cama. 
No duerme. Piensa, divaga, mirando el techo en el que el humo de años de cocinar ha pintado extrañas escenas, que van mutando en otras a medida que las cubren nuevas capas de hollín. 
El cigarrillo en su mano se quema pausadamente -no lo ha probado aún-, y el humo sube lento, en gráciles volutas, hacia el techo, deslizándose junto a él en perezoso peregrinar hacia la ventana, pequeño hueco en lo alto de la muralla que carece no sólo de vidrios, sino de cualquier cosa que la haga parecer tal. No es sinó un rectángulo abierto al exterior, sin más pretensiones que permitir el paso del aire. 

Contrariamente a lo que pudiera pensarse en tales fechas -es navidad-, su mente no se ocupa en recordar seres queridos o escenas navideñas vividas alguna vez. No. Su mente vaga por otros derroteros, reviviendo una y otra vez los hechos ocurridos el último tiempo, y que le tienen ahora aquí, lejos de todo, vacío de todo.

Al tiempo que se apaga el intocado cigarrillo, del que queda apenas si el filtro, la puerta -una puerta de de sólidos tablones unidos con láminas de fierro- se abre para dejar paso a su compañero de habitación, de trabajo, de infortunio. No es mucho mayor que él, si bien sus rasgos son más duros, su cabello más largo y su barba más cerrada. 

Entra con decisión, animoso, como si fuese portador de buenas noticias, lo que lo hace incorporarse sobre un brazo y preguntar, ansioso: ¿Qué pasó? ¿No me dirás que...? 
La frase no llegó a terminarse, interrumpida por la respuesta del recién llegado: 
- No, para nada. Te dije que no pasaría. ¿Quién en su sano juicio iba a querer venir a este miserable agujero, hoy, precisamente hoy, sólo por nosotros? Na!, seguro que no aparece nadie hasta el 27 o el 28, y eso si es que alguien se apiada y llega hasta acá. 
- Mierda! -exclama en respuesta su compañero- pensé que al menos podríamos comer algo decente hoy. Siquiera algo caliente, que ayer se terminó el kerosén, y con eso nos quedamos sin cocina... 
 - No te quejes tanto. Bien que sabías a lo que venías cuando aceptaste venir hasta aquí.
 - Sí, sabía que estaríamos lejos de todo y dejados de la mano de Dios, pero, hombre, no hay que exagerar. Y además, ¿Qué necesidad había de recordarme la fecha que es hoy? 
 - Psst, a que tanto escándalo, ni que tuvieras mujer e hijos, y viejo estás ya para acordarte de tu mamita y añorar el chocolate caliente... 
 - Nunca se está muy viejo para eso, pero tampoco te equivocas mucho. La verdad es que poco me acuerdo. No, si no es la fecha lo que me amarga, es el tener que estar acá, solo, sin un mísero café, sin nada que comer y sin más compañía que la tuya... 
 - Chís, buena compañía tienes... la mejor. Ya, ahora levántate y dime que vamos a cenar... 
 - ¿Cenar? ¿estás sordo o eres tonto? Ya te dije que no tenemos nada, a no ser una cebolla que anda por ahí, en ese rincón. 
 - ¿Cebolla? Justo y preciso! Era lo que necesitaba para las sardinas. 
 - ¿Sardinas? ¿Cómo que sardinas? 
 - Si, poh, si tenía guardada una lata de sardinas con tomate pa' los tiempos de las vacas flacas, y adónde más flacas que ahora. Así que dale, pícate la cebolla nomás, mientras yo abro la lata... 
 - Con lo que me gusta picar cebolla... 
 - Ya. Si llorar un poco no te vá a hacer nada, pícale nomás. 
 - ¿Y no tenís un vinito guardado con las sardinas también? 
 - Ja ja ja, no poh, ése ya me lo tomé la semana pasada, mientras dormías... así que a tomar agua nomás. 
 - Sardinas, cebolla y agua, valiente cena navideña... 
 - Ya hombre, que tanto, si lo que importa es comer algo. Ya vendrán otras navidades, mejores, peores, como vengan, y hay que seguir adelante, que no queda otra. Y no le hagas asco a las sardinas, que sí que están saladas, pero es lo que hay, y de aquí no comemos hasta tres o cuatro días más. 

  Y aunque era navidad, aunque era nochebuena, no ocurrió ningún milagro, ningún suceso extraordinario vino a cambiar las cosas, no hubo una luz misteriosa que entrara por la ventana e inundara la habitación, ni se escuchó una música celestial. Tampoco entró un hombre gordo, colorado y jovial diciendo Ho Ho Ho, ni se oyó un sonar de cascabeles. No, no sucedió nada de eso. 

 Y en silencio, a la luz de una mísera vela y sin más música que la del viento corriendo por el tejado, se comieron sus sardinas con tomate y cebolla -regadas con abundante agua-, su cena de navidad. Y se acostaron a dormir, cansados como cada noche, hasta despertar a un día más.

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4 comentarios:

  1. Fue esta tu Navidad del año pasado o es literatura? En cualquier caso, buena manera de contar un día aburrido y, además, sin comida.

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  2. La navidad sólo es especial si estás con tu gente. Si no es así, es otro día cualquiera. Escribes genial, :(, aunque ya lo sabes. Un beso enorme!!!

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  3. Cristi, es literatura, como tan gentilmente lo llamas...

    Pero hay ahí dos cosas ciertas:

    1 - El menú, que existió alguna vez.

    2 - El que no hubo ningún milagro...

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