06 marzo 2012

The fall of El inefable

El Inefable,
aquél ex jefe del que he escrito algunas veces, aquél con el que aprendí el trabajo que ahora hago, y bajo cuyas órdenes trabajé 10 años -amargos los más- dejará de trabajar en nuestra empresa.
Está enfermo, muy enfermo, a causa del mal trato que le dio a su cuerpo a lo largo de su vida. Ha tenido una falla sistémica generalizada, y ahora lleva 5 Bypass encima, y debe dializarse, además.
Demasiado alcohol, demasiados asados, demasiado trasnochar, demasiado tabaco, demasiado porfiado para cuidarse y hacer caso a los médicos, que por años le pidieron que dejara de vivir así, con esas costumbres de soltero eterno, mal comido de lunes a jueves y exagerando con la comida, la bebida y el trasnoche cada fin de semana.

Me da pena, por cierto.
Era amargo,
desagradable,
odioso,
injusto,
exigente
y muchas veces llegaba a ser tonto.
Pero todo eso que era sirvió, porque tuvimos que esforzarnos para superar todos los obstáculos que nos ponía en el trabajo, y esos esfuerzos sirvieron para hacernos ser buenos en lo que hacemos.
Superar los problemas propios del trabajo, y soportar encima a un jefe tal, te hace necesariamente mejor.

Nos decía el Inefable:
- "A mí, mi jefe no me enseñó nada. Cuando no estaba, yo le revisaba su trabajo para saber cómo lo hacía, y así aprendí." (Claro, su jefe debe haber sido una gran persona, y lo tomó como modelo).
Con esa filosofía, nos dejaba aprender por nuestra cuenta, lo que no obstaba para que nos crucificara si cometíamos un error.
A diferencia de  él, a mí me gusta mucho enseñar. Pero no negaré que me gustan los "alumnos" medianamente inteligentes, aquellos a los que puedes necesitar repetirles la lección alguna vez, pero no más que eso. En cambio, no soporto a aquellos a los que tienes que decirles la misma cosa cada vez que se encuentran con la misma situación. y pienso que esa falta de paciencia la heredé de él. Con tanto grito en el oído, nosotros aprendíamos rápidamente.

Tenía conmigo -el Inefable- una relación de amor-odio, porque yo era su mejor trabajador, pero no confiaba en mí en lo absoluto, de modo que por un lado hablaba muy bien de mí ante terceras personas, jefes y gerentes, pero por otro no había forma de que me dijera esas mismas cosas a mí, y mucho menos que  accediera a subirme de cargo. 
El fondo de eso vino de una ocasión en que él sufrió un accidente (bebido, cuándo no) y se quebró la muñeca, por lo que debí reemplazarlo durante tres meses.
De su trabajo, yo apenas sabía algo -por entonces-, y a los tres días de su accidente debíamos hacer un inventario general. En mi absoluta ignorancia sobre cómo manejar el tema, acudí a nuestro Gerente, y le pedí suspenderlo. Me dio, por supuesto, una respuesta de Gerente: "No vamos a detener la marcha de la empresa sólo porque el Inefable no está. Haz el inventario."
Y lo hice, sí, y todo salió bien y sin problemas.
El único pero es que para lograrlo tuve que aprender como se hacía, y eso, preguntando aquí y allá, a los conocidos primero, y por indicación de éstos, a la casa matriz, en la capital. Y -obvio- cuando éstos se extrañaron de que alguien tan inexperto hiciera tal tarea, debí decir que mi jefe no estaba y yo, su reemplazante, jamás había recibido instrucción sobre eso. Y tal comentario levantó polvo, y no poco.

Cuando el Inefable volvió, se encontró no sólo con que había sido reemplazado sin mayores problemas por mí, sino también con una amonestación por no haberme enseñado el trabajo y con las burlas del resto de jefes de nuestra sucursal, los que, dado el mal carácter que tenía, aprovechaban cualquier ocasión para molestarlo.

Y nunca me perdonó eso. Ni la "traición" de haber dicho lo que dije, ni el haberle dado tema a los demás para que se burlaran.

Cuando por fin salí de debajo de su alero, para saltarme varios peldaños de la escala y llegar a un puesto igual al suyo en otra sucursal, me trató fríamente, y siguió haciéndolo así en cada correo que alguna vez nos cruzamos por trabajo. Pero también, cada vez que podía, y donde podía, decía a quien quería escuchar: - "¿que es bueno? pues claro, si yo le enseñé a trabajar".
Así, resulta que soy de la escuela del Inefable.
Los otros que ha salido de esa escuela se han ido también para ocupar mejores cargos, y después de unos años, han emigrado a otras empresas (eran más jóvenes que yo), y están mucho mejor. 
Yo soy el único de sus alumnos que queda.

Y en verdad, aunque nunca iría a visitarlo ni se lo diría, cuando miro a quienes trabajan conmigo, cuando miro a los jefes que he tenido después de él, no puedo dejar de reconocer que -a pesar de los gritos y lo desagradable que fue- hacía su trabajo mucho mejor que ellos. Y no puedo dejar de reconocer -tampoco-que los que trabajábamos con él resultábamos mucho mejores que la gente con la que trabajo hoy.
Nadie tiene la rigurosidad, el interés en hacer el trabajo bien, en terminar las cosas como se debe, en no dejar temas pendientes, como nosotros aprendimos a hacer.

Probablemente le gustaría saber que aquellos a los que he formado yo son, también, mejores que los demás. Pero seguramente diría que eso es gracias a él.
Y no le daré la oportunidad.

Sólo puedo decir que, después de haber estado en sus zapatos un buen tiempo, comprendo mucho de su mal genio, de sus gritos y sus enojos.
Otra cosa es con guitarra, dicen...




3 comentarios:

  1. El inefable me ha recordado al capitán Sobel, de Hermanos de Sangre. Al final de la serie comentan que, si bien sus hombres le odiaban profundamente, también reconocieron que seguramente no habrían sobrevivido tantos si no hubiera sido por su entrenamiento. Yo soy de la idea de que hay otra forma de enseñar y de tratar a los demás.

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  2. Yo reconozco que tengo muy poca paciencia y me cabrea mucho cuando tengo que repetirle a una persona mil veces lo mismo. Pero he aprendido a respirar, dejar pasar un rato y tomármelo con calma... No me gusta tratar mal a la gente y, sobre todo, intento no olvidar nunca que yo también fui aprendiz.

    Por suerte, yo siempre he tenido gente que me ha enseñado. Y muy bien.

    Pobre inefable... es lo que pasa. Cuando vives como un cerdito, te mueres asqueado.

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  3. A mí me encanta enseñar. Tal vez debí haber sido Profesor (Maestro, que dicen en España).

    "Mis viejos" (mis subalternos) me aprecian bastante, porque saben que siempre pueden contar conmigo -aunque a veces pierda la paciencia- y aquellos a quienes enseñé y se han ido a otras sucursales, han olvidado mi ceño fruncido, y recuerdan sólo las buenas lecciones.

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Sólo dilo, no te cortes...