03 noviembre 2009

Y no es cuento…


Hace unos días, recibí otro golpe –y fuerte- a mi orgullo (tan maltratado últimamente) y a mis pretendidas dotes de escritor…

Participé en un concurso de cuentos, organizado por mi empresa, -no puedo evitar participar en concursos, competencias y similares- hace ya 4 meses.
Cuando habían transcurrido 3 de ellos sin noticias de resultados, hice un reclamo al respecto, convencido de que debería estar yo entre las menciones honrosas…
Me respondieron que tuviera calma, que ya estaba “casi listo”, y que me avisarían…

A la semana, nuevo correo, en que me piden que asista a una ceremonia, donde se entregarán los resultados y se premiará a los participantes…
El correo iba dirigido a sólo 6 personas, razón por la que me sentí seguro de que lo que yo esperaba se cumplía cabalmente…

Pasé la semana que restaba para la ceremonia –y cóctel- con una sonrisa en la cara y rebosante de orgullo…

Llegado el día de marras, estuve allí a la hora establecida, sorprendiendo a quienes organizaban el evento, ya que –lógicamente- estaban a última hora preparando todo -chilenos al fin y al cabo- seguros de que nadie podría jamás llegar a la hora de citación…
No sabían que soy uno de los escasos –y casi extintos- nacidos en este país que es capaz –y está dispuesto-
a llegar a la hora a sus compromisos, eventos, comidas, etc…)

Comenzamos 40 minutos tarde -cosa que no dejó de sorprenderme, ya que habitualmente los retrasos son de una hora al menos-, con unas breves palabras introductorias, en las que se nombraron los jueces (directivos de la empresa), y se dieron mayores detalles de los resultados.

Y ahí –recién- tomé conciencia de que, si mi empresa está presente en 4 países de sudamérica, el concurso era para todos sus empleados, y que, si mi país mide miles de kilómetros de largo, era ilógico suponer que se reuniera a todos los ganadores en una ciudad de provincia…

Cuando se dijo que el primer lugar se entregaría en la capital, que el tercero en otro país y que las menciones honrosas se habían otorgado en Argentina, tuve un mal presentimiento…
(aunque, obviamente, de presentimiento no tenía nada, porque ya lo había escuchado todo…)

Casualmente, el segundo lugar lo ganó un compañero de trabajo, de mi misma sucursal, de quien jamás  habría sospechado que pudiera/supiera/tuviera interés en escribir un cuento…

Sabiendo ya que mi cuento pasó sin pena ni gloria, me dispuse a escuchar la lectura del cuento en cuestión, con la sorpresa (compartida por los asistentes) de que el autor se resistía a leerlo…
(“si hubiera sabido que iba a tener que leerlo…”)

Finalmente, lo leyó, y mejor no lo hubiera hecho, porque si ya me sentía mal por no haber merecido mi obra ni una mención honrosa, enterarme que tal otra había obtenido el segundo lugar me dejó enfermo…, tanto como recibir –como estímulo por nuestra participación “siga concursando”) un libro de una autora que no me gusta…

No me quedó otra que desquitarme en lo único que me quedaba: comerme todo lo que pudiera en el cóctel,
labor en la que tuve la dura de competencia de mis camaradas de letras... (¿todos los escritores son tan buenos para comer? ¿o será un rasgo heredado de aquellos tiempos idos, en que los escritores se morían de hambre, sino de tuberculosis, antes de ser reconocidos por sus obras?)

Bueno, sólo puedo decir que el sabor de la carne asada y de las innúmeras empanadas que me comí para “pasar la pena” cumplieron su cometido, pero el efecto –lamentablemente- no fue de muy largo plazo…

Todavía – a 15 días de los hechos- no se me quita el regusto amargo de la derrota, pero como todo vicioso que se respete, me he comprometido a no volver a participar, nunca más, en un concurso de cuentos…

(hasta que llamen para el próximo…)


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