17 abril 2012

¿Cómo tan ingenuo?


A veces,
resulta mejor no buscar el saber.
A veces,
resulta mejor, mucho mejor, la nostálgica duda, el quedarse con el misterio romántico, el seguir adelante sin saber la verdad.

A veces,
es mejor quedarse en la ignorancia, sobre todo cuando te enfrentas a la vida, con sus amarguras y sinsabores.

A veces es mejor seguir adelante, mirando todo por encima, y no pretender ver más allá.
Eso se me olvida a veces,  muchas veces,  las más de las veces.

¿A cuento de qué todo esto?
Nada, algo simple, que no debería importar. No podía quitarme de la cabeza la historia aquella de la mujer que con su niña (que niña era y no niño), esa niña de largas y rubias guedejas, nos esperaba cada bajada al llegar el bus.
No la olvidé, porque allí estaba siempre, esperando, cada bajada, cada semana.
Y pese a ello, pese a observarla cada vez, no había advertido la verdad oculta tras esa espera.
La para mí amarga y triste verdad.
La rubia, linda y de brillantes ojos criatura, que junto a la puerta del bus nos miraba bajar, no era sino el anzuelo de su madre, para una pesca antigua, antigua como pocas.
Los hombres podemos ser duros. Desagradables hay muchos y malos no pocos. Pero también hay hombres (a veces unos y otros son los mismos) que se enternecen ante a una criatura de grandes y límpidos ojos que no pide nada, que sólo mira y espera, sin decir nada, sin hacer nada más que mirar.

Y así, resultó que lo que nunca debí haber sabido, mirado ni averiguado, es que la niñita estaba ahí para despertar esos sentimientos y conseguir que alguno de esos hombres que baja de un bus -o más de uno-  le regale su colación. O más de una.

Sé que, para quien vive en una gran ciudad, y pasa largas horas yendo a su trabajo cada día, es difícil comprender que sólo por el hecho de viajar un par de horas del trabajo hasta la ciudad, se nos dé una colación para el viaje, pero para nosotros no sólo es normal, sino casi una obligación.
Vivimos en una realidad alterna, en la que algunos tienen derecho a muchas cosas y otros a ninguna. En la mina, nosotros recibimos una colación diaria, con bebida, galletas, yogurt y fruta. En algunas mineras más grandes, y donde se trabaja a grandes alturas, 4000 mts. o más, las colaciones son demasiado abundantes e incluyen más cosas. Tanto, que no hay quien no se lleve a su casa cantidades de ellas. Cada cual las usa como quiere. Depende de la persona. Algunos las regalan a quienes -en la misma mina- no tienen "derecho" a recibirlas, como las aseadoras o los trabajadores de servicios, o se las llevan a su casa, dizque para sus hijos. No pocos las venden al almacén de la esquina, que sabe sacar provecho de ellas. Para los vicios, dicen. 

Ése es el objetivo de la madre de la niñita: las colaciones de los mineros que bajan, 1 vez por semana, y cuyos buses se detienen ahí, en ese lugar.
Nada pide, nada dice la niñita con sus rubios rizos y sus enormes ojos.
Sólo se para ahí, frente a la puerta del bus. Y mira. Mira a quienes bajan.
Una sus manos tras la espalda, se mueve, sin quitar la vista de los hombres que bajan.
Alguno pasa a su lado como si nada.
Otro le revuelve el pelo y le sonríe.
Y finalmente, alguno, le pasa una colación. O dos.

Al alejarse, la madre toma la bolsa y la pone más lejos, donde no llame la atención.
Y esperan el siguiente bus.
Y al día siguiente, están allí otra vez. Llegan buses tres o cuatro días a la semana. En la mañana y en la noche.

Dicen los que hacen turnos de noche (yo me libré de esa peste hará unos 8 años), que al bajar la mañana del último día, es cuando mejor les va en su recolección. Y es que los nocheros reciben más colaciones, y por tanto están más dispuestos a deshacerse de ellas.

¿Cómo puedo ser tan ingenuo? Me pregunté al enterarme de esto.
Tanto tiempo imaginando, tejiendo historias,
y resultó ser que era la más simple, la más fría y la más fea de todas...

Deseché las historias que había escrito al respecto, fruto de mi candidez, en ese momento de desagrado... aunque me arrepienta ahora.
Y me arrepiento porque, si quisiera escribirlas de nuevo, ya no podría.
Ya no puedo pensar en esa chiquilla de la misma manera, ni imaginar historias acerca de su madre que se alejen de lo que sé.


(la imagen es de la web, por cierto, pero es así de angelical...)

2 comentarios:

  1. Ya ves, yo también habría pensado como tú. En España está prohibido, pero en un viaje a Italia también vi como gitanos rumanos usaban a los niños para pedir. Qué poca vergüenza. En vez de intentar protegerlos los exponen aún más a la miseria y la humillación.

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Sólo dilo, no te cortes...