13 octubre 2011

Besitos por docena


Entra al lugar con propiedad, pisando fuerte, como acostumbra hacer cuando lleva prisa, y con la impaciencia de quien quiere zafarse pronto de un encargo.
Pero su avance se vé frenado por el brusco silencio que produce el callarse las voces, y por los diez pares de ojos fijos en él. Diez pares de ojos femeninos, se debe añadir.
Algo de su seguridad se ha perdido, al enfrentar esas miradas interrogantes. Mas, como se ha quedado ahí, de pié, sin proseguir y sin articular palabra, los diez pares de ojos lo abandonan, el murmullo de voces se reanuda, y todos vuelven a lo suyo. Menos él, que se queda ahí, desconcertado.
En vano mira a su alrededor, buscando ayuda. No la hay. Ni siquiera una mirada casual se posa en él. Intenta hablar, decir algo, pero ¿cómo, si nadie le presta atención?
No sabe qué hacer. Empieza a pensar en irse, pero ¿dónde iría? Le pidieron específicamente que fuese allí. Del aplomo con que entrara no le queda nada. ¿qué se hace en estos casos?
De pronto, algo cambia. Una señora pasa a su lado, de prisa, como si él no estuviese de pie estorbándole el paso, y aún debe apartarse para no ser empujado.
Al  moverse, advierte que ahora sí hay alguien mirándolo. Es más, lo mira fijamente, desde un ceño fruncido. Se acerca a la dueña de esos ojos que parecen reprobar todo lo que hace, ¿o lo que no está haciendo?, y le dice, con voz algo insegura (Dios, ¿es que ésa es su voz?):

- ¿Tiene rosas?

- ¿Rosas?? Repite la mujer, como si mascara la palabra, y con evidente desagrado.

- Sí, rosas. Unas rosas así, pequeñitas, con tallo de alambre.

- Besitos, dice ella, cortante. Y se vuelve a tomar una caja de un estante, poniéndola luego abierta sobre el mostrador.

Y allí están, cientos de pequeñas rosas de los más variados colores.

- ¿Cuánto vale cada una? Pregunta, ya con más confianza, misma que perderá al instante siguiente, cuando la respuesta siga siendo seca y dura.

- No se venden de a una. Vienen por docena.

Se rinde, finalmente. Comprende que las cosas no mejorarán porque intente ser simpático.

- Déme 4 docenas, por favor. Azules, las necesito azules.

Ni una palabra más, salvo el precio al pasar por la caja. Paga, retira sus besitos y se va, con un algo amargo en la garganta.




(Eso me pasa por ir a comprar a una cordonería ¿será que es un recinto sólo para mujeres, y yo no me he enterado todavía?)

2 comentarios:

  1. La gente que vende algo con un nombre tan guay como besitos no debería ser tan desagradable. Es incompatible!
    Una docena de besitos para ti:)

    ResponderEliminar
  2. No sabía que se llamaran así. Seguro que a mí me dicen eso y me creo que la vendedora se está quedando conmigo XD.

    ResponderEliminar

Sólo dilo, no te cortes...