22 octubre 2010

Cocinando con "la Juanita..."


Ha un par de días, fui al hospital.
(tenía que retirar los medicamentos para mi madre)
Estando ahí, en la fila de la farmacia, se me apareció una infernal visión:

Una mujer, en negras vestiduras, con los mismos feos lentes de hace 19 o 20 años atrás, todavía igual, fantasma de un pasado casi olvidado, que se presentaba ante mis ojos...
(artes oscuras, no me caben dudas).
Bueno, tal vez un par de arrugas más y un teñido excesivo,
pero para encontrársela de frente, aún de día, brrrr...

Hace ese montón de años, trabajábamos en el mismo lugar.
Ella era la cocinera, yo apenas algo más que nada.
Mi horario cubría todo el día, de modo que se incluía el almuerzo.
Mi compañero de trabajo -apenas salido de la secundaria- y yo,
nos sentábamos a la mesa (en un apartado comedor), y disfrutábamos a diario de las delicias de su cocina.
No importaba lo que preparara, siempre se las arreglaba para que comer -con hambre o sin él- fuera un ritual desagradable.

Lo que peor preparaba, era un supuesto caldo de carne (ingrediente que jamás vimos, a menos que se cuenten algunos pequeños rastros flotantes). Cabe hacer notar que este plato se repetía frecuentemente, hasta 4 veces por semana.
De caldo, nada. Era un agua medio lechosa, con unas manchas aceitosas en la superficie, donde nadaban sin esfuerzo unos cuantos fideos (a veces arroces) y unos trozos de papas y zanahorias...
Delicia tal no podía menos que hastiarnos antes del primer mes, de modo que decidimos un día botar las turbias aguas y comernos lo que fuese que quedara en el plato. Y eso hacíamos 3 o 4 veces por semana.

Un día, me llamó a la cocina. Se le había acabado el gas, y necesitaba de ayuda para cambiarlo.
No había entrado antes a ese vedado recinto.
Estaba con ella una amiga. Mujer de ésas que no pueden quedarse quietas, y que se movía de aquí para allá, abriendo gavetas y muebles mientras conversaba.
Yo, hacía lo mío.
Estaba por irme, cuando la amiga, que tenía en ese momento el refrigerador abierto, le preguntó:

- ¿Y estos huesos tan blancos? ¿los boto?

- ¡No!, no los botes, que son para el almuerzo de los niños...

¿Cómo evitarlo? Mis ojos corrieron al refrigerador, a la fuente que tenía en la mano, a los huesos... (nosotros éramos "los niños")
Eran unos huesos de vacuno, grandes, blancos, lavados, sin nada adherido salvo unos pequeños trocitos de cartílago...

- ¿Para el almuerzo? -dijo la amiga- pero si no tienen nada, ¿cómo para el almuerzo?

Impertérrita, sin arrugarse siquiera, la muy bruja se los quitó de las manos, los puso de nuevo en el refrigerador, y cerró la puerta. Sin preocuparle que yo la estaba escuchando, con una tranquilidad de conciencia (o de lo que ocupaba el lugar donde debió tenerla) que abismaba, le dijo a su amiga:

- Claro, compro unos huesos el fin de semana, y les preparo un caldito a los niños. Luego los saco de la olla y los guardo en el refri. Me duran para 4 o 5 veces... No los puedes botar, sólo los he usado una vez...

Lo último que ví, antes de salir, fue la cara de absoluto asombro de la amiga...
Imagino que debe haber sido parecida a la que ella vio en mí,
pues nos mirabamos uno al otro cuando yo salí de ahí...


(no podía seguir en esa cocina, capaz que escuchara alguna de sus otras recetas...)

.

3 comentarios:

  1. ...qué susto por Dios encontrarse en el Hospital con la Verónica Blackburn
    del norte.

    CaballoVerde

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  2. ¿?

    Estoy desactualizado, parece.
    Tuve que acudir a "San Google" [bienaventurado sea] para entender el chiste...

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  3. Jolín, qué asco!!, para " mis niños" dice...

    De pensarlo me da no sé qué.

    Saludos.

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Sólo dilo, no te cortes...