17 febrero 2011

Exijo una explicación...

Hay cosas que uno no entiende, definitivamente.

En una esas salidas de compras a las que lo suman uno se suma a veces, estaba mirando unas pulseras de fantasía, sólo por entretener la espera, cuando me llamó la atención algo que decía la etiqueta de una de ellas.
Me sorprendió, y realmente no pude dejar de preguntarme en qué estaba pensando el que la escribió. Porque, ¿a quién se le ocurre ponerle a una pulsera metálica la advertencia de que no es un producto comestible?



O sea, está bien que somos sudamericanos, y que tal vez los chilenos no somos tan despiertos como quisiéramos, pero de ahí a comernos una ensalada de pulseras...  hay distancia, ¿no?

¿Es que alguien puede creer que esa advertencia sea necesaria?

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15 febrero 2011

Huevos...

Haciendo zapping, me encontré con un programa de cocina, de ésos en que un chef prepara algo, mientras tiene a su lado a dos o tres acompañantes que nada saben del tema y que sólo sirven para amenizar un poco.

El chef les hablaba en ese momento de cómo identificar si un huevo estaba crudo o cocido.
Algo acerca de hacerlo girar o cosa por el estilo.
Me pareció una idea tonta.  ¿Y si al girarlo se cae de la mesa?
Porque hay una forma mucho más simple.
Tan simple, que basta con mirarlos para saberlo.
Me la enseñó mi difunto padre hace más de cuarenta años,
cuando yo apenas alcanzaba la mesa de la cocina:



"Los huevos cocidos se distinguen fácilmente, porque son los que tienen ojos..."



[Después de cocidos los huevos, papá tomaba un lápiz y les hacía ojos, de manera que no quedaba ninguna duda si estaban duros o nó...]

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09 febrero 2011

¿Me estás diciendo gorda?!!!

Algo que leí por ahí me recordó una vieja historia, que siempre me hace sonreír cuando la recuerdo.
Pocas veces la había contado, y nunca antes se me había ocurrido escribirla, pero como siempre hay una primera vez...


Por allá por esos tiempos en que yo era un veinteañero, tenía una inusual pareja, con la que vivía. Cuando la conocí, tenía un cuerpo atractivo, "parejito" como decimos aquí. Pero después de meses viviendo juntos, de su gusto por las salidas nocturnas a comer, y de preparar mucha comida en casa (que ciertos ejercicios dos o tres veces al día nos daban hambre), se había "redondeado" un poco, y algunos botones de su ropa empezaban a tener miedo de salir volando...

Tenía ella una tenida que era un buzo completo, negro, de tela elasticada, que cuando la conocí se le ajustaba perfecto a su cuerpo y la hacía ver muy atractiva. Tenía un cierre (zipper) que iba desde el cuello hasta muy, muy abajo entre las piernas. Podía abrirse por ambos lados. Desde el cuello, para ponérselo, y desde abajo para otras cosas (algunas de las cuales había yo probado...) Me gustaba esa prenda.



