07 febrero 2012

De regreso al trabajo



Regresé a casa, esta noche, después de una semana de "ponerme al día" con el trabajo.
El bus se detuvo a la entrada de la ciudad, donde están las primeras casas -como siempre- para realizar el trasbordo. 
Habitualmente lo hacemos así. Allí nos bajamos del bus y nos separamos en buses más pequeños, que nos reparten hacia el sur, el este y el norte, según donde vive cada cual.

Esta vez, cuando el bus se detuvo, algo me llamó la atención:
una mujer (cuando no, dirá alguien).

Era una mujer de edad indefinida, de rostro gitano y con aspecto de pobreza. Mas no era gitana, pues vestía pantalones, cosa que ellas no hacen.
Un pantalón de color desvaído, que a la escasa luz reinante resultaba algo parecido al gris. Una blusa blanca, que se ceñía a sus pechos llenos y a su barriga de embarazada, completaban el atuendo. Llevaba el largo pelo recogido en un desaliñado moño, detrás de la cabeza.
Cuando bajé del bus, pude verla mejor. Esperaba allí, mirando atentamente a quienes bajaban, como si esperase a alguien.
Y como si esperase a alguien, mirando con ojos atentos, estaba también un pequeño de corta edad, sentado en un triciclo de colorido plástico, a su lado.
Cuatro ojos expectantes nos recibían pues, al bajar.

Fuí a por mi equipaje, al costado del bus, pensando en que su aspecto no era el propio para ser la esposa de alguno de nosotros.
Pensaba: ¿a quién puede estar esperando? ¿Y aquí, en este lugar en las afueras? La presencia del niño en su triciclo indicaba que vivían cerca. Y ninguno de nosotros vive en ese sector de la ciudad. No sino hasta 8 calles más abajo.
No, no me "cuadraba". No me cuadraba su cara, su expresión, su figura, no me cuadraba.

Mi bolso estaba allá al fondo del portaequipajes, de modo que fui el último en recibirlo, y pude observarla por un par de minutos. Cuando todos hubieron salido, ella bajó recién la vista, y le dijo al pequeño:

"Ya, vamos"
Pero el niño siguió ahí hasta que la puerta se cerró y el bus siguió su camino.

Yo no estuve ahí para presenciar eso. Apenas alcancé a divisarlo cuando mi propio bus partió.



Al verme pensativo y mirando hacia atrás por la ventana, un compañero me dijo:

- Extraño, no?

- Si -le respondí- una extraña mujer. Es como si estuviera esperando a alguien.

- Sí -me dijo él, a su vez, y agregó- y está ahí cada vez que bajamos.

- ¿En serio?

- Sí, desde que te fuiste de vacaciones, siempre está ahí esperando, cuando llegamos.



Y aquí estoy ahora, sin poder quitármela de la cabeza, imaginando (Dios, qué imaginación tengo!)  mil historias acerca de ella, acerca de a quién espera, o a quién busca, a quién recuerda, o a quién dejó de esperar.
Y tal vez no sea por ella, tal vez sólo lleva allí a su niño, su niño, cuyos grandes ojos miran bajar una veintena de hombres de un bus, atentamente, sin nunca perder el brillo en la mirada y la sonrisa en la boca...

Y horas después, en el fondo de esta pantalla, detrás de las palabras que escribo, sigo viendo los ojos tristes de ella, que enfrentaron los míos al bajar del bus...

.


Definitivamente, nada me inquieta más
en este mundo, 
que la tristeza reflejada en lo profundo de los ojos de una mujer.



.

3 comentarios:

  1. Me recuerda a la canción de Maná de la mujer esperando en el puerto...tristísima.

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  2. Qué penita me da imaginar la situación.. sobre todo al niño. Tienes que preguntarle la próxima vez que la veas.

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  3. Has conseguido picarme la curiosidad, ¿a quién o qué buscan la mujer y el niño? Si te enteras nos lo cuentas, porfa.

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Sólo dilo, no te cortes...