El taxi me dejó en la esquina.
Bajé, no sin cierta dificultad
(the pain kill me, sometimes),
saqué mi bolso del maletero
y lo cerré apresurado,
pues el taxi ya se iba...
Llené del húmedo aire marino mis pulmones
y me sentí refrescado,
después de una semana de respirar el polvoriento aire del desierto.
Bolso en mano, enfrenté la calle...
Me sorprendió la luna...
Se veía grande,
brillante,
más brillante aún que las luces de los faroles callejeros
con los que competía,
recortada nítidamente contra el cielo...
Me llenó de alegría verla,
¿quién entiende por qué?
y caminé por esa calle solitaria
con el sentimiento consolador
de que ella
iluminaba mi camino a casa...
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Sólo dilo, no te cortes...