 [Algo como el dibujo, pero negro, 
y sin guantes, obvio]
Un día que íbamos a salir, me dijo que pensaba ponérselo. Yo no pude dejar de mirar su cintura, ni de pensar que ya no cabría en él. Ni pude menos que decirle que no creía que fuera buena idea. Se indignó. Me dijo: ¿Qué, insinúas que estoy muy gorda?! ¿Es eso? ¿Es decir que no sólo soy muy vieja para tí, sino que además soy gorda?!!
Me costó convencerla de que yo no pensaba nada de eso, y tuve que terminar diciéndole que se la pusiera, que sí, que le iba a quedar tan bien como antes.
Se dió a la tarea. Las piernas le entraron ajustadísimas, los brazos un poco mejor. Pero cuando quiso subir el cierre... no llegó a ninguna parte. No había caso, no subía. Después de mucho esforzarse, me dijo que ella sabía como hacerlo, y se acostó de espaldas en la cama. "Ya, tú lo tiras y yo subo el cierre". Forcejeamos un buen rato, hasta que terminé sentado encima de ella, apretándola como a esas maletas demasiado llenas que no logras cerrar. Finalmente el cierre subió, pasó las caderas, la cintura, pero hasta el pecho nomás llegó...
Los senos, firmes bajo el sostén (sujetador), eran una barrera que no se podía pasar. Le sugerí que lo dejara así (es que ese escote se veía muy bien...), pero ella me dijo que de ninguna manera, que había que cerrarlo hasta arriba. La única forma fue que se quitara el sostén, para poder acomodar esa abundancia, y pudimos cerrarlo.
La ayudé a levantarse de la cama, se movió un poco, se agachó, se paseó y dijo muy ufana: "¿Viste que me queda bien?, si lo que pasa es que esta tela es elasticada, por eso cuesta cerrarlo".

Tuve que reconocer que había tenido razón, pedimos un taxi, y salimos.

Una vez en el centro de la ciudad, nos bajamos del taxi, y  no habíamos recorrido ni media cuadra con ella tomada de mi brazo, cuando sentí un fuerte grito a mi lado. La miré, y no podía creer lo que estaba viendo: el cierre se había reventado, y se había abierto por completo. Sus senos estaban ahí, a la vista, así como su cuerpo y un triángulo de encaje rojo por allá abajo...
Estaba pálida, y sólo al verme a mí mirándola se dió cuenta de que gritar era la peor idea que pudo haber tenido. Todo mundo presente en la calle la estaba viendo...
Roja ahora, como un tomate, trató de unir lo que no se podía unir, y de tapar con una mano lo que no se podía tapar ni con dos... recién entonces pude reaccionar yo, y poniéndome en frente de ella para cubrirla, me saqué la camisa para que se la pusiera.
Yo nunca he sido de cuerpo muy atlético, pero sí tengo una espalda lo suficientemente ancha como para que ella pudiera cerrar la camisa y tapar sus senos, y soy lo suficientemente alto como para que cubriera también el encaje rojo...

Conseguir un taxi, para un veinteañero sin camisa, no es cosa tan simple, pero lo conseguí...
Camino a casa estaba furiosísima conmigo, y no quería ni mirarme, porque aunque yo no le había dicho nada, se me reflejaba en la cara un Te lo dije....

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07 febrero 2011

No se puede confiar en un niño...

En esta historia, se ha ocultado la identidad de los protagonistas, no para proteger a un niño inocente, sino para no avergonzar aún más a esa pobre madre...


Una tarde de caluroso verano, en una plaza, una mamá le compra a su pequeño de 4 años un merengue. Él, encantado porque le gustan mucho, comienza a comérselo, pero con tan mala suerte, que se le cae al suelo. Obvio, lo recoge, y se lo lleva a la boca, que no es cosa de desperdiciar algo tan rico.
Su mamá lo reprende, y le dice que no, que ya se ha caído al suelo, y que las cosas del suelo no se comen, se botan al basurero. Y le señala uno cercano.

El niñito mira a la mamá, mira el basurero, mira el merengue, y le da una mordida más...
La mamá, molesta, le dice que no sea sucio, que lo bote de una vez.
Y el niñito, merengue en mano, se dirige al basurero... pero a cada paso, le vá dando una mordida, y otra más, que eso de botarlo parece que no lo entiende mucho...

La mamá, se pone seria, y le dice lo que cualquier mamá diría: que lo bote ya, que si no...
Parado frente al basurero, el niñito se queda quieto, y no se mueve de ahí.
La mamá, francamente enojada, amenaza: que me vas a hacer ir para allá...   y va.

Cuando llega hasta su hijo, descubre que no sólo el merengue sigue en su mano, sino que con la otra mano  sujeta un jugo que ha sacado de la basura, y se lo está tomando feliz...




Moraleja: Los merengues dan sed, cualquiera lo sabe...

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04 febrero 2011

Mi hijo


Hoy fue el cumpleaños de mi bebé.
Cumplió la nadería de veinte años.
Veinte años.

Es nuestro único hijo.
No porque lo decidiéramos de antemano, sino porque así se dieron las cosas.
Un parto difícil, una pre-eclampsia, una cesárea de urgencia, diez días de hospitalización de ambos, me dieron miedo. No quise arriesgar de nuevo la vida de mi negrita, ni de otro bebé, y decidí entonces no tener más hijos.
[Nunca he sabido que piensa de eso ella. Si le parece que cometí un error o no. O si le parece que fui injusto al no preguntarle su opinión.]
El caso es que nos quedamos con este único hijo, al que cuidamos tanto como a una niña bonita.

No es lo que su madre soñaba que fuera a esta edad.
No es  lo que yo esperé alguna vez que fuese mi hijo.
Tal vez si sea totalmente distinto a lo que pensamos algún día, cuando apenas si caminaba afirmado de los muebles, que sería nuestro niño.

Como padre, uno sueña con hacer muchas cosas con su hijo, cuando crezca, juntos.
Resultó ser al revés.
Puesto que no le dí hermanos, yo debí serlo, entre las tantas ausencias debidas al trabajo. 
("yo no tengo la culpa de no tener hermanos")
Yo fuí su amigo, quien jugaba con él, quien veía con él sus series preferidas.
Terminé conociendo cada uno de los Pókemon, viendo todos los capítulos de Dragon Ball, siendo el más viejo jugador de cartas de Mitos y Leyendas del país, y tan fan como él del animé y los mangas.

Sin embargo, me duele haberlo criado así, tan alejado de los demás, tan solo.
Me duele no haberme dado cuenta de que él necesitaba amigos de su edad, y no a mí.
Porque ahora es así, solitario, introvertido. Poco se le da el juntarse con gente de su edad, y es para nosotros  una secreta alegría cuando trae a alguien a casa.
Le dí todas las cosas que pude en su adolescencia, desde que tuve situación para hacerlo, quizá para compensarlo por lo que no le dimos cuando niño, por todas esa promesas que no cumplí. Aunque sabía que en el fondo no compensaba nada. 
Quisiera (quisiéramos), haber hecho las cosas de una forma diferente. Haber tomado otras decisiones. Haberlo criado de otra manera. 
Pero ya es tarde. Ya es como es, y nada puede cambiar eso.
No es que sea malo, en todo caso.
Nada de eso. 
Es una buena persona (y hay quienes me han felicitado por eso, por lo bueno que es mi hijo).
Es sólo que no es cálido. Ni afectuoso. Es frío y reservado.
No le gusta mostrar lo que siente, y parece siempre indiferente a todo.
Tal vez demasiado duro en su forma de pensar, de ver el mundo.
Sin tener fe en nada ni en nadie.


Cada vez que lo miro -y especialmente en días como hoy-, termino preguntándome qué de todo lo que hice estuvo mal...
O si acaso todo lo que hice...


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02 febrero 2011

Y sin ensuciar el vestido...


Lamenté hoy andar sin mi cámara, porque me perdí de tomar una bonita foto.

Pasé por una plaza, y ví allí una pequeña niña, de unos 5 años, con largas trenzas y un largo y hermoso vestido floreado (de ésos de niñita).
Tenía una mirada muy tierna y una permanente sonrisa.
Pero nada de eso ameritaba que se le tomara una fotografía.

El que estuviera trepada en un árbol, a varios metros del suelo, eso sí...
Se paseaba por las ramas con la misma gracia de un gato, y tan segura como si estuviera en el piso...

Estaba como para hacer uno de esos carteles feministas de "nosotras también podemos"... porque niñas arriba de los árboles había visto, pero ninguna con tanto "estilo"